La magia de los recuerdos
El jardin de los monos
Un recorrido por los recuerdos de Lucio: desde las vivencias de la posguerra y los juguetes que despertaron su pasión por la mecánica
Estampas de Lucio
Ocurrido ha, que las pasadas “Estampas de Lucio” (recuerdos de infancia que el propio Lucio me contó) recibió un comentario, publicado en Facebook, del ilustrísimo diplomático, escritor y académico, Francisco Carrillo Montesinos, que las enriquece de una forma literariamente tan bella, tan sugestiva y tan emocional, que no me he resistido a publicarlas en este capítulo, cuyo título responde a las mágicas palabras con las que nuestro ilustre amigo describe sus remembranzas: «recuerdos compartidos. aquellos cánticos patrióticos de rutina, la nieve en Málaga, un teleclub que montamos en las playas de San Andrés en donde ni la Guardia Civil se atrevía a entrar por la noche, la sífilis, la tiña, la lepra costera-oriental y las tapas de gambas escuálidas que te ponían gratis con una caña... y las obras de la casa de la cultura demolida ulteriormente... y el encendido de las luces de calle Larios con una llama en la punta de la pértiga... y los serenos, el afilador ambulante... el ingenio de Matías Ortega Ruíz zapateando calles… A veces imagino que las "luces de la Navidad actual" deberían encenderse como en aquellos tiempos. Sería un golpe de efecto recreativo de una memoria viva que se perdió para siempre».
Lucio, que seguía ahondando en sus profundidades neuronales en busca de recuerdos o seguramente de realidades soñadas o anheladas que él creía que fueron como las contaba. Pero, de tanto en tanto, se perdía entre sus pensamientos filosóficos o, quizá, mejor decir, en su filosofía erudita nacida de sus inagotables lecturas: La personalidad humana −comenzó a explicarme− es el producto de una compleja interacción entre la biología y el entorno, un proceso que comienza en los primeros años de vida. Durante la infancia, cada estímulo y experiencia contribuye de manera significativa a la forma en que percibe el mundo y, a medida que crece, cómo se percibe a sí mismo y se relaciona con los demás. Elementos aparentemente cotidianos como los juguetes, las canciones, las lecturas, los medios de comunicación, los enseres domésticos, los muebles e inmuebles, públicos o privados, y los sucesos de la vida dejan una huella profunda en la estructura psicológica de cada persona. Esta influencia ha sido estudiada ampliamente desde mediados del siglo XX, cuando psicólogos y sociólogos comenzaron a comprender de manera más profunda cómo estas experiencias contribuyen a la formación de la personalidad.
¿Recuerdas que te dije de qué manera me habían impactado los autómatas expuestos en mi colegio? Pues fíjate, aquello me llevó a sentir un especial deseo y curiosidad por los juguetes de hojalata que tenían movimiento. Te hablaré de algunos que nunca se fueron de mi mente y que, pasado el tiempo, siguen presentes y deseados; tanto que me arrepiento constantemente de no haberlos conservado. Pero la curiosidad de saber cómo el escape de la cuerda, que hacía girar una ruedecita dentada, se convertía y multiplicaba en varios movimientos de traslación en distintas direcciones, me llevó a desarmarlos, siendo que, en la mayoría de los casos, no conseguí volver a montarlos y que funcionaran bien. Casi todos los juguetes de hojalata de entonces eran de las fábricas Payá y Rico, de Ibi y Alicante, mientras que los juegos de mesa los fabricaba Geyper en Valencia.
Tuve un caballo de carreras que trotaba moviendo las patas traseras y delanteras a la par. Tardé un día en resistir la tentación de desmontarlo y ver cómo la rotación de la cuerda movía las patas. No pude volver a montarlo. Lo cierto es que el juguete me duró un día y su recuerdo una vida. Otro juguete que influyó en mí, en mi forma de ser y en mi afición por la mecánica, fue el Mecano, creo que esa era la marca. Constaba de una cantidad de varitas de chapa con agujeros, tuercas, tornillos y otras piezas con las que construir estructuras y distintos objetos. Y no digamos como disfruté con el cine Nic, cuyas películas eran rollos de papel semitransparentes y se proyectaban haciendo girar una manivela. Lo que recuerdo como si los estuviese viendo en estos momentos, es el movimiento de unos cipreses, movimiento similar al baile que nos ofrece Trump de vez en cuando.
