“El privilegio lingüístico castellano se construyó frente a un andaluz oprimido”

ÍGOR R. IGLESIAS | DOCTOR EN LINGÜÍSTICA

El profesor de la Universidad de Málaga, que ha estudiado la lingüística andaluza, afirma que el lenguaje inclusivo es “una necesidad” y cuestiona la imposición de criterios de la RAE

El docente, en la entrada de la Facultad donde imparte clases.
El docente, en la entrada de la Facultad donde imparte clases. / Javier Albiñana
I. M. Ruiz

01 de marzo 2020 - 08:08

Se recluta en la cumbre de una de las torres de la Facultad de Filosofía, aunque solo a ratos. Ígor R. Iglesias es de Huelva pero se conoce Málaga entera, quizá mejor que algunos malagueños, porque lo suyo es el contacto con la gente, escucharla y estudiar la forma de lo que dice. Desde una posición superior, analiza lo más llano entre papeles y libros que cita en su conversación, cual clase magistral. Crítico con cualquier tipo de opresión, sobre todo las lingüísticas, que también las hay.

¿Qué importancia tiene dominar la palabra?

Como conocimiento del qué decir, cuándo, a quién, dónde y cómo, es importante en tanto lo es el reconocimiento del valor de los discursos en los diferentes campos simbólicos, es decir, las situaciones comunicativas. No son iguales el qué y el cómo decir algo en un juzgado que en una conversación de bar o en un medio de comunicación. Cambia la situación y cambia el rol y, por ende, el valor de la palabra. Dominar el discurso y su adecuación implica beneficio social.

Se dice que los jóvenes de hoy en día hablan peor, ¿lo percibe en la Universidad?

Ni hablan peor ahora que antes ni peor que las personas adultas. Hablan conforme a diversos factores sociales, entre los que se encuentran su edad o su conocimiento del mundo. Esto está también muy relacionado con la vinculación directa de la ganancia social al interior del grupo: mucha de la aparente rebeldía lingüística está vinculada con la rebeldía general propia de la edad. No hay evidencia empírica que demuestre ni empobrecimiento léxico ni en otro sentido. Hay intereses y conocimientos diferentes.

¿Por qué existe entonces esa percepción?

Yo lo observo en personas que no leyeron un libro nunca de adolescentes y se quejan de que muchos jóvenes actuales lean a Harry Potter o cómics. También se llevaban hace dos o tres décadas las manos a la cabeza con la juventud perdida con Star Wars y aquellos paduan son jedais. Y luego está la posverdad de que hace 50 años la gente de 15 y 20 estaba los viernes por la noche hablando de Kant y de Hegel. La vejez parece que comienza cuando olvidaste a tu yo aquel tan sencillamente joven. Lo importante es que lean.

En cuanto a índices de lectura y educación en general estamos en la cola.

Yo soy sociolingüista crítico decolonial. Estudio, entre otras cosas, las jerarquías sociales y lingüísticas a partir de las prácticas discursivas y de las ideologías lingüísticas y sociológicas. En mis estudios he visto que gran parte de esta ideología viene mediada por una institución social de primer orden: la escuela. Además, revisando las leyes educativas sobre la asignatura de lengua, he visto que los conceptos están más relacionados con la construcción de una diferencia social que con el conocimiento efectivo de la lengua y su aplicabilidad con garantías de éxito comunicativo. Y esto no surge de la nada. Ha sido importante ver su construcción histórica, los diferentes hitos del privilegio lingüístico y social, producto de prácticas de violencia y despojo sobre grupos humanos construidos e identificados como otro inferiorizado y oprimido.

Hablamos de “opresiones”. Primero, de la mujer. ¿Hay que decir ministros y ministras?

Nadie ha puesto nunca el grito en el cielo ante fórmulas estilísticas como damas y caballeros o niños y niñas. Pero si se trata de sustituir alumnos por alumnado, sí. La machirulada está clara. El uso del femenino inclusivo no lo veo mal. Y el desdoble tampoco.

El docente, en la entrada de la Facultad donde imparte clases.
El docente, en la entrada de la Facultad donde imparte clases. / Javier Albiñana

La RAE da por correcto el masculino genérico.

El lenguaje inclusivo no es una opción, es una necesidad. Un día quise visualizar en mi Facebook que dos personas investigadoras, una compañera y yo, habíamos recibido un premio y escribí “dos investigadores”. Entonces me di cuenta de que estaba invisibilizándola y decidí sustituir la letra “e” por una “x” apuntando a ambas personas y evitando tan injusta ambigüedad. Hay ambigüedades que son explícitamente injustas. Estamos hablando de seres humanos y, en concreto, de un grupo social sometido a una opresión implícita que atraviesa nuestras prácticas cotidianas sociales. Ninguna de estas razones lingüísticas es la que pone la RAE sobre la mesa. Estamos hablando de cosas muy serias como para tener que estar esperando a que el amo nos autorice desde su trono a decir esto y aquello con las palabras que ellos elijan.

Subyace de estas palabras una nítida crítica a la institución...

Bueno, no es crítica gratuita. Si se trata de una especie de hablar con permiso, ¿en qué momento necesitamos tal licencia? Es absurdo. Además, todo lo que publica se ha generado en las universidades y no todo lo que las universidades producen al respecto, sino lo que cuadra con su ideario, el ideario de limpiar, fijar y dar esplendor, aunque lo vistan con ropajes de unidad en la diversidad. Apelo a Juan Ramón Jiménez, ¿necesitamos en este Moguer simbólico que vengan los académicos de Madrid a darnos el permiso de cómo nombrar las cosas o a corregirnos, para que las nombremos como la nombran allá? Yo soy científico del lenguaje, no policía del lenguaje.

¿Está en contra de lo que denomina “preservar el lenguaje?

Mientras haya seres humanos se preservará el lenguaje. Pero si a lo que se apunta es a que en el año 2500 se hable igual que en el año 2000... Las lenguas cambian y varían. Lo interesante es estudiar esos cambios. Ponerle puertas al campo es absurdo. Plantearlo solo puede surgir de una formación muy pobre en cuestiones lingüísticas, sociales y antropológicas, de un esencialismo más político que científico.

Otra opresión, la del andaluz. Habla de una “ideología de inferiorización contra Andalucía”, ¿a qué se refiere?

Hablo de ideología como una representación sociocognitiva, es decir, en nuestra mente, y socialmente compartida por los grupos sociales a partir de la cual se constituyen las prácticas sociales. Hay una desvalorización lingüística del hablar de las personas andaluzas, de su léxico, de su fraseología, de su fonética, etcétera. Y no solo en cuestiones lingüísticas: esta inferiorización es una construcción histórica. Es explícita en discursos desde el siglo XVI en adelante. Supuso la construcción del privilegio lingüístico castellano frente a un pueblo andaluz inferiorizado y oprimido a lo largo de los siglos. Y funciona implícitamente como un tipo de microviolencia, como el microrracismo o el micromachismo. Así que hablamos de biopolítica, donde el marcador no es el color de piel, sino lo lingüístico; hablamos de un tipo de racismo, de raciolingüismo o racismo lingüístico y aporofobia lingüística. Aquí se dan la mano clasismo, racismo y patriarcado.

En su tesis alude a esa “opresión del uso del andaluz dentro y fuera de Andalucía”, ¿nos creemos los propios andaluces menos?

Hay presión normativa, una estructura de dominación normalizada. No se trata de que nos creamos menos o más, ni de orgullo ni de complejos. Si nos seguimos manejando con esas conceptualizaciones seguiremos en la misma rueda de molino dando vueltas sin resolver nada. Se trata de que hemos objetivado esas estructuras de dominación, esa ideología lingüística y ontológica que circula en los discursos que hemos escuchado en la escuela, en los medios, en la calle. Esas conceptuaciones son solo interpretaciones del mundo desde experiencias concretas. Todo está situado y no hay punto cero. A partir de esto yo he hablado del proceso de desespacialización que supone la ideología de lo estándar que siempre supone a un otro que siempre es marcado, con acento, frente a una falaz neutralidad propia. Y esto se enseña en la escuela y es normalizado por profesores que lo reproducen y ahí sigue la bola creciendo.

El docente, en la entrada de la Facultad donde imparte clases.
El docente, en la entrada de la Facultad donde imparte clases. / Javier Albiñana

¿Nos tenemos que avergonzar por corregirnos nosotros mismo al decir, por ejemplo, "asín"?

Yo no digo asín. Y si alguien lo dice me preguntaré cosas que intentaré responder con lo que sé y con lo que no. De ahí la investigación. Puede que la persona desconozca la forma así porque en su comarca o pueblo se diga de esta manera, que por otra parte no está en oposición funcional con así, por lo que si no hay oposición lingüísticamente pertinente y hay una asignación de valor de carácter sociológico ante este uso, estaremos hablando de una oposición sociológicamente pertinente, de un capital simbólico que no adquiere valor al interior de determinados campos simbólicos, como el académico, y que está desvalorizado, pues la forma privilegiada es así y no asín, como ya sabemos por nuestro adiestramiento al interior del sistema escolar. Ese privilegio se relaciona con la hegemonía de la que habla Gramsci.

¿Quiere decir que no hay problema en decir “asín”?

Es que le preguntas a un lingüista y, en concreto, a un sociolingüista. Si le preguntas a un policía del lenguaje te lo explicará de otra forma, seguramente jerarquizando a los grupos sociales, con un clasismo que ni siquiera es advertido por ese policía lingüístico. Es que ha objetivado la estructura de dominación y la reproduce. Por eso es importante hacer la crítica y estar aliquindoi.

Parece que en los últimos años vemos cómo el andaluz va saliendo a la luz: cuentas en las redes sociales como El Prinçipito andalúh, películas como La Peste o acentos como el de la portavoz del Gobierno, María Jesús Montero. ¿Deberíamos estar más orgullos de ser andaluces?

Le voy a decir que sí, pero matizo. No me gusta la palabra orgullo. Si orgullo sirve para imponerme a otros pueblos del mundo, no quiero esa palabra; si se trata de hablar de identificación, sí. Hablamos de nuestra forma de estar lingüística y culturalmente en el mundo, que no es mejor ni peor que otra; de que un pueblo, una cultura, unos grupos sociales, que además sufren y han sufrido opresión históricamente, ponga en valor su cultura, su léxico, su fraseología, su acento o pronunciación. Si se trata de poner en valor, luchar contra ello, ridiculizarlo o infravalorarlo es un modo de etnocidio y epistemicidio, de etnocentrismo, de racismo.

¿Cree que existe esa inferiorización, en otro nivel, entre la capital y los pueblos de la provincia?

La cuestión capital y provincia se da en todos los lugares. Se construye una representación socicognitiva de la realidad en la mente de las personas que lleva a confundir mapa y territorio. Todas las personas somos seres humanos y no hay formas lingüísticas ni culturales mejores ni peores, solo diversos modos de ser. La diversidad es consustancial al ser humano. Málaga es de todos los municipios de la provincia el de mayor complejidad, por el número de habitantes. Es menor la complejidad social de Almogía o de Pizarra. Así que en Málaga se darán mayor número de diferencias sociales, muy marcadas.

¿Cuál cree que es principal problema de Málaga?

Bueno, el principal problema de Málaga es el de Andalucía. El desempleo. Un problema relacionado con esto es que hay un grupo social privilegiado respecto al cual se construye una identidad y como marcador de diferencia social respecto del resto de Málaga está adoptando una forma de hablar no malagueña o andaluza muy vinculada a esta diferencia social que se quiere marcar. Una de las consecuencias derivadas es la doble opresión que trasciende lo socioeconómico y que con el marcador lingüístico supone una desvalorización de la forma de ser y estar lingüística y culturalmente en el mundo de los andaluces. Por ejemplo, me pasa a mí. Yo hablo con acento andaluz y personas malagueñas que intentan hablar con acento castellano hacen valoraciones sobre mis saberes y cualidades como profesor incluso. Este comportamiento genera una brecha aún mayor. Es algo horrorozo, digamos en malagueño.

¿Qué le parece el proyecto de la Málaga cultural de Francisco de la Torre?

Pues no conozco bien el asunto. Pero diré que Málaga también son Los Asperones, que son seres humanos y que en Camino de Campanillas hay otro poblado donde niños conviven con la basura. Que las luces de neón son muy bonitas de noche, pero que hay una gran noche eterna en la que viven muchas familias en muchos barrios de este maravilloso lugar. Personas que también producen pensamiento y que no son escuchadas, cuyo grito o susurro inmenso llama a voces a quienes son responsables de la distribución de los servicios y del bienestar. Porque entonces estaremos hablando de que vivimos en el Titanic, con botes para unos cuantos. Y ya sabemos qué le pasó al barco de la Tita Ani.

Contra las opresiones desde la universidad

Ígor R. Iglesias (Huelva, 1980) tomó conciencia de que era andaluz entre Madrid y Burgos, donde su familia se trasladó cuando era niño. En el recreo no le dejaron jugar a fútbol porque “era andaluz” y su profesora aconsejó a sus progenitores que cuidaran el problema que tenía en el habla.

Volvió al sur pronto, pero quizá fueron esas experiencias –que sin embargo afrontó rápido por su carácter– las que lo llevaron a estudiar Humanidades en su ciudad natal y Lingüística en Cádiz. Ahora ejerce en Málaga. La Junta de Andalucía le otorgó el primer premio a la Mejor Tesis Doctoral y es director de la revista Lengcom. Se define como “un sociolingüista”, escribe poesía y ha sido locutor de radio.

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