La familia malagueña Serrano Martín: seis de ocho hijos disléxicos que han ganado el pulso al sistema educativo

Han contado con la ayuda de la Fundación Héroes y el programa CaixaProfinfancia para recibir apoyo psicopedagógico

Dislexia: Esa gran desconocida

María Jesús Martín, en el centro, con seis de sus ocho hijos con dislexia.
María Jesús Martín, en el centro, con seis de sus ocho hijos con dislexia. / Caixaproinfància

En la casa de los Serrano Martín ha habido una dificultad de aprendizaje que en su familia ha sido todo un reto. Seis de los ocho hijos de María Jesús tienen dislexia, aunque tardaron años en saberlo. "Sabíamos que algunos podían tenerla, pero no que íbamos a tener tantos", recuerda esta madre malagueña de 57 años, que ha aprendido a descifrar la frustración de sus hijos cuando estudiaban. "El sistema no está preparado, a los disléxicos no se les puede evaluar igual, porque lo que saben no son capaces de expresarlo en un examen", lamenta en una entrevista con este periódico, cuya historia hizo pública El País el pasado domingo.

Su marido era disléxico y la dislexia es hereditaria, algo que no sabían. "La primera con la que vimos que había algún problema fue con la cuarta", recuerda. A los tres años, Irene todavía no hablaba, algo que alarmó a María Jesús. "La pediatra no lo tomó muy en serio, decía que era pequeña, que esperáramos", sostiene. Cuando la niña cumplió cuatro años y entró en el colegio, el silencio seguía ahí. Le descubrieron un 33% de minusvalía por una sordera que venía de una otitis que no se había curado. A partir de ahí empezaron a tratarla y vieron que "había algo más".

Irene fue la primera en recibir diagnóstico, pero no la única. "Después vino el tercero, que en el colegio no sabían qué le pasaba. Era inteligente, sabía cosas, pero a la hora de examinarse no era capaz de expresarlo", relata. Alfonso, con la dislexia más severa de la familia, repitió cuarto de Primaria porque "la profesora no sabía qué le pasaba". Pero no mejoró en los dos cursos siguientes. Cuando entró en primero de la ESO, le tocó un profesor que era disléxico: "Supo cómo hacer que el niño avanzase, lo llevó hasta el final. Hizo el bachillerato del tirón y se tituló".

Con el tiempo, María Jesús fue aprendiendo a moverse entre diagnósticos y reuniones de orientación. "Solo me he encontrado algunos profesores que de verdad han sabido cómo tratarlos, el sistema no está preparado", denuncia. Desde su experiencia corrobora que "que les den media hora más en un examen no es una solución" y defiende que las pruebas tienen que ser diferentes, adaptarse a sus necesidades para que puedan demostrar su conocimiento. Decidió "dar guerra" desde el AMPA para que, al igual que sus hijos, otros niños con dislexia se sintieran más comprendidos.

La dislexia, explica, tiene muchos niveles y afirma con convicción que "los disléxicos son gente muy inteligente". Este trastorno del aprendizaje puede afectar en el cambio de letras, pero tiene otras variantes: hay quien no es capaz de escribir lo que el cerebro está pensando. Por eso insiste en que la forma de enseñar y de examinar debe adaptarse. "A los disléxicos no se les pueden poner los textos enrevesados, tienen que ser directos", ejemplifica. "Me he encontrado profesores que no entienden la dislexia", añade. En el colegio han tratado de ayudar, pero cuando llegan los exámenes "no pueden hacer mucho" y, además, la Prueba de Acceso a la Universidad "es igual para todos, y eso no es justo".

Los hijos de la familia Serrano Martín en la Fundación Héroes.
Los hijos de la familia Serrano Martín en la Fundación Héroes. / Caixaproinfància

A lo largo de los años, esta madre ha visto cómo cada uno de sus hijos afrontaba la dificultad a su manera. Hijos que ahora tienen entre 13 y 30 años, muchos de ellos ya "han madurado" el trastorno, es decir, no es tan severo como cuando eran pequeños. "La mayor tenía un coeficiente muy alto", recuerda. Teresa, la hermana mayor, leía muchísimo, pero tenía muchas faltas de ortografía: "En un mismo texto te podías encontrar la misma palabra escrita de muchas maneras, se quedó en el cambio de letras".