Siguió con su relato Lucio: Las canciones y las lecturas también avivan la magia de los recuerdos y conforman nuestra personalidad. Las canciones, muchas de ellas simples y repetitivas, no solo te ayudaban a desarrollar habilidades lingüísticas, sino que a menudo transmitían valores y lecciones morales. Recuerdo que, en las calles del barrio, en las que rara vez circulaba algún vehículo, los niños y niñas jugaban al corro o a la comba con canciones como "Tengo una muñeca vestida de azul", "El patio de mi casa", "El cochecito lere" o "Que llueva, que llueva". Pero, más que los cánticos infantiles, lo que me chiflaban eran las lecturas de lo que ahora llamamos “comics” y entonces “tebeos”. Llegué a coleccionar montones de ellos que perdí con el tiempo y por mi abandono, del que ahora me arrepiento con pesar. Entre mis preferidos estaban “El capitán Trueno”, también yo me enamoré de su amada Sigrid, la reina de Thule, “El Jabato” que era un remedo en clave de héroe ibero, y en menor medida, “Hazañas Bélicas”, “Roberto Alcázar y Pedrín”, “Pulgarcito”, “Pumby”, “DDT” y el propio “TBO”.
Sin embargo −continuó diciendo Lucio−, te puedo decir, Juan, que en lo tocante a la lectura tuve una suerte enorme. Fíjate lo que es la vida. Una lesión de pulmón me tuvo seis o siete meses en la cama. La escasez de penicilina en esa época, hacía que el remedio curativo fuese reposo y buena alimentación. Pues bien, esos meses, mi abuelo, ya jubilado, me hacía compañía y todas las mañanas me leía un capítulo del Quijote. Me lo explicaba como un cuento. De esa forma consiguió que me familiarizara y divirtiera con tan maravillosa y sublime aventura. Tanto, que después lo he leído varias veces. También me leía mi abuelo poesía, a la que era muy aficionado. Lo peor era que me hacía recitarlas: Pedrito, recítales el Piyayo −decía mi abuelo siempre que teníamos visitas−. Aún conservo “Las mil mejores poesías de la Lengua Castellana”, de Ediciones Ibéricas, del año 29, que era el libro que él manejaba a diario.
La radio también influyó mucho en la formación de mi generación de la posguerra. Lo primero que llamaba la atención era la importancia que los mayores le daban al “parte”, como se le llamaba a las noticias de Radio Nacional que tenían forzosamente que retransmitir todas las cadenas, de las que recuerdo (aparte de la Nacional), la SER, Radio Juventud y La Cope. También recuerdo algunos programas radiofónicos famosos, como “Matilde, Perico y Periquín”, con las voces de Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso y Matilde Vilariño, “Consultorio de Elena Francis” o “Carrusel Deportivo”. Y el cine tuvo un impacto cada vez mayor en aquella época. En las décadas de los 50 y 60, el cine pasó de ser una forma de entretenimiento a un medio masivo que no solo informaba, sino que moldeaba las percepciones culturales. Películas como "Cenicienta" o "Peter Pan" no solo proporcionaban entretenimiento, sino que también ofrecían modelos de conducta que los niños adoptábamos conscientes o inconscientemente. Hay títulos que se me quedaron grabados y que no fueron precisamente películas infantiles. Algunas españolas, tales como “Bienvenido Mr. Marshall”, “Muerte de un ciclista” o “El verdugo”, y otras no españolas como “La túnica sagrada” o “Tambores lejanos”.
Hay recuerdos que aparecen como el conejo en la chistera del mago. El sexo era tabú. Parecía que, tanto para el Régimen como para la Iglesia, el sexo era el mayor y único pecado o delito que existía. No recuerdo haber tenido un especial interés por el tema, en esa época aún era muy niño, pero si recuerdo que en mi casa había un almanaque (antes, en todas las casas había un almanaque colgado en alguna pared) que atraía mí mirada. Pero no por ver el día en el que nos encontrábamos, sino porque tenía una foto de Sarita Montiel mostrando “el canalillo” de sus generosas dotes. Con este recuerdo acabó Lucio.
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