El dueño del escaparate
calle larios
A la Málaga contrarreformista le falta un debate sobre las imágenes y monumentos que pueblan sus calles y las que habrán de venir
Lo más complejo es aceptar la razón del otro

El mismo día en que presentaban el cartel de la Semana Santa de Málaga leía en el periódico dos noticias de relación significativa: el Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, ciudad de una más que notable tradición imaginera y con gobierno municipal a cargo del PSOE, se planteaba restringir o incluso no permitir la colocación de nuevos monumentos de carácter religioso en la vía pública. El anuncio suscitó no poco malestar dado que un colegio había empezado a promover la instalación de un monumento en honor de Nuestra Señora del Sagrado Corazón para la que el mismo Consistorio, finalmente, decidió no conceder la pertinente licencia. Por otra parte, y al mismo tiempo, la Fiscalía de Málaga pedía una multa de 3.000 euros a la organizadora de la procesión del Santo Chumino Rebelde por ofensa a los sentimientos religiosos, otra medida delicada por cuanto jugaba en los mismos límites de la libertad de expresión. Con el nuevo cartel que anticipaba ya las próximas procesiones, en una ciudad como la Málaga que en los últimos años ha visto incorporarse no pocos monumentos de índole religiosa en sus calles y plazas, y ante tales precedentes, resulta pertinente, parece, una reflexión al respecto. Pero no la que un servidor pueda esbozar en unas líneas y que servirá para más bien poco, sino la que la propia Málaga sea capaz de desarrollar en virtud de su madurez cívica. Más que nada, porque si hay quien se siente legitimado a cuenta de la Semana Santa para sacar en procesión cualquier cosa por una mera cuestión de derechos igualitarios y amparándose en la libertad de expresión, podemos vernos metidos en situaciones un tanto indeseables.
Precisamente, el Ayuntamiento de Jerez amparaba su decisión contraria a la llegada a rotondas y aceras de nuevas imágenes pías en la necesidad de asentar un debate. El problema es que prohibir primero y llamar al debate después resulta incongruente y difícilmente justificable. Si existe una demanda social favorable a la instalación de una representación mariana, frenar la iniciativa en seco con la excusa de ya hay demasiados elementos de este tipo entraña un ejercicio pueril y un tanto déspota; si existe otra demanda social en sentido contrario, y si realmente se considera desde el Ayuntamiento que hay que aportar más variedad al paisaje monumental de Jerez, lo que hay que poner sobre la mesa son propuestas y proyectos a tal efecto, y no limitarse a plantar obstáculos a empresas ajenas en plan dueños del cortijo sólo por considerarlas escasamente representativas de la sociedad jerezana en su conjunto. Se trata, en fin, de hacer política. Si se quiere evitar que Jerez parezca un parque temático contrarreformista, la solución es tan sencilla como asumir otra idea de ciudad y trabajar para llevarla a la práctica. Ante una dejadez de funciones siempre va a haber quien esté encantado de ocupar los lugares vacíos, pero las prohibiciones nunca son buenas consejeras y sus tiros terminan saliendo por la culata. Especialmente en democracia es mejor convencer que vencer.
Lo del Santo Chumino Rebelde se explica por sí solo: difícilmente se podría haber inventado algo de peor gusto. Un feminismo que se sustente en un desahogo tan fácil, chusco, elemental y torpe, con la exigencia intelectual de un eructo en plena digestión, no sólo no llegará a ninguna parte sino que además hará un flaco favor a la lucha por la igualdad. Ahora bien, que se proponga una sanción al chiste por una ofensa a los sentimientos religiosos (de nuevo se trata de prohibir, al cabo) es algo que me llena de dudas. Ante todo porque no había una imagen religiosa que se vejara o se empleara con una intención explícita de ofender; había, más bien, una recreación de una determinada actitud de veneración que bien puede quedar dirigida a otro objeto sin que por ello tenga que quedar mancillado el objeto primigenio (¿sustituido?) en cuestión. Para ir al grano, quién sabe, se podría hacer una encuesta entre los malagueños que profesen sentimientos religiosos y preguntarles si se sintieron ofendidos o no; la ofensa es una cuestión en este caso de interpretación cultural, y depende mucho más de la capacidad de sentirse ofendido que de la voluntad de ofender. Cuando se niega el Holocausto o se compara con un camping, se da una ofensa clara al pueblo judío porque el mismo Holocausto se puso en marcha para su exterminio. Pero dudo mucho que el mecanismo aquí implícito sea el mismo.
Lo que sí es cierto es que Málaga merece encontrar en sus calles manifestaciones en las que puedan reconocerse todos y que, más aún, promuevan el respeto a quienes piensan de otro modo. La presunción de los dueños del escaparate, o la aspiración a serlo, es justo lo que no necesitamos.
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