Lo que le falta al lobo para ser cordero
Nunca ha sido tan difícil y tan importante escoger un buen disfraz para el Carnaval l Casi cualquier modelo puede ser interpretado como poco apropiado por los adalides de la corrección política l Al fin y al cabo, ¿qué atuendo escogería uno si tuviera la opción de ser otro, de una vez y para los restos?
ANDA , resulta que ya es Carnaval. Esta noche es la final de agrupaciones en el Cervantes y mañana saldrá ya cantidad de gente disfrazada por el centro, aunque para pasar por la Plaza de la Merced lo mejor será hacerlo en plan Equipo A y procurar que no muera mucha gente. Hace poco estuve en El Gato Negro, en Carretería, y vi cómo un respetable señor mayor salía feliz por haber conseguido su muy ansiado atuendo de Drácula. Con unos colmillos debía estar para comérselo. Estrictamente, creo que el único disfraz que he tenido en mi vida fue uno de Spiderman que me duró hasta los 7 años. Luego he ido usando los cotidianos, los que se pone uno todos los días para parecer tal o cual cosa. Creo, de hecho, que por aquello del clima Málaga es un ciudad especialmente dada a la apariencia, en la que todo el mundo representa un papel en cuanto sale a la calle y lo defiende a muerte. El Barroco aquí persiste de esta manera, todo es un teatro, las mujeres son muy mujeres y los hombres son muy hombres, los ricos muy ricos y los pobres muy pobres, o al menos van dejándolo claro a cada momento. En pocas ciudades como en Málaga, además, cabe la posibilidad de conocer la vida y milagros al completo de cualquiera que se detenga al lado: los malagueños somos así, expositivos, dispuestos siempre a la confesión, sin muchos escrúpulos y en voz muy alta. Eso también forma parte del alter ego. Por eso, la verdad, no me apetece demasiado disfrazarme en Carnaval: con mi barba y mis pelos largos, mis deportivas usadas, mis vaqueros penitentes y mis sudaderas anchas bastante tengo el resto del año (para el verano me apaño con una camiseta barata, y el resto más o menos igual). Pero claro, reconozco que no soy libre. Hace poco Manuela me regaló una boina, una txapela negra reglamentaria, de ley, lindísima, digna de Alfonso Sastre, pero hasta ahora he sido incapaz de ponérmela; sólo una vez, en una excursión a Ronda, donde la lucí porque hacía frío y porque había menos riesgo de encontrarme con alguien conocido. Algún día caerá, pero no en Carnaval.
Aún así, ¿de qué podría salir uno disfrazado en Carnaval? En estos tiempos de corrección política el asunto puede ser peliagudo. Habrá algún gracioso que se disfrace de Tejero, y no faltará quien se sienta ofendido. Lo de ir de Gadafi puede estar bien, sobre todo con un buen fajo de billetes y las llaves de una promoción de apartamentos en Benahavís, pero se corre el riesgo de salir con una pedrá en el esternón. Un disfraz que me gusta especialmente (no para mí, que conste) es el de cigarrera, pero cualquiera lo propone. Mejor sería aparecer directamente como un actor fumando un Ducados en un escenario (por cierto, abro otro paréntesis para decir algo que me apetece: Pajín se equivoca. Y no porque sea una barbaridad retrógrada prohibir a unos actores que fumen en un escenario, sino porque hay un error conceptual de base. Si la nueva ley prohíbe fumar en espacios públicos, un escenario no es un espacio público, como sí lo es el resto del teatro, sino privado. Sólo se permite el acceso al mismo a profesionales del teatro o a personas debidamente autorizadas. Así que prohibir fumar ahí supone una invasión evidente de derechos. Para que quede más claro: nadie se sorprendería al ver a una persona desnuda en un escenario. Pero si una persona se desnuda en el patio de butacas, puede ser denunciada por escándalo público. De igual forma, una cosa es fumar en un escenario y otra hacerlo en el resto del teatro, por más que a la primera fila le puedan caer no sé qué restos de humo. Y cierro el paréntesis). Si uno se disfraza de diablo, de duende, de Harry Potter o de Frodo Bolsón, la Iglesia, poco amiga de la imaginación, puede ofenderse; pero si uno se disfraza de Cristo, corre el riesgo de ser excomulgado. Lo malo es que los lobos sueñan con ser corderos todo el año. O parecerlo.
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