De las segundas oportunidades
El pasado ya nos persigue hasta el extremo de que han venido al puerto de Málaga a rodar la serie de 'Marco' l Dado que cualquier progreso parece imposible, igual lo más coherente es volver a mirar a la ciudad con ojos de niño l Tal vez a eso se refería Cristo cuando hablaba del Reino de los Cielos
MI hija Irene, que tiene 3 años, se me plantó el otro día y me dijo lo siguiente: "Papá, un día tú serás un niño otra vez y entonces jugarás con mis juguetes". Convendrán en que mi heredera tiene una forma cuanto menos sui generis de llamar la atención de su pobre padre, pero tengo que confesar que su advertencia me hizo una ilusión enorme. Claro que me gustaría ser un niño otra vez e interesarme por el primer folleto colorido que apareciera en el suelo, los muñecos de antaño o cualquier cosa susceptible de dejar en mis manos un poso de mugre. Cuando yo era niño, Málaga transcurría entre la Avenida de la Aurora, donde vivía, y Carranque, donde estaba mi colegio. Recuerdo la inauguración de La Canasta y su pan caliente. Donde se encuentra hoy la Delegación andaluza de Justicia había un polvero que hacía honor a su nombre y mantenía en la acera una perpetua neblina blanca. En aquella época, a mediados de los 80, las calles Monseñor Óscar Romero y Edom, que conducían a la Avenida de Andalucía y contenían los lugares de mis juegos al aire libre, eran un enorme picadero en el que los yonquis venían a pincharse a diario y que amanecía cada jornada regado de jeringuillas. Pero sí, allí di mis primeras patadas a un balón, y me temo que las últimas. Carranque era un barrio sucio y olvidado, pero en el entorno de la iglesia de San José Obrero confirmé mis primeras amistades, guardé mis primeros secretos y cometí mis primeras traiciones. Más allá de aquel territorio, Málaga era una ciudad enorme, con jardineras llenas de plásticos y cristales rotos, mucha gente pidiendo limosna, mucho tráfico atascado en la calle más estrecha, un centro tan atestado como desdibujado que sólo parecía cobrar algo de alegría en Navidad y bares en los que ni las mujeres ni los niños eran bienvenidos. Es verdad, mi memoria tiende peligrosamente a la desmitificación, pero soy de los que piensan que hoy, y miren la que está cayendo, se vive mejor. Debe ser que en el fondo, por más que aparente lo contrario, soy un optimista cándido e inocente. Claro que cuando he denunciado tropelías urbanísticas, bienes patrimoniales caídos en ruina por su propio peso y despropósitos como los botellones en Feria, jamás he invocado aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, sencillamente porque es mentira. Pero lo que quiero decir es que aquellos ojos, los de mi niñez, se congratulaban y admiraban una ciudad que tenía demasiados problemas y no se preocupaba mucho ni siquiera de taparlos. Hoy, algunos de esos problemas se han solucionado, otros persisten, pero quizá va siendo hora de hacer caso a mi hija y mirar a Málaga con ojos de niño, más que nada para procurar alguna reconciliación. Seguramente, cuando Cristo dijo aquello de que el que no fuera como un niño no entraría en el Reino de los Cielos se refería a eso. A que hay que rebobinar para limpiar la mirada.
A veces, cuando vamos en el coche, Irene me pregunta: "Papá, ¿esto es Málaga?" (en sus tres años de vida ha residido en varias localidades de cuatro provincias andaluzas, así que su confusión es comprensible). Entonces, cuando le digo que sí, que eso que ve a través de la ventanilla es Málaga, me pregunto en qué pensará, cómo traducirá lo que ve. Mi padre me decía cuando yo era pequeño que la Equitativa era un edificio con tres huevos, y yo todavía la veo así, con sus tres huevos en la cima como tres pinchitos. Cuando uno llega a estar tan cansado, desilusionado y harto de vivir en una ciudad que ha decidido sacrificar lo mejor de su identidad y su historia para alimentar la envidