“El jazz, como el flamenco, ha pasado el filtro de los años, no son músicas de usar y tirar”
José Manuel Leal 'Tete', saxofonista y presidente de la Asociación de Jazz de Málaga
El director del Centro de Artes y Música Moderna de Málaga (CAMM) reflexiona sobre las raíces folclóricas del género y apuesta por hacer una “labor de evangelización”.
Málaga/'Tete', como le conocen desde pequeño sus amigos, tenía en mente desde pequeño que quería tocar el saxofón, y eso hizo. Después de vivir una década fuera de Málaga, entre Barcelona, Madrid, Bélgica, Bruselas o Colombia, lugares en los que se empapó de la música jazz, la enfermedad de su padre le trajo de vuelta a la ciudad, donde impulsó junto a otros músicos como Enrique Aurignac o Ernesto Olivares, la Asociación de Jazz de Málaga y, de ahí, la CAMM (Centro de Artes y Música Modernas de Málaga), escuela que mañana se encarga de inaugural el Festival de Jazz de Málaga en el Teatro Cervantes.
–¿Cuál fue el origen de la Asociación de Jazz de Málaga?
–Fue por casualidad, los astros se conjugaron. Nos vimos aquí unos cuantos músicos que habíamos estado fuera, tocando y viajando, y que creíamos que había un nicho por explotar, que era el del jazz. Cuando nos vamos fuera somos muy egoístas porque vamos esperando que la ciudad nos aporte cosas, volver aquí fue cambiar esa perspectiva y pensar que en lugar de esperar, pasar a ofrecerle nosotros a la ciudad. Bajo ese pensamiento nació lo que hoy en día es la Asociación de Jazz de Málaga, en octubre de 2011. Antes de esto, el jazz en Málaga era un páramo.
–¿Qué objetivo tiene?
–Nuestra labor también es un poco didáctica, no porque los conciertos sean didácticos, sino porque la gente ha de saber que esa música existe y que mola, y para eso se necesita un tiempo. Instaurar una corriente musical o artística lleva su tiempo.
–¿Cómo ha sido el recorrido desde ese germen hasta llegar hoy a la escuela de jazz?
–Al principio nos dejaron un espacio para que nos reuniéramos los domingos para dar clase de jazz. Después tuvimos la oportunidad de llevar la escuela municipal de Alhaurín de la Torre y presentar un proyecto nuevo en torno al jazz, algo que no existía hasta entonces. Estuvimos gestionando la escuela durante un año y medio, pero decidimos buscar nuestra propia casa, y este es el resultado. Inauguramos la CAMM (el Centro de Artes y Música Moderna de Málaga ‘Maestro Puyana’) en 2014. Es escuela, centro artístico, se hacen jam sessions, conciertos… es como un sitio cultural. En 2011 no imaginábamos que íbamos a estar aquí ahora con más de 300 alumnos y unos 20 profesores.
–¿Es el jazz en España un género desconocido?
–Claro, pero tienes que tener en cuenta que el jazz es una música folclórica afroamericana de Estados Unidos, y viene de un contexto social, político y racial muy concreto. Todo lo que sea sacarlo de ahí es descontextualizarlo. No es música folclórica española, entonces va a tener la repercusión en España de cuantos apoyos tenga. Lo que pasa es que ya hay festivales de jazz en todos sitios, pero durante el año hay una deficiencia tremenda.
–¿No se puede esperar que llegue a ser un género popular?
–Es que eso ya lo fue, en su contexto histórico. Ahora el jazz será una propuesta cultural que la gente abrazará más o menos según del acceso que tenga. Podríamos decir lo mismo de cualquier rama artística, como la música clásica.
–¿Hay gente que piensa que el jazz es aburrido?
–Es que, hasta a mi me parece aburrido a veces y otras sublime. Yo no soy muy de decir que esto es lo mejor del mundo. Lo guay de la música es que te hace sacar sentimientos y eso te lo puede provocar hasta el reggaetón, aunque sea raro que lo diga yo.
