La encrucijada de Los Asperones

El plan de realojo impulsado por la Junta de Andalucía sólo ha conseguido, desde principios de 2010, la salida de 25 de las 264 familias censadas en esta barriada

La encrucijada de Los Asperones
La encrucijada de Los Asperones
Sebastián Sánchez / Málaga

13 de junio 2011 - 01:00

Cuatro minúsculos pollos corretean de un lado a otro de una calle encerrada por una decena de casas bajas, desconchadas, en las que se puede contemplar la ropa interior colgada a secar. En el portal de uno de estos inmuebles, en un cartel pintado a mano se lee: "Se vende tabaco, 380; Cocacola, 150; Pepsi, 150; Pollos, 50". Pero en su interior no hay mostrador, ni estanterías... Justo enfrente de esta tienda camuflada se encuentra la casa de Dolores, una de las casi mil vecinos de Los Asperones, que clama por salir de esta barriada marginal.

"Llevo viviendo en Los Asperones desde hace veinte años; en la misma casa, y desde ese día siempre estamos igual, que si nos vamos, que no nos vamos, que nos vamos... He casado a mi niño y tengo un nieto que espero que no se case para poder irme de aquí". Dolores lleva la mitad de su vida sabiendo de las alegrías y los sinsabores de un barrio levantado por el Ayuntamiento para realojar temporalmente a los ocupantes de los poblados chabolistas de la Estación del Perro, del Puente de los Morenos, de Portada Alta y de corralones como los de Martínez Maldonado y Castilla.

Pero los años han pasado y Dolores y su familia siguen en el mismo sitio al que llegaron dos décadas atrás. El suyo es uno de los muchos nombres que aparecen en la lista del plan de realojo que la Junta de Andalucía y el Consistorio, en colaboración con otros colectivos, pusieron en marcha hace más de un año y que busca encontrar un lugar digno para estas familias. "Tengo muchas ganas de marcharme, bien lo sabe el señor", dice alguien que casi a diario recorre los barrios de la ciudad mirando las fachadas de los edificios buscando carteles de Se vende o Se alquila y llevando esa información a los trabajadores sociales que trabajan en el programa de Los Asperones.

La forma de actuar en Los Asperones varía respecto a los modelos empleados en espacios como La Corta, donde las administraciones optaron por levantar un bloque y reubicar en él a las mismas familias que antes sobrevivían en otros núcleos chabolistas. "Eso ha fracasado", comenta Juan Alcaraz, responsable del plan de actuación de la Junta. Al contrario que esas otras experiencias fallidas, en Los Asperones la clave es estudiar caso por caso, conociendo una por una "las inquietudes, las necesidades, las expectativas que tienen las familias; cuáles son sus ingresos".

Proceso por el que ya ha pasado Dolores, que ansía dar el siguiente paso. "Quiero un sitio digno, como todo el mundo, donde mis niños crezcan y vayan a colegios normales". "Queremos irnos, queremos irnos, estamos hartos de estar aquí", sentencia. Su voz expresa el deseo de la inmensa mayoría de los habitantes de una barriada sobre la que pesa una sombra permanente. Pero como apunta Abelardo, "Los Asperones tiene más fama que hechos".

Los Asperones representa el contraste a lo que son las estampas del centro histórico. Pasear por entre sus casas no tiene nada que ver con hacerlo por la calle Larios o el Paseo del Parque, pero sus ocupantes son de carne y hueso. "Con Los Asperones hay mucho prejuicio", admite Juan Alcaraz. Él sabe de lo que habla, de familias que tienen contratos temporales y que se ganan la vida como cualquier otro vecino de Carretera de Cádiz, de padres que, asumiendo la realidad problemática de la barriada, llevan a sus niños a los colegios del entorno. "La gente se piensa que es lo que sale en la tele, con los caballos... Pero hay de todo", comenta.

"Aquí hay gente de todo tipo, buena y mala, como en todos lados, porque en la calle Larios también la hay", cuenta Abelardo. La suya es una de las 25 familias que desde principios de 2010 han sido realojadas en otros barrios de la ciudad o municipios de la provincia. Y, por lo que cuenta, no hay queja alguna. "Salí el 27 de octubre de 2010, después de haber llegado aquí en 1992".

Cuenta que en aquel entonces, cuando conoció a su mujer, compró su casa en Los Asperones por 300 euros. Es padre de tres chicos, de 11, 13 y 15 años. "El cambio lo empiezas a notar en cuanto sales y ves la realidad de la vida", relata. La principal razón por la que insistió en marcharse fueron sus hijos, "porque aquí se vive cómodo, hay que decirlo; no te llevas los palos económicos que te dan fuera". "A mis 40 años no tengo nada que perder pero los niños estaban por medio y quería salir del barrio por ellos; cuando lo hice me quedé descansando".

Abelardo está agradecido por la forma en la que sus nuevos vecinos le han acogido. Saben que es un gitano que viene de Los Asperones, pero eso no supone un problema. Eso sí, como él mismo añade, "el gitano es gitano adonde vaya, pero no para el gitano, sino para el payo". "Estoy muy contento con los vecinos, pero una cáscara de pipa que se tira al suelo y una mirada que se echa al gitano; pero la gente te habla con una dulzura, como queriendo transmitirte confianza".

El camino ya iniciado por Abelardo es el que más tarde o más temprano emprenderá el resto de censados en Los Asperones. El proceso, como admite Alcaraz, está siendo más lento de lo previsto. El primer calendario apuntaba a su culminación en 2014, pero esa primera fecha se ha trasladado a 2015. A las 25 familias ya reubicadas hay que sumar otras 90 con el trámite previo cubierto y a la espera de dar el paso. En Los Asperones hay censadas 264 familias.

Siete meses después de su salida, Abelardo paga un alquiler por ocupar el piso en el que se encuentra en este momento, una vivienda que él mismo eligió. Pasados dos años de renta, tendrá la opción de comprarlo, algo que teme. "Los alquileres rondan entre los 80 y los 200 euros", dice el responsable autonómico, que precisa que se ponen esas cantidades con la idea de que si optan a adquirir los pisos "la carga de la hipoteca suponga como mucho unos cien euros más". "Hay familias que tienen el vértigo de salir y nosotros tratamos de ayudarles, de decirles 'aquí está la red...'", añade.

De ese temor Perea sabe mucho. Él es uno de los técnicos que trabaja de cerca con estos vecinos. Conoce sus nombres, sus circunstancias y sus miedos. Llegó a la barriada hace 12 años, con Cáritas, aunque su relación con el plan de realojo es más reciente. A cada paso que da algún residente asoma la cabeza en la furgoneta o de la vivienda para gritarle: "¿Perea, que hay de la casa?". "Es un barrio que está esperando a que se le dé su vivienda porque fueron realojados aquí de forma transitoria, para dos o tres años, y lo que se van contando generación tras generación es que van a salir; llevan esperando para 25 años y tienen esa desconfianza", explica.

En una esquina se ve a Manuel sentado a la sombra. Junto a él un perro atado ladra ante la presencia extraña. "Manuel, pa lo que usted quiera…", se presenta. "Llevaremos de 18 a 20 años", dice cuando se le pregunta por su estancia en Los Asperones y, a diferencia de otros, afirma sin complejo que le gustaría pasar lo que le queda de vida en esta barriada. Su mujer, por el contrario, tiene ganas de salir. Tiene nueve hijos, nietos y "hasta tataranietos" viviendo en la zona. "Nací debajo del puente de hierro que hay en el Guadalmedina; no teníamos casa ni na, na más que andando pa arriba y pa abajo", cuenta. Sus niños vieron la luz en la Estación del Perro. De allí, a Los Asperones.

A Félix se le descubre en el interior de una pequeña furgoneta. Le pregunta a Perea por lo de la casa, que para cuando, que tenga en cuenta su circunstancia, que tiene tres niñas... Ocupa lo que llaman un cuartillo, es decir, una pequeña autoconstrucción que ha levantado al lado de otra vivienda más amplia. Es difícil calcular la superficie de un habitáculo en el que no se vive, se malvive. Todo lo que se observa en lo que hace las veces de salón, comedor, cocina, dormitorio, ha sido recogido de la calle. El frigorífico, la placa de cocina, el sofá… Hacia el interior, un pequeño cuarto con dos camas para las niñas y un aseo.

"Toda mi familia es de aquí", cuenta. Dice que ganas, ganas, no hay de irse de la finca de Los Asperones. Félix es chatarrero. "Hay que comer todos los días y a ver cómo pago yo; ingresos no tenemos, le echo diez euros a la furgoneta y lo mismo cojo 40 que me vengo vacío". "La crisis en el barrio se vive el doble", añade Perea.

Los Asperones es un cruce de caminos entre la marginalidad y el olvido; un escaparate de la insolvencia de las administraciones públicas y del deseo por rectificar los errores del pasado. Más de 250 familias sobreviven desde hace 25 años en una parcela que, en su origen, aparecía rodeada de la cochambre, de los restos de los vehículos abandonados, y que en la última década es testigo silencioso de la nueva ciudad que se levanta en el entorno de El Cónsul y Teatinos. Es una barriada estancada en el tiempo.

Manuel, un vecino de Los

Asperones que lleva 20

años viviendo en la zona.

Una gallina corretea por

una de las calles de

Los Asperones.

Una de las decenas de

construcciones

levantadas en la barriada.

Félix, en el interior de una

habitación que hace las veces

de dormitorio, cocina...

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