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Roberto es un malagueño que, además de disfrutar de las carreteras, enseña una forma de moverse por la provincia. Sus vídeos son rutas en moto llenas de asombro, paseos entre curvas, pueblos blancos y lienzos verdes teñidos con el tono anaranjado del atardecer. "Enseño rutas de los pueblos porque tenemos lugares que yo mismo he pensado: '¿Pero dónde me he metido si esto es precioso?'", explica en una entrevista con este periódico. Entre todos los caminos, hay uno que destaca por sus curvas, Yunquera, aunque él se resista a señalar una "única ruta favorita".
"Cualquier motero de Málaga te va a decir que los Montes de Málaga son muy bonitos", añade. Y lo describe desde dentro: "Vas tranquilito, te metes por sitios que no sabías ni que existían y te quedas fascinado". Para él, la ruta ideal no es la más famosa, sino la que permite disfrutar sin correr. Aconseja "cualquiera que tenga una carretera medio limpia y puedas disfrutar de curvas sin correr, siempre dentro de los límites de la legalidad".
Habla también de la Axarquía, del mar al fondo, de sentarse en un borde con la moto al lado por Nerja y Maro: "Después paras en cualquier acantilado, te sientas en un bordillito viendo la playa y al final disfrutas, y en mi caso con la moto, y en la paz que te da todo". Por eso le cuesta elegir una sola. "Málaga está llena de rutas por todos lados", insiste. A veces improvisa su propio camino: "El otro día fui de Viñuela para Canillas de Aceituno y después seguí más adelante… y al final son rutas de disfrutar".
Roberto se utiliza un pseudónimo en sus redes sociales: Zolitario. El motero reside en Málaga capital y tiene 39 años. Se define con humildad y confiesa que le da pudor incluso hablar de él en esta entrevista: "Yo no me creo tampoco ser un superinfluencer famosísimo, yo soy un hombre normalito, aunque si alguna marca me regala alguna chaqueta...". Según él, es "un hombre cualquiera haciendo vídeos".
Ese 'Zolitario' no es solo un nombre en redes. Es una forma de ser y estar. "Me gusta mucho salir con la moto solo, porque voy a mi aire, paro donde quiera, tomo café, sin tener que decir 'vamos para aquí o vamos para allí'". Ha salido en grupo, claro. Y se lo pasa bien. Aunque admite que disfruta del camino mucho más cuando va solo, sin depender de nadie más. Él elige tranquilidad: "Me gusta estar tranquilo, la verdad".
En sus vídeos se le escucha hablar mientras va en la moto con un acento andaluz muy marcado, ceceando. También esa manera de hablar es elección propia. "En los audios muchas veces fuerzo hablar más cerrado porque me gusta el acento así", explica, orgulloso de su tierra. No busca impostar, sino soltarse, se siente cómodo: "En los audios hablo más libre, lo veo más bonito". Roberto no corrige el acento, lo celebra.
Los vídeos nacieron de forma orgánica y espontánea. "Yo subía vídeos de cachondeo en mi Instagram privado, pero eso solo lo veían mis amigos", cuenta. Hasta que un día le regalaron una cámara para la moto y le animaron a hacer contenido al alcance de todos. "Al principio salía solo, sin hablar, con música, con vistas, con curvas... Y pensé: 'Si empiezo a hablar de cachondeo, va a gustar más'". Y dio justo en el clavo.
El estilo lo tenía claro desde el principio: "El contenido que más disfruto hacer es de cachondeo, siempre el cachondeo". Con la moto, claro. Aunque a veces piensa dos veces lo que dice porque está "la piel muy finita últimamente" y "hay cosas que ya no puedo decir". Aun así, muchas veces improvisa su discurso, lo que se le venga a la cabeza y "que sea gracioso". No busca nada, pero las cosas pasan en sus paseos: "He visto desde un coche liarla, hasta un barrendero bailando".
Ha grabado situaciones más serias, pero decide no publicarlas. "He ayudado a una mujer con la moto que no arrancaba, pero eso no lo subo, porque no estoy de cachondeo, estoy ayudando", explica. Los mensajes que recibe son los que le empujan a seguir: "Me escribió una ayudante de enfermería diciendo que a un chico le ponen mis vídeos porque le encanta y se ríe mucho". Eso pesa más que los números, "anima a seguir dedicándole tiempo a grabar, editar, improvisar".
La repercusión aún le descoloca. "Un conductor de VTC me paró una vez, también un chaval me pegó una voz, estaba saludando con el brazo", reconoce. Le hace gracia, pero también le impone. "Me gusta que me reconozcan, pero también quiero ir a tomarme un café tranquilo sin que me reconozcan". Es por ello que nunca se quita el casco, porque prefiere mantener el anonimato.
Y aun así sigue entrando en pueblos, aunque a veces le critiquen: "Yo no quiero molestar a nadie, quiero enseñar un pueblo bonito". Los etiqueta, los muestra, los comparte: "Sedella lo encontré sin querer, subí por Canillas de Aceituno, seguí, vi curvas bonitas… y llegué. Y dije: 'Dios, qué pueblecito más chiquitillo y más mono'".
La moto es casi un personaje más. Al Zolitario lo acompaña una Kawasaki Z900. Y tiene nombre propio, "la bestia" o "la culona", según le apetezca. Lleva con ella desde 2020. Antes tuvo otra igual, pero limitable: "Me saqué el carnet A2, me compré la Z900 limitable, pero esa ya no la tengo, ahora llevo la Z900 a tope, que tiene más caballos y más motor". Las motos le han gustado "desde chico". De la 49 a otras pruebas, hasta que un día lo dejó. "Siempre coche, coche, coche… hasta que hace seis o siete años me entraron ganas de moto grande", comenta. Y ya no hubo marcha atrás.
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