Tribuna de opinión

En la retaguardia

Soldados ucranianos cerca de la ciudad de Izyum. Soldados ucranianos cerca de la ciudad de  Izyum.

Soldados ucranianos cerca de la ciudad de Izyum. / Efe

Escrito por

FERNANDO ARCAS

NO esperaba ver esta generación de europeos la guerra tan cercana, ni que una gran potencia mundial pusiera en riesgo la integridad de todo el planeta, con el estado de alerta en su arsenal nuclear. Como en la Guerra Civil española, el rostro de la gente de un país invadido ha removido nuestra conciencia ciudadana. Aquí en Málaga, donde vinieron de Ucrania a trabajar, a cuidar nuestros bloques, nuestras casas y a nuestros mayores y familiares, convertidos nosotros en una retaguardia del frente, contemplamos en directo el dolor hondo de la inseguridad por los suyos, la angustia de no saber si habría que salir para allá a defender la patria amenazada, la rabia impotente ante otro atentado de la historia.

Son los mismos que caminaban hacia Almería en 1937, y hacia Argelia, Francia o México en 1939. Los mismos de los Desastres de la Guerra de Goya, nada nuevo. El poder de la fuerza frente a la resistencia de la gente, los sueños rotos de la Revolución Bolchevique que ha producido su monstruo tardío, como si hubiese hibernado desde 1989, un Parque Jurásico letal. Nosotros también hemos sido un país invadido por potencias extranjeras, en 1808, en 1823 y en 1936, y combatimos con la misma fiereza que ellos ahora, con la misma desesperación.

Mejor rendirse, se ha dicho. Es conocer poco y mal la historia. La universal, pero sobre todo la española, donde se debe a la guerra contra el invasor francés el origen de la nación moderna y del liberalismo político, y luego, en 1936, la lucha heroica y en solitario, abandonados por todos, contra el franquismo. Se vuelve a echar de menos la Historia. Sí, la Historia con mayúsculas. Lo acababa de escribir Javier Marías en su Tomás Nevinson, y lo comparto. Las humanidades, y en especial la historia, son esenciales para conocer el mundo. Tomás Nevinson precisa más: un buen espía debe conocerla en profundidad, tenerla presente. En la política es imprescindible. Y en la ciudadanía, muy recomendable. Nevinson llega a reflexionar sobre la distopia de lo útil que sería que el embrión humano incorporara el legado de la historia durante el tiempo de gestación. Que ya viniéramos al mundo expertos congénitos en ella.

El presente está por escribir, y las posibilidades abiertas. En España, la resistencia de 1808 sería, a la postre, decisiva para expulsar a Bonaparte, pero con ayuda británica. En 1939, sin embargo, perdimos la democracia a manos de Franco, más cínico que Putin, que aún no ha acusado a los ucranios de “rebelión militar”. Ahora estamos en la hora de la resistencia contra el invasor, aunque muchos muestran una tibieza calculada (no ha habido grandes movimientos sociales de apoyo en España). Porque en las retaguardias, donde estamos nosotros, también se combate desde que las guerras modernas las incluyeron como un escenario más, castigando directa o indirectamente a la población civil.

Como retaguardia lejana, sufrimos las dificultades creadas por la guerra en un mundo global: el combustible, la inflación, la desinformación, el pesimismo, la insolidaridad o el cansancio. Lo queramos o no, el curso de la Historia nos ha convertido en combatientes, un país como el nuestro que se creía vacunado contra la guerra desde 1939. Pero en estos momentos hay que volver la vista a quienes sufren más, a nuestros vecinos ucranios, malagueños ya, a nuestros Taras, Liliya o Valentina. Y confiar en que la historia, que sigue caminando sobre grietas a veces espantosas y crímenes horrendos, haga triunfar finalmente la justicia y la verdad.

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