Un saxofonista con alma de guitarrista flamenco
José Manuel Leal ‘Tete’ estudió música clásica en el Conservatorio Superior de Málaga, aunque cuenta que de quien más aprendió fue de “Don” José María Puyana, su profesor en la banda de Miraflores-Gibraljaire, a la que entró con solo seis años. Con la mayoría de edad se marchó en busca de experiencias musicales que Málaga no le ofrecía, y acabó en Barcelona donde aprendió jazz. Ahora, con 35 años, toca el saxofón, la flauta, el contrabajo, el piano, etc. Y está al frente de la Asociación de Jazz y el CAMM, aunque insiste en que ambos son proyectos colectivos. A la vez, se declara amante del flamenco, arte que aprendió entre otros de La Lupi. Hace jazz, pero dice que aún espera ser guitarrista flamenco.
–Pero, ¿se puede comparar el jazz con el reggaetón?
–Yo dedico mi vida a la música y me encanta y, obviamente no me pongo reggaetón en mi casa, pero yo creo que la música no es sectaria. Es decir, si la naturaleza humana ha llegado a esto, a tener reggaetón en las discotecas, ¿quiénes somos nosotros para discutirla? Habrá que aceptarla.
–¿No cree, como muchos, que el reggaetón hace daño a la cultura en general?
–Yo estoy tan convencido del valor incalculable que tiene la música jazz, que no tengo que detractar otra música para creerme lo que estoy haciendo. Para mi la música es un contexto social, lo que pienso es que esas músicas han estado ahí y seguirán estando. Ya veremos si el reggaetón pasa el filtro de los años, si dentro de 200 años estamos haciendo una retrospectiva de la historia del reggaetón.
–¿Usted qué diría?
–No puedo jugar a ser Dios. Lo único que puedo hacer será aceptarla y pensar que igual tiene algo que no entendemos y que está más allá del ritmo o la armonía simple, que llama a algún sentimiento interior del ser humano. Mi posición es la de no sectarismo con la música, aunque ya te digo que no me gusta ni la escucho.
–Además de jazz, ¿qué otra música escucha?
–Me gusta el jazz y después el flamenco. Pero no me gusta cuando se mezclan, prefiero el arte en su contexto. Me gusta La Agujetas o La Paquera de Jerez, y me gusta Jonny Hate Jazz y Sidney Bechet. También escucho música clásica. No suelo escuchar grupos, no me gustan The Beatles, no me gusta el rock… eso me satura. Dame cualquier música folclórica, desde la mongola hasta la música tradicional marroquí, la hindú...
–¿Qué tienen en común el jazz y el flamenco?
–Ambas son músicas folclóricas y ancestrales, que vienen de siglos y siglos de recombinaciones y eso tiene un poso, que hace que gente que tiene sensibilidad al arte valore su belleza, aunque sean diferentes porque el ritmo y todo es distinto. Esa música ha pasado el filtro de los años, Georgie Dann no. Creo que a la gente que tiene la sensibilidad por el arte aprecia la belleza ya sea en el flamenco o el jazz. No es música de usar y tirar.
–Hace poco cerró The Clarence, y antes Onda Pasadena, ¿queda algún local en Málaga donde disfrutar del jazz en vivo?
–Hay un sitio que se llama La Nave, donde organizan conciertos, pero no solo de jazz. Nosotros aquí, puntualmente, hacemos algún concierto, pero desde que cerró The Clarence, que era el único club de jazz que había en Málaga con una programación semanal, no hay nada. En Fuengirola, está el Speakeasy, que es como una coctelería que tiene cierta programación de jazz. En Nerja también hay un club. El problema es que el arte siempre ha sido deficitario, no casa muy bien con eso de poner un negocio.
–¿Se echa de menos un club así?
–Sí, todo lo que implique espacios culturales donde se haga arte se echa de menos. Pero yo, por ejemplo, no iba mucho tampoco, salvo algún concierto puntual o alguna jam sessions. Pero eso también tiene un lado oscuro en el que colaboramos los músicos y la gente que programa los locales, normalmente no se paga bien, las programaciones son mediocres salvo excepciones. Es lo que decía antes, que a la gente le guste el jazz es un proyecto a muy largo plazo, y aquí somos muy resultadistas.