Miriam, la segunda, siempre ha tenido más dificultad con las redacciones. Alfonso, "el más disléxico", le costaba "mucho trabajo escribir, aunque hacía redacciones largas". La cuarta, Irene, además de dislexia tiene una disfasia del desarrollo que le impide escribir textos extensos: "Para ella una redacción larga es imposible, solo puede hacer frases cortas y a veces le cuesta retener lo que estudia". Miguel Ángel sufre disortografía y dificultades con los idiomas, igual que Marta, la séptima. "Los pobres lo pasan fatal con los idiomas, ya les cuesta en español, imagina en inglés", confiesa. En cambio, Karol e Isabela, la sexta y la octava, "no tienen dislexia ninguna".

Marta, dice su madre, "se hincha de estudiar, y por mucho que estudie inglés, del tres no pasa". Para ellas es una situación "frustrante": "Y encima que te digan que no ha estudiado...". Recuerda el día en que Miguel Ángel se rebeló ante la incomprensión de su profesora: "Le dijeron dos veces que no había estudiado, y él pensó: 'Pues ahora no voy a estudiar, porque para matarme y no sacar, prefiero dejar la asignatura'". Le costó un año más de bachillerato, pero lo consiguió.

Estudios de Grado y formación profesional

Pese a que los años de aprendizaje fueron un camino con baches, supieron atajar las dificultades de la dislexia con esfuerzo y apoyo. Teresa estudió Bellas Artes y trabaja en una empresa internacional en Turquía. Miriam está en Alemania, cuidando a pequeños. Alfonso es informático y programador y trabaja en el Parque Tecnológico. Irene, la cuarta, es auxiliar de enfermería y trabaja con personas mayores. Miguel Ángel estudió un Grado Superior de informática y está en Ingeniería en la universidad y trabajando. Con él, Karol, la sexta, terminó un grado de Administración de Sistemas Informáticos y quiere hacer un curso de ciberseguridad. Marta cursa segundo de Bachillerato, e Isabella, la pequeña, está en segundo de la ESO.

El apoyo de la Fundación Héroes de Málaga, a la que acudió hace dos décadas, ha sido fundamental. Empezó a trabajar con ellos cuando diagnosticaron a Irene en 2005. "Me dijeron que había una asociación que ayudaba con logopedia, y empecé a ir", comenta. María Jesús confiesa que les han "ayudado mucho": "Con gafas cuando alguno las ha necesitado, apoyo escolar con logopeda y psicólogo para tratar la dislexia, y con los campamentos de verano, porque a estos niños parar dos meses no les viene bien, necesitan una rutina para no olvidar lo que saben".

También ha contado con el respaldo del programa CaixaProinfancia, con el que está muy agradecida. Sobre todo, desde que el año pasado falleció su marido. "Para nosotros ha sido un apoyo muy grande, sobre todo cuando los niños eran más pequeños y necesitábamos más ayuda", comparte. La fe también está muy presente. "Nosotros vivimos la fe desde dentro, en comunidad, en San Patricio, y vemos la realidad desde otro punto de vista, diferente al que no la tiene. Para nosotros es imprescindible", admite.

Pese a que cuatro de ellos están emancipados y algunos viviendo en el extranjero, intentan reunirse todas las semanas por videollamada. "Los que están fuera, cuando vienen, nos reunimos todos. Nos echamos mucho de menos", comparte. Y confiesa, feliz, que ya es abuela. Su primera nieta, que también la ve por videollamada. "Tenemos mucha unión entre todos", confirma. La dislexia ha podido complicar un poco el aprendizaje de esta familia numerosa, pero no ha impedido que lleguen hasta donde han querido: "A los que tenemos hijos con cualquier dificultad tenemos que estar al pie del cañón".

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