Pepe Ogalla, el cantante que dejó los escenarios para dedicarse a la ayuda solidaria

Descartó vivir de la música, trabajó 48 años en su taller de náutica en Puerto Banús, apostó por la aventura y creó una escuela de supervivencia

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Pepe Ogalla en una actuación musical.
Pepe Ogalla en una actuación musical. / Archivo personal

Hijo, no temas. El mal está en la ciudad, me decía mi padre para enseñarme que los gritos con los que nos recibían los bereberes no era para atacarnos, sino porque estaban alegres de vernos. A los nueve años, Pepe Ogalla acostumbraba a trepar el Atlas marroquí montado en el camión con el que su padre transportaba fosfato de las minas a cielo abierto de Bucraa, en el Sahara Occidental. Juntos recorrían la carretera de curvas zigzagueantes hasta llegar a las cabilas de los bereberes, a unos tres mil metros de altura.

–Les llevábamos azúcar, té, harina, leche, al cruzar el Atlas, rumbo a la zona de la estepa desértica. Yo hablaba poco el árabe. Sus casas eran de adobe, muy pobres, casi unas chabolas. Nos dejaban sus esterillas para pasar la noche, mientras ellos dormían en el suelo. Salían a cazar monos, de tamaño mediano y muy peludos, que los vendían a los feriantes de Mequinez. Estos los exhibían en la plaza a los turistas para ser fotografiados en sus hombros o regazos. Todo esto despertó en mí curiosidad y me llevó a convertirme en un médico y antropólogo frustrado.

Tánger había dejado ya de ser ciudad internacional cuando nació allí Pepe Ogalla. Tenía once años cuando sus padres lo enviaron a Marbella, para algunos la heredera de la Tánger internacional. Durante tres años vivió en Ojén con sus abuelos.

–Era un pueblo pequeño y humilde, mi abuelo trabajaba en la agricultura. Cocinaban con carbón, el váter era un agujero en el suelo, no había ducha y el agua se recogía de la fuente del pueblo. Con mi abuelo he vivido experiencias extraordinarias. De él he recibido lecciones de moral de una persona buena y honesta, siempre dispuesta a ayudar al necesitado. Al instituto de Marbella venía en autobús. Ojén sigue siendo un pueblo maravilloso al que adoro.

Con 17 años participé y gané la carrera de los 100 kilómetros de Millau, en Francia. A los dieciocho volví solo a Marruecos, estuve dos meses en Tánger, Er Rachidia, camino de Marruecos a Argelia para convivir con la etnia bereber. Trabajaba en el taller náutico que tenía mi padre, primero en Marbella y luego en Puerto Banús. No me gustaba el ambiente de Puerto Banús, descarté vivir ese mundo. Fui un buen alumno de bachillerato, pero no pude ir a la Universidad, tenía que ayudar a la familia y había que trabajar. He tenido talleres de náutica en Puerto Banús, en el Puerto Deportivo, Benalmádena o Sotogrande. Siempre de los 16 a los 64 años.

Con Jacques Lizot en el Amazonas.
Con Jacques Lizot en el Amazonas. / Archivo personal

A los 25 años viajé a Sudamérica, donde tuve la fortuna, a finales de los noventa, de conocer al antropólogo francés Jacques Lizot (El discípulo de Claude Lévi-Strauss fue a América a participar en una investigación de antropología médica de los yanomami en la selva venezolana. Su estancia se prolongó por más de veinte años, lo que le permitió describir esa cultura desde el punto de vista de los propios nativos y publicar un diccionario de la lengua yanomami).

Un mentor llamado Miguel de la Quadra Salcedo

Pude también conocer y contar como mentor a divulgadores como Miguel de la Quadra Salcedo. Y vivir la época de los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, que reafirmó mis ganas de viajar y sentirme como uno de ellos. Me ayudó a conocer y vivir la aventura en Centro América, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú y Brasil.

En los años noventa me propuse montar un hospital en Colombia, ante los problemas que ocasionaban las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, no nos los permitieron. La ONU nos sugirió entonces Brasil. Lo construimos en el Estado de Pará, en una zona muy selvática, de expedición al Amazonas. Compramos una isla a cuarenta kilómetros de Altamira, por unos doce millones de pesetas, con el apoyo de amigos como Pepe López, Paco Aranda y muchos más. Remonté 1.500 kilómetros del río Amazonas con un motovelero Toro, de Eugenio Pires, llevando medicamentos de Marbella.

Ogalla en el desierto.
Ogalla en el desierto. / Archico personal

Fuimos capaces de reunir 40 millones de pesetas (unos 240.000 euros) para llevar a cabo este proyecto y atender a 4.000 personas con médicos. Conseguimos, con vacunaciones, bajar la mortalidad infantil en la zona del 30% al 5% durante veinte años con el médico Daniel Facaldi. Hasta que la construcción de la central hidroeléctrica de Belomonte nos quitó de en medio aludiendo que se convertiría en una zona inundable. De los cuarenta millones invertidos solo nos dieron siete de indemnización.

Entonces tuve la idea de hacer un nuevo hospital en otro lugar. Fui a buscar el dinero y ante el hotel que me alojaba se montó una manifestación de los ribereños que me decían: doctor, no nos abandone. Nunca dije que fuera médico porque no lo soy, pero eso me llegó al alma. Di con una isla más pequeña, propiedad de una nativa, Roberta, que nos la vendió igual que la anterior por doce millones de pesetas. Le pagué con un talón de la cuenta de la asociación que administraba nuestra abogada en Brasil. De vuelta a España, Roberta me llamó por teléfono para decirme que el cheque no tenía fondos. La abogada nos había hecho la jugarreta, se alzó con el dinero, desapareció y hasta se cambió de nombre. Solo conseguimos que le dieran de baja como letrada.

Para volver a empezar y seguir ayudando a esa gente vendí mi coche, puse dinero de mi bolsillo, involucré a amigos, organicé actos benéficos y recaudé donaciones. Pudimos, hace siete años, construir una caseta, más pequeña, de unos 25 metros cuadrados, donde atenderlos y ayudar al hospital con la donación de medicamentos. Ahora que el actual alcalde es un médico, nos proponemos firmar un acuerdo para que el Ayuntamiento se haga cargo de la gestión médica del hospital y nosotros seguir ayudando con la compra de medicamentos.

De juicios

Sufrí una falsa acusación por parte de las farmacéuticas de allí de robar información genética de las plantas, explotación y tráfico de animales, y narcotráfico. Me pedían quince años de cárcel. Hubo que presentar pruebas, todo era legal, los medicamentos pasaban por las aduanas, comprobantes de donaciones de medicamentos como Urbason. Tuve que gastar un buen dinero en abogados. Después de diez años, en 2022, tuvo lugar el juicio. Me sancionaron a seis meses de ayuda comunitaria, que acepté encantado y quedó en nada. Al igual que en España hay muchos bares, allí hay montones de farmacias que se sentían perjudicadas por nuestra labor humanitaria. Es una población mal nutrida, que está muy enferma y sufre infecciones. La gente vive de la pesca y de los huertos, lo que ganan lo destinan a comprar algo de alimento y medicamentos. Ganan cien dólares y un medicamento les cuesta treinta.

No creo en las ONGs, sino en las personas de buen corazón. Lo que puedas hacer, hazlo tú, no con una ONG. He trabajado con ellas y he visto a presidentes con grandes coches, que ganan mucho dinero, son muy ególatras.

Mi padre cantaba, a los dieciséis años yo tocaba guitarra y cantaba. Mi primera canción fue Abuelo José. Hice muchas cosas con Antonio Palomo, un gran músico, mi hermano. Actuábamos en el hotel Andalucía Plaza, seguí como cantautor participando en festivales benéficos para ayudar, ahora solo toco en mi casa el piano, la guitarra y canto en karaokes. Aunque también participo si se trata de alguna causa benéfica, en 2016 grabé mi último disco, Desde mi alma.

Pepe Ogalla con Rocío Jurado.
Pepe Ogalla con Rocío Jurado. / Archivo personal

No vas a llegar a ningún lado, me decía Rocío Jurado. Ella quería ayudarme, yo era súper tímido, no sé cómo he podido cantar ante 3.000 personas en La Chorrera, Ecuador. Justamente allí un disco mío, Irene, fue número uno. Los compositores de letras de Rocío Jurado o de Isabel Pantoja me animaban a seguir, a dedicarme a la música. Venían los contratos, la posibilidad de conseguir una mejor posición, y dije no. El ambiente de la noche, el beber, las drogas, no encajaban con lo que quería. Creo que no me equivoqué.

Rocío siempre fue una buena amiga, una persona maravillosa. Me regaló una polvera pequeñita para que me diera suerte y muchos años después se la dí a su nieta, cuando vino a hacer un curso de supervivencia. Le hizo mucha ilusión recuperar un recuerdo de su abuela.

Hace unos quince años Ogalla abrió en Ojén una escuela de supervivencia para capacitar a civiles que quieren aprender a sobrevivir en la naturaleza. Cuenta con instructores que formaron parte de grupos de rescate de alta montaña de la Cruz Roja o en cuerpos especiales del ejército de tierra.

"Para desenvolvernos en el medio ambiente, intentaremos siempre no utilizar medios modernos como cuchillos, machetes, hachas, encendedores, cerillas, cordelería moderna. Sino intentar construirlo y fabricarlo todo con nuestras propias manos y con los medios a nuestro alcance. Con ello se pretende que la persona adquiera conocimientos y confianza en sí misma y reforzar su capacidad psíquica para sentirse fuerte ante un percance en la naturaleza", se lee en la página web de la escuela.

En la escuela de supervivencia.
En la escuela de supervivencia. / Archivo personal

–Los programas de supervivencia de la televisión son un montaje, es un negocio redondo. De los personajes conocidos que tuve en la escuela el mejor fue Nacho Vidal. Muchos quieren saberlo todo en diez minutos. Todo lo quieren de prisa, hasta el manejar la respiración de una forma adecuada.

Los cuatro pilares de la supervivencia son conocer el medio, la habilidad, la experiencia y la gestión emocional. Es muy importante el control cerebral. El miedo lo tenemos siempre, la cuestión es saber gestionarlo, el control del cerebro es la mejor arma para desmontar el miedo.

Nunca tuve a un político en la escuela, si se presentara uno no lo cojo. Tendría que ser una buena persona, un líder que esté dispuesto a sacrificar lo propio por los demás. En la política está todo corrupto. Julio Anguita fue un buen líder, honrado, una buena persona que renunció a la paga y a la primera línea de fuego para volver a dar clases en el instituto. Pepe Mujica (expresidente de Uruguay) fue también un tipo honrado, que siguió viviendo en su casa, como también lo ha sido Adolfo Suárez.

En 2023 Ogalla permaneció dos meses en la Ucrania en guerra para ayudar a localizar personas con perros, llevar medicamentos y desminar terrenos.

Ogalla con un detector de minas.
Ogalla con un detector de minas. / Archivo personal

–Después de leer que dos de cada diez víctimas de las minas eran niños, me fui a desminar, a colaborar en estas operaciones. Antes también lo había hecho en Colombia. Vi en Ucrania a chicos de veinte años con pánico. Y a los mayores, de 30 a 65 años, más preparados para luchar. Los más jóvenes están más dispuestos a manejar los drones como videojuegos.

A lo largo de su vida ha convivido con decenas de pueblos nativos como los yanomamis, panares, kayapos, chipibos o jíbaros. Aprendió la supervivencia de los mejores maestros, como son los grupos inmersos en el neolítico, como los Dani Papúa de Nueva Guinea. Los años de experiencia en selvas, desiertos y montañas, expediciones y documentales sobre grupos primitivos etnológicos y etnobotánica, los comparte en su escuela. La policía de Jerez de la Frontera (Cádiz) le otorgó la medalla de oro al mérito a su centro de supervivencia por la implicación altruista en la formación táctica y preparación de las fuerzas de seguridad del Estado. Como lo hace con el regimiento de Soria y otros cuerpos del ejército. Su libro Cómo sobrevivir sin equipo en cualquier lugar va por la cuarta edición, se ha convertido en el más vendido en español sobre supervivencia.

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