–Además del saxofón, ¿qué otros instrumentos toca?
–Yo siempre he sido saxofonista, después mis inquietudes musicales me llevaron a tocar la flauta, el contrabajo, la guitarra flamenca, el piano… Yo la música no la entiendo desde una sola perspectiva, es decir, si quieres adentrarte realmente en el mundo de la música tienes que vivirla desde muchas perspectivas, por eso siempre les recomiendo a los alumnos que la estudien desde diferentes puntos de vista.
–¿Recuerda su primer saxofón?
–Desde antes de entrar en la banda, siendo muy pequeño, quería ser arquitecto y tocar el saxofón. No sé por qué, era una idea irracional que tenía. Y el primer recuerdo que tengo es una imagen de un saxofón, pero no sé si lo vi en algún sitio o si era un dibujo... Con seis años entré en la banda de Miraflores, y después de nueve meses de solfeo me dieron mi primer saxofón. Don José María Puyana (el profesor) me dijo: “¿Qué quieres, el clarinete o la flauta?” Y yo, todo asustado, le dije: “No, es que a mí me gusta el saxofón”. Después, con 15 años mi padre me compró uno; dormía con él y todo.
–Como saxofonista, ¿quiénes han sido sus influencias?
–La principal fue Don José María Puyana. De hecho, fíjate si ha sido alguien en mi vida que la escuela es “maestro Puyana” en honor a él. Don José tenía una educación espartana. Después, todos mis colegas, como Ernesto Aurignac y Enrique Olivares, que también estuvieron en la banda.
–Y, como profesor, ¿utiliza ese mismo método espartano?
–Un poco sí. Claro, soy un espartano del siglo XXI, pero con la misma seriedad. En realidad lo que él me enseñó es lo serio que es esto, y lo responsables, persistentes y constantes que tenemos que ser.
–¿Hay alguna diferencia entre la educación reglada de un conservatorio y la que se da en una escuela como esta?
–Sí, una diferencia abismal. De hecho cuando montamos la escuela lo que queríamos era intentar mitigar los errores que se cometen en la formación reglada.
–¿Qué errores son esos?
–El principal es no tratar la música como un lenguaje. Cuando un niño de un año quiere aprender a hablar, tú no le das un libro de sintaxis, porque el niño lo único que hace es repetir lo que escucha. En los conservatorios lo primero que hacen es darte un libro de sintaxis para aprender a tocar música, un libro con las notas, las partituras… y no enseñarte a escuchar. Una de las principales cosas que debemos hacer es desarrollar el oído, después vendrá el aprendizaje de la notación. El conservatorio lo que hace es formar a gente que entrará a formar parte de la cadena alimenticia de profesores de conservatorio, no cultivan músicos.
–Mañana empieza el Festival de Jazz de Málaga, ¿qué ha aportado este evento al género?
–Yo no creo mucho en los fuegos artificiales. Hacer estas cosas está muy bien, pero no está mucho más lejos del Black Friday o de la semana sin IVA de Media Markt. Es decir, sin desvalorar nada, esto es un momento ‘equis’ en una semana. Si queremos dar a conocer el género hay que llevarlo a los sitios donde esté la gente del pueblo, teniendo una programación regular en diferentes salas, en colegios, conciertos didácticos, centros culturales, etc. Hay que hacer una labor de evangelización con el jazz para que la gente se acerque al género, y eso no viene por hacer una semana el Festival.
–El acto inaugural lo hace la CAMM, ¿qué han preparado?
–Somos casi cien músicos en el escenario, y hacemos una especie de documental del jazz en vivo, utilizando todos los recursos que tiene la escuela: Big Band, Wind Esemble, coro góspel, coro de niños, orquesta sinfónica, batucada de percusiones, quinteto de jazz, profesores que tocan con los alumnos y un narrador que va hilando toda la historia del jazz. Es una producción propia con texto también original.
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