Pasteles 'sin papeles': así operaba el obrador ilegal de dulces marroquíes en el centro de Málaga

La denuncia de una mujer que delató a una banda para vengar la operación frustrada de traer a sus hijos a España llevó a clausurar un taller sin higiene

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El obrador clandestino producía kilos y kilos de dulces marroquíes.
El obrador clandestino producía kilos y kilos de dulces marroquíes. / M. H.

A veces, una investigación no empieza con una redada ni con meses de escuchas, sino con una llamada, la de una mujer que acude a la Policía dispuesta a delatar a la organización criminal que le había prometido traer, al margen de la ley, a sus familiares desde Marruecos. A cambio debía entregar miles de euros. Aguardó confiada en la treta, pero el viaje nunca se concretó. Cuando exigió que le devolvieran la señal, sólo hubo evasivas. En un arrebato de ira, puso la trama al descubierto. Aquella denuncia llevaría al Grupo II de la Ucrif de Málaga, la unidad especializada en redes de inmigración y falsedad documental, hasta un obrador clandestino que, según constatarían los investigadores, elaboraba dulces tradicionales marroquíes en condiciones insalubres, con trabajadores explotados y sin papeles.

La primera pista del caso destapó los hilos de un negocio que se lucraba con la inmigración irregular. Prometían visados y entradas legales a España. En tres días, aseguraban, podían conseguir un permiso de residencia. Para ello falsificaban documentos, fabricaban contratos de trabajo simulados y presentaban solicitudes con datos ficticios.

También recurrían a la suplantación de identidad, sobre todo mujeres. Algunas prestaban su DNI a otras de edad y complexión similar. Con velo islámico y gafas –idénticas a las de la titular–, una de ellas logró cruzar el control fronterizo. “Aprovechaban la confusión y la empatía en frontera”, relata el inspector Ayllon en una entrevista con este periódico. “Si la policía se daba cuenta, el perjuicio era para quien intentaba entrar, no para quien había prestado el documento”, explica. El suyo era un riesgo calculado.

Durante meses, la Ucrif siguió los pasos de la organización. Pero pronto descubrieron algo que no encajaba. Los movimientos económicos y la rutina de los sospechosos no coincidían con el perfil típico de una red de falsificación. Lo que parecía una trama de visados llevó hasta un negocio de repostería en una vivienda de 60 metros cuadrados. Allí, habían instalado un obrador clandestino de pastelería que funcionaba en la planta baja de una vivienda familiar. No había rótulos, ni licencia, ni acceso al público. Por una puerta lateral se accedía al pequeño taller donde se amasaban y horneaban dulces típicos del Magreb, entre ellos el pastel que dio nombre a la operación: el baklaba. El olor a miel y masa horneada se entremezclaba con el ruido de las batidoras.

En la cúspide, dos hermanos señalados como cabecillas, sus parejas e hijos y otras dos mujeres. Todos ellos, sin contrato ni permiso laboral. Un “negocio familiar en toda regla, pero fuera de la ley”. No había tiempo para el descanso. “Producían todos los días. No cerraban nunca. Si un cliente llamaba, encendían el horno”, atestigua el inspector responsable de la investigación.

El obrador no estaba registrado, tampoco tenía licencia sanitaria y no cumplía ninguna normativa alimentaria. Aun así, sus dulces –especialmente el baklaba, que dio nombre a la operación– cosechaban éxitos entre la comunidad magrebí. Era un negocio opaco, sin medidas sanitarias, sin control de calidad y sin derechos laborales. Los productos se vendían a otros comerciantes, principalmente carnicerías halal y comercios regentados por compatriotas, que los revendían sin factura ni control sanitario. “Hacían reparto por su cuenta. Cogían el coche y visitaban carnicerías o tiendas”, afirma. No había venta al público general, sino entre conocidos. Pero eso no lo hacía menos ilegal.

Con el tiempo, el negocio fue creciendo. El pequeño taller se quedó corto y los dirigentes de la banda decidieron externalizar parte del trabajo. Así, reclutaron a dos mujeres que elaboraban los dulces en sus propias casas. Ellos se ocupaban de hacerles llegar los ingredientes –harina, frutos secos, envases– para, después, recoger los dulces preparados. Cinco euros por dos horas y media de trabajo. “Algunas nos contaron que la organización les había ayudado a entrar en España, y sentían que les debía algo”, recuerda el inspector Ayllon. Esa deuda implícita las mantenía calladas, un tipo de control más sutil, pero igual de eficaz que el miedo. La investigación permitió identificar a cinco víctimas. Dos habían cruzado la frontera sin papeles. Las otras trabajaban en condiciones precarias.

El día del registro, los agentes encontraron una escena impropia de un obrador. No había cámaras frigoríficas ni zonas separadas de producción y almacenamiento. Los ingredientes se acumulaban en la despensa, expuestos al calor. “Todo estaba mezclado: harina junto a los dulces terminados, bandejas sobre el suelo, productos perecederos sin refrigerar. No había higiene ni control. Era cuestión de tiempo que llegaran los insectos”, describe el policía.

Sanidad intervino de inmediato. El local fue precintado, y se ordenó la destrucción de todos los pasteles y materias primas. Kilos de dulces, frutos secos y envases fueron cargados por un camión de la Empresa Municipal de Limpieza (Limasam). Y, pese a que el riesgo era evidente, “no hay constancia de que hubiera habido ninguna intoxicación”. El Ayuntamiento levantó acta y se inició un expediente sancionador. Además, se imputó a los responsables un presunto delito contra la salud pública.

En la vivienda residían los dos hermanos, con sus parejas e hijos. En total, ocho personas en unos 60 metros cuadrados. “Tenían muchas cosas acumuladas, vivían con lo justo”, revela el mando policial. Pero la investigación depararía más sorpresas. Los agentes encontraron 45.000 euros en efectivo. “Era un dinero elevado para su nivel de vida. No tenían coches caros ni lujos, pero el negocio funcionaba muy bien”, detalla Ayllón.

Los detenidos quedaron en libertad provisional a la espera de juicio. “El juez consideró que no había riesgo de fuga, ni antecedentes de violencia o amenazas”, recalca. La Operación Baklaba es un reflejo de cómo la necesidad puede transformarse en negocio. “Cualquier persona en situación de vulnerabilidad es susceptible de ser engañada”, afirma Ayllón. Y no sólo mafias sofisticadas. A veces son pequeños grupos que se aprovechan del hambre de otroe.

Los hornos del obrador ya están fríos. Los técnicos de Sanidad procedieron a destruir los dulces y vaciaron las despensas. Pero el eco del caso persiste. En una vivienda cualquiera de Málaga, durante años, se amasó algo más que harina y miel: también el silencio, la deuda y la necesidad. Un aroma dulce que, a la postre, deja un regusto amargo.

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