Vigésimo aniversario de las inundaciones de 1989 Ocho personas murieron en apenas tres semanas

El recuerdo de la mayor tragedia

  • La tromba de agua y granizo que sorprendió a la ciudad el 14 de noviembre de 1989 dejó un panorama desolador por culpa de unas inundaciones sin precedentes

Un cielo plomizo que dejaba caer algunas gotas dispersas y la resaca de una noche larga en la que un fuerte temporal de viento mantuvo en vilo a la población hacían presagiar que aquel martes 14 de noviembre de 1989 no iba a ser un día normal. La ciudad amanecía recelosa por el mal tiempo que azotaba con fuerza en el litoral y apenas bastaron unas horas para comprobar que la naturaleza la atacaría con toda su furia. Fue poco después del mediodía cuando la catástrofe comenzó a cernirse sobre la capital. Todo se oscureció de repente y el encendido del alumbrado público en pleno día hacía presagiar lo peor.

No fue hasta las 13:00 cuando la lluvia hizo acto de presencia en Málaga. Empezó a caer con moderación, pero la intensidad que alcanzó en sólo unos minutos desbordó cualquier previsión. En poco más de una hora descargaron casi 150 litros por metro cuadrado dejando a la capital de la Costa del Sol sumida en el más absoluto caos.

Un matrimonio fallecido, barriadas enteras incomunicadas, trabajadores encaramados a los tejados de sus naves para no ser arrastrados por la corriente, calles convertidas en improvisados ríos, coches arrastrados y amontonados por la fuerza del agua, casas anegadas, carreteras cortadas, polígonos industriales rodeados por un repentino lago y cultivos engullidos por la riada. Una impresionante tromba de agua y granizo había descargado con una fuerza descomunal sobre una ciudad a la que ahora le tocaba reaccionar.

La población había quedado enmudecida por lo que acababa de vivir. Nadie sabía por dónde empezar ante el desolador panorama que ofrecía la ciudad. Las comunicaciones telefónicas se volvieron una misión imposible, el suministro eléctrico sólo funcionaba en algunas zonas y el abastecimiento de agua comenzó a escasear. De la incredulidad y el impacto inicial se pasó rápidamente a la desesperación ante una situación que pilló a todos desprevenidos.

Muchas críticas se alzaron entonces contra los responsables de las principales administraciones por no saber predecir una situación de esas características. Pero ni los propios meteorólogos supieron con exactitud dónde iba a descargar la tromba de agua hasta que ya fue demasiado tarde.

A Pedro Aparicio, el entonces alcalde de la ciudad, la noticia de la grave tragedia que estaba viviendo Málaga le llegó estando en Japón a donde había viajado junto con el presidente del Gobierno andaluz, José Rodríguez de la Borbolla, para promocionar el Parque Tecnológico de Andalucía. Cuando sobrevolaba la capital antes de aterrizar en el aeropuerto pudo comprobar la magnitud de la tragedia, aunque "cuando entré por primera vez en el Gobierno Civil y salieron a recibirme con velas porque no había luz supe a lo que nos enfrentábamos", recordó el ex regidor.

Pero lo que fracasó, según Aparicio, en esos momentos "no fue la ciudad ni los equipamientos urbanos, sino el territorio". Todo el mundo se volcó en tratar de rescatar a los que habían quedado aislados en sus casas, en retirar el lodo de las calles y en acoger a los que se habían quedado sin nada. La solidaridad de la ciudad quedó demostrada en un momento difícil en el que hasta el Ejército tuvo que intervenir para evacuar en zodiac a las miles de personas que se habían quedado atrapadas en los polígonos industriales.

Los que vivieron aquellos dramáticos momentos recuerdan con horror que fue lo que más les impactó. Francisco Rodríguez Caracuel, que era el gobernador civil de Málaga, recordó emocionado la colaboración que hubo para afrontar unos momentos tan trágicos tanto en la primera respuesta que se produjo a la emergencia producida con las inundaciones como en la etapa posterior de reconstrucción y reparación de las infraestructuras que habían resultado dañadas.

La intensidad de las precipitaciones y la magnitud de aquella riada fue tan desmedida que Rodríguez Caracuel considera que "es difícil de imaginar y comprender a quien no las vivió y las sufrió de forma personal". El mal tiempo no daba tregua a una ciudad sumida cada vez más en la más absoluta desolación. Llovía sobre mojado día tras día sin tiempo apenas para poder volver a la normalidad. Cuando el temporal parecía alejarse, un nuevo azote sacudió ésta vez a la zona este de la capital. La historia se repetía otra vez, pero con distintos protagonistas.

El entonces presidente de la extinta Confederación Hidrográfica del Sur, Manuel Conde, relató el nerviosismo que reinaba en ese momento porque "nos cogió a todos completamente desprevenidos y vivimos un mes y medio de auténtica tensión". Ocho personas fallecidas, cuantiosos daños materiales valorados en más de 115.000 millones de las antiguas pesetas y miles de personas sin hogar fue el triste balance de aquel fatídico mes y medio que vivió la provincia. La tormenta había pasado, pero ahora quedaba lo más difícil. Empezar de nuevo con el recuerdo de la tragedia grabado en la retina.

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