Las incontables vidas de los libros
Las pequeñas librerías de segunda mano resisten el envite que vive la industria cultural en España


El refrán es antiguo, sobredimensionado y cambia según en boca de quien lo oiga. "Málaga, ciudad bravía, la de mil tabernas y una sola librería". Javier Armallones sonríe cuando lo evoca. Hace cuatro meses se embarcó en la aventura de fundar una librería de segunda mano en el centro de Málaga. No era la primera vez que se atrevía a abrir un negocio tan arriesgado. La familia de su pareja es la dueña de la mítica librería Mata, que lleva desde 1991 dotando de las más diversas historias a los malagueños.
Armallones, que le puso a su nuevo negocio el apellido de su suegro, reconoce que el libro y el papel están tocados, "como todos los negocios". Habla escoltado por la Física de Aristóteles y Matilde, "una antigua novela malagueña". El librero reconoce que el cierre de Libritos fue un auténtico palo para el sector e intenta justificarlo en que "los libros nuevos están en las grandes superficies". Él no vive de su negocio, sobrevive, ahogado por los impuestos. Pide que se tenga en cuenta el tipo de negocio a la hora de desembolsar la contribución: "Si paga lo mismo este autónomo que alguien de un restaurante...".
El trasiego de clientes no es el de antaño. Un joven acompañado de su hijo pregunta por libros de temática malagueña. Confiesa que no sabe si lo leerá, pero quiere tener en su estantería aquello que le evoca a su más tierna infancia.
Juanjo Cabello es el dueño de la librería Isla Negra, dedicada, sobre todo, al coleccionismo. "No se vive, ni se sobrevive. Se trata de que tu hobby no te cueste dinero", asegura. Rememora con melancolía un libro de algún filósofo latino que estaba censurado por un inquisidor. Cabello confirma que al público le encanta la temática malagueña. "Tiene mucha venta, aunque, desgraciadamente, hay poco en el mercado", destaca. De sus clientes, la mitad acuden a su local a ofrecerle mercancía y no a comprársela. "El mercado se está nutriendo de muchos libros de la época de los 50 y 60", declara.
Francisco Soler no es tan pesimista. "Vivo bien, no me puedo quejar", expone el dueño de la librería Abadía bajo decenas de estanterías. Hace más de 20 años y cuando el paro le amenazaba el futuro, decidió subsistir a base de vender libros. Poco a poco fue consolidando su modelo de negocio hasta que ahora se ha convertido en su modo de vida. "Siempre tuvo buena acogida, desde el primer día, aunque se ha tenido que diversificar", confiesa. Soler se pone un reto a si mismo y a sus compañeros del sector para resistir este envite a la cultura: adaptarse a los retos tecnológicos y sociales.
Le pone un "pero" al mundo cultural: depende demasiado de las instituciones públicas. "Se debería vivir de sus públicos". Soler augura un futuro apocalíptico al sector. "Cuando desaparezcan las de primera mano, después irán las de segundas, porque habrá desaparecido el lector", exterioriza mientras explica quelos pequeños comercios de libros nuevos desaparecen antes debido a la existencia de las multinacionales como Amazon o franquicias nacionales. "Nosotros por ahora resistimos porque no hay grandes empresas que juegan a ofrecer libros de segunda mano y es un negocio más de particulares", plantea. Roberto Pérez es empleado de la librería Císter. Ve un futuro nocivo para su sector: "Estamos destinados a desaparecer. Internet ha hecho bastante daño", confiesa mientras señala a Wallapop como su principal enemiga.
El perfume a papel antiguo inunda a estos locales. El impulso del libro electrónico no ha tenido la fuerza que algunos vaticinaron en sus comienzos. La recepción y el conocimiento en literatura no es el mismo en estos establecimientos que en las grandes superficies.
Los libros tienen una suerte de gato. Su vida no se limita a un solo uso. Y eso, en una sociedad donde los materiales son de usar y tirar, tiene mucho mérito.
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