La estrategia fenicia
Entre la Victoria y Fuente Olletas, este barrio se extiende como una ciudad independiente en la que se puede encontrar prácticamente de todo y de una manera distinta, siempre con su historia a cuestas
Entre quienes vienen de fuera de Málaga y pasean por la ciudad, el nombre Cristo de la Epidemia suele provocar sarpullidos. Hay algo decididamente barroco en semejante combinación de lo divino y lo tétrico, encerrada en tan breve fórmula. Pero el título de este barrio, y de su principal calle, se debe a una ermita en la que durante el siglo XVIII habitó la talla de un Cristo que, sacada en procesión, terminó con una terrible epidemia de peste. Hay mucho de leyenda en este enclave, que durante la etapa musulmana albergó una zona de tejares que limitaba con la necrópolis que se extendía desde la Alcazaba hasta la Cruz Verde. De alguna forma, el cruce del Jardín de los Monos y la llegada desde aquí a la calle significa salir del centro, y eso se traduce en el acceso a un mundo distinto, un barrio que, a pesar precisamente de su cercanía respecto a las más importantes áreas comunes de la ciudad, presenta de inmediato reglas distintas, un aprecio por la proximidad y el elemento humano que hace posible las relaciones. La misma calle Cristo de la Epidemia, emblemática en su cualidad vertebradora, acoge en sus dos aceras un cosmos en el que se puede encontrar prácticamente de todo, como en una ciudad autosuficiente que consume sin descanso lo que a su vez genera. Se respira, en este sentido, cierta naturaleza fenicia, la habilidad de ofrecer lo que el cliente necesita exactamente y de un modo que apenas se puede encontrar en otras partes de la ciudad. Seguramente, por ejemplo, no hay tantas ferreterías por metro cuadrado como aquí en ninguna otra ciudad de España; y además, si usted acude a cualquiera de ellas en busca de una tuerca, una tuerca especial, rara, precisa, única, imposible, puede tener por seguro que la encontrará. Estará escondida en un cajón carcomido, pero allí le esperará. Lo mismo se puede decir de las tiendas de moda, zapaterías, talleres, restaurantes, bazares y otros establecimientos. Basta pasear por esta cuesta de tan notable inspiración mediterránea y sus aledaños para sospechar que en alguna parte alguien esconde el Santo Grial. Y que si se pide en el mostrador correcto, podrá adquirirse por un precio razonable.
Pero conviene arrancar este tránsito desde el principio: Cristo de la Epidemia, esquina Jardín de los Monos. El paseo comienza con una de las carnicerías más famosas de la ciudad, en la que se puede comprar el mejor cordero lechal del condado y unos flamenquines preparados que en Córdoba merecerían los suspiros más inspirados. Inmediatamente aparecen las casas más antiguas del barrio, pequeñas viviendas de una y dos plantas con fachadas de colores que, en su mayoría, piden una reforma a gritos (algunas han sido recientemente derruidas y en los solares ya se anuncia la construcción de próximos edificios de apartamentos) y que se combinan con otros bloques y algunos nuevos invitados, como un restaurante italiano que, harto de las peticiones populares al respecto, ha terminado incluyendo pizzas en su carta. Tras un negocio de reprografía e imprenta en el que merece la pena entrar para ver una colección de fotografías antiguas del barrio (los caminos de tierra, los carros tirados por bestias, los vetustos tranvías), sale al paso el primer asador de pollos, que despide un más que notable aroma a curry y algunos humos no muy saludables a través de un extractor endiablado. Aquí, la calle Cristo de la Epidemia se ensancha y adquiere su fisonomía de gran avenida: antes han salido al paso algunos cafés de clientela fija que abren antes del alba y sirven churros a destajo y tiendas de moda donde pueden comprarse faldas por 10 euros, pero ahora las aceras son más amplias, los naranjos gobiernan el paisaje, los edificios son más altos y no pocos vecinos pasean a sus perros. Málaga es aquí exquisitamente costumbrista, con un cierto regusto británico pero a la vez cálida y sureña, metropolitana. El mestizaje sale al encuentro, hay jóvenes africanos que pasean en grupo mientras discuten en voz alta para dejar escuchar la palabra Mourinho y bazares y tiendas de alimentación en las que los chinos que atienden sentados tras el mostrador ven canales de televisión orientales en sus portátiles. Pero donde antes reinaban los negocios familiares ahora cunden los supermercados y las peluquerías de alta gama. También hay fruterías donde se pueden encontrar ya exquisitas picotas, hamburgueserías de emblemáticos camperos, farmacias y papelerías. El Colegio de las Adoratrices, con su admirable capilla neogótica, articula los horarios del barrio mientras los alumnos entran y salen con sus carpetas y libros. En los bancos, que son muchos, los pensionistas compiten con los vendedores de lotería por un sitio a la sombra. Antes, el restaurante Nerva ofrece unos menús del día muy atractivos y uno de los mejores guisos de rabo de toro que se pueden probar en la ciudad. La afición taurina estalla aquí en carteles y fotografías, hay cuadros de Eugenio Chicano (uno de los vecinos más ilustres del barrio) y restos mecánicos del antiguo cine que a mediados del siglo pasado ocupó la misma manzana. Más al norte, el propietario de otro bazar chino blasfema en castellano con una pronunciación portentosa, y parece que también es del Madrid. La cafetería Glassé presenta un aire distinguido, casi francés, y de hecho sirve unos croissants de los que no se olvidan (en verano son también recomendables sus helados de pistacho). Y aquí están las ferreterías con sus arsenales de reparación doméstica. Hay más asadores de pollos, tiendas de telefonía móvil y un vivero que luce espléndido mientras avanza la primavera. No pocos negocios han cerrado. La crisis aprieta y continúa asfixiando.
En sus aledaños, la calle Cristo de la Epidemia queda rodeada, dentro del mismo barrio, por la silenciosa calle Fernando El Católico, la calle María y otras vías angostas que tejen un hermoso entramado hasta la cuesta del Seminario, en una acera; y en la otra, por la calle Manrique, con sus problemas de aparcamiento y algunos hallazgos como una asociación para la cría de palomas mensajeras, y por la calle Paco Miranda, incomprensiblemente sucia y hostil a pesar de su arboleda. Pero Málaga se perdona aquí a sí misma. Libre.
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