Acotaciones a un viaje histórico
Estamos en plena celebración del Jubileo 2015 calificado de “la Esperanza”. Su celebración en Roma y la invitación que se nos hizo al mundo cofrade andaluz de estar presente en la forma que hicimos, intuyo que es muestra de la preocupación por la fe cristiana en una Europa envejecida más que nunca y en proceso de descristianización. De ser histórico foco misionero para toda la humanidad es hoy también tierra de misión.
Y una de las vías para revertir esa tendencia es acudir a la religiosidad popular. Por eso intuyo que el Papa Francisco quiso dar a conocer a los cofrades europeos la singular vitalidad de la piedad popular andaluza, lo que supone de alguna manera su reconocimiento a la misma y una especie de resarcimiento por el no viaje a España en su pontificado.
Entiendo que ha sido y sigue siendo una gran responsabilidad la que ha recaído sobre nosotros de convertirnos, de algún modo, en ejemplo de un peculiar espiritualidad para los católicos del mundo. Y eso enlaza con el énfasis puesto en su discurso por monseñor Fisichella, –el responsable de este ámbito de la administración religiosa del Vaticano– de que el camino de la belleza, a la que tan sensible somos los andaluces, es un buen camino hacia Dios; mientras, la belleza por antonomasia para los católicos, es la imagen de la Madre de Dios. Por eso Andalucía es tierra de María Santísima, la que mueve y conmueve –con independencia de su advocación– los corazones de millones de andaluces, en celebraciones festivas difícilmente comprendidas por otras mentalidades ajenas a nuestra tierra. Salvando la presencia del Nazareno de León, muy similar a la nuestra en su sobriedad cofrade, las otras representaciones cofrades europeas evidenciaron, lo que parece gran diferencia de la piedad popular entre España y el resto de Europa.
Por lo tanto, no hemos ido a Roma a hacer una procesión más o menos exitosa en función del público o de autoridades asistentes. Nuestro viaje ha sido una respuesta a la invitación del Papa Francisco para presentar ante el orbe católico nuestra manera de ser “misioneros”. Un Papa que hizo de su pontificado la llamada a una Iglesia “en salida, misionera”. ¿No es eso lo que hacemos los cofrades andaluces en nuestras hermandades con nuestras procesiones desde tiempo inmemorial? Somos humanos y, por tanto, no estamos ajenos a los vicios capitales pero, con todos nuestros defectos, mostramos y ofrecemos nuestra fe en la calle, practicamos la caridad con nuestros hermanos y confiamos esperanzados en las promesas de Jesucristo.
Además, el acto central de nuestra peregrinación no era la procesión. Lo fundamental era la eucaristía que iba a celebrarse en la plaza de San Pedro, con la presencia del Papa y ante las imágenes del Cristo de la Expiración de Sevilla y la Virgen de la Esperanza de Málaga, donde nos congregaríamos todos los peregrinos cofrades presentes en Roma ese día. Esa era la clave del viaje. La procesión era algo complementario, aunque fundamental en la perspectiva de su difusión religiosa y turística. Sin embargo, lo esencial siempre está en la mesa del altar y no en la calle. Pero falleció el Papa y todo se alteró. La gran misa de los peregrinos de la Esperanza fue sustituida por la de entronización del Papa León XIV.
Otra cuestión es la relativa a cómo estuvieron nuestras imágenes en la Basílica de San Pedro. Evidentemente no nos gustó en absoluto. Y yo me pregunto si de haber estado vivo el Papa Francisco habría sido igual. Probablemente. La concepción museística que se tiene de la Basílica petrina responde –quiero creer– al rigorismo estético de la mentalidad vaticana que, en cierto modo, pretendía cambiar el Papa argentino en su pontificado. Porque, a pesar de la magnificencia de la Basílica, nuestras imágenes, a pie de peregrino, llamaban poderosamente la atención. Y pienso que lo hacían porque las colosales dimensiones y la belleza de sus esculturas abruman tanto que las dos imágenes andaluzas, igualmente bellas por el arte y la devoción secular que acumulan, lejos de perderse en medio de tanta grandeza, contrastaban y atraían especialmente. Eran el contrapunto de otra belleza muy propia de Andalucía: la devocional que se desprende de la humanización de las imágenes de Cristo y de su Madre, expuestos a tu altura como si estuvieras viviendo en persona el drama de la Pasión y del Calvario. ¿Por qué si no la Piedad de Miguel Angel es lo más recordado de San Pedro? Esa es la diferencia del cómo y por qué los andaluces las aproximamos al pueblo; porque así entendemos mejor el misterio de la divinidad, para dialogar con ella, hablándole de nuestros anhelos, de nuestras penas, de nuestras esperanzas, con la mayor sencillez. Era el contraste entre la belleza fría de la obra de arte y la belleza cálida, humanizada, que no necesitaba flores –aunque las echáramos de menos¬– para recibir las oraciones de los que las contemplaban. ¿Se entiende así mejor por qué el Papa quiso residir en Santa Marta en vez de en el Palacio Apostólico?
La obsesión romana por la seguridad era muy lógica. Han tenido que recibir a las principales autoridades de todo el mundo dos veces en tres semanas, con varios miles de visitantes diarios procedentes de todo el planeta en este año jubilar, en la convulsa situación actual. ¿Recordamos las imágenes del traslado del féretro del Papa Francisco a Santa María la Mayor y la prevención en los espacios no controlados totalmente?
Las vallas en algunos lados del recorrido procesional andaluz eran también tributo a la necesidad de facilitar el acceso y la evacuación rodada al Circo Mássimo por motivos de seguridad, como pude comprobar en la vía San Gregorio donde me encontraba. Además, cada veinte o treinta metros había una persona de seguridad o protección civil a ambos lados del recorrido, muestra de una preocupación que nos pareció exagerada. La cultura de la “bulla” andaluza es incomprensible allende Andalucía. Y hasta los carabinieri tuvieron que darse por vencidos tras el comienzo del recorrido de vuelta.
Simplemente añadiré que todas y cada una de las decenas de miles de personas que, al día siguiente, acudimos a la plaza de San Pedro, vía de la Conciliación y aledaños en la entronización del nuevo Papa, teníamos que rodearlas para pasar por estrictos controles de seguridad, por arcos y registro de bolsas, cerca del Castillo de Sant Angelo antes de incorporarnos a una u otra.
Las complicaciones del caos habitual del tráfico en Roma, agudizadas además esos días por los traslados de las autoridades en pequeñas caravanas de vehículos encapsulados, eran sin duda un motivo adicional de hartazgo ciudadano romano. En esas circunstancias era muy lógico que la alcaldía tratase de que el recorrido de la procesión fuera lo menos obstaculizador. Vimos las tribunas que se estaban levantando en la Vía del Foro para celebrar la próxima fiesta nacional italiana ... Y yo me pregunto ¿qué diríamos sevillanos y malagueños si las restricciones de tráfico propias de Semana Santa en el centro de nuestras capitales se mantuvieran muchos más días al año?.
Otro tema es la escasez de público local y la ausencia de autoridades eclesiásticas. Pienso que cualquier acto religioso en Roma, como no sea muy especial con asistencia de su Obispo, pasa desapercibido. Cuanto más, tras las ceremonias de entierro del Papa Francisco y en la víspera de la entronización de León XIV. Además tendemos a creer los andaluces que esa centralidad vital que organiza nuestra vida alrededor de la Navidad, la Semana Santa, las grandes y las pequeñas romerías, son habituales en otros lugares. No es así. Esa es otra de nuestras peculiaridades y nos brindaron una ocasión única de demostrarlo.
Pero más allá de la complicada movilidad romana, lo que me sorprendió fue que las congregaciones religiosas romanas no tenían conocimiento de la procesión cofrade. Las procesiones jubilares de peregrinos discurren a lo largo de la Vía de la Conciliación hasta San Pedro. Pero la especificidad de la procesión de las cofradías andaluzas pasó desapercibida en la ciudad, quizá porque parecía reservada a los peregrinos, estando todo el Jubileo Mundial de las Cofradías centrado en la celebración eucarística inicialmente prevista del domingo 18 que se sustituyó por la entronización. El anuncio en el panel digital de noticias de los autobuses romanos, de la procesión de la Madonna di Málaga sin indicación de lugar, creo que fue lo único que públicamente llegó a los ciudadanos romanos, sobre la que no podían tener idea de su dimensión física ni espiritual. El resto de las actividades fue ajeno a los católicos romanos, si es que llegaron a tener conocimiento del mismo.
Otra cuestión fue la ausencia de mayor representación de la cúpula eclesiástica; aunque basta pensar en la edad de los cardenales y en la ceremonia que les esperaba al día siguiente en la plaza de San Pedro para entenderlo. En todo caso, salvo razones de fuerza mayor, no creo excusable la ausencia del nuncio en España, sobre todo cuando es el representante del gobierno vaticano que nos había invitado expresamente.
En definitiva, el éxito de nuestra presencia cofrade en Roma, no puede medirse por la asistencia de público ni creo que esa fuese nunca objetivo. Posiblemente de haberlo podido concentrar en unas calles habituales de nuestros entornos cofrades urbanos llegaríamos a la conclusión de que fue un grandísimo éxito aunque, diluida en el gran escenario del circo Mássimo, no lo pareciera. Pero, ¿eso qué importa ante la fuerza de las imágenes grabadas junto al Coliseo y de la emoción que vivimos los miles de andaluces presentes?
El impacto propagandístico de la procesión como objetivo que explica el apoyo público que hizo posible el traslado de los titulares y sus correspondientes paso y trono, ya empieza a cuantificarse. Sin embargo, los efectos religiosos pretendidos son, desde luego, de largo plazo y las cofradías andaluzas hemos puesto de nuestra parte todo lo que hemos podido y nuestros hermanos han querido. No podíamos desatender la llamada del Papa y en eso también hemos demostrado que la palabra imposible no existe en el argot cofrade. La tradicionalmente minusvalorada religiosidad popular andaluza, que tantas prevenciones despertaba en el pasado, resulta ahora de tanta importancia como para habernos invitado a vivir la locura que hemos hecho.
En cuanto a los efectos turísticos, preparémonos los andaluces para la próxima Semana Santa.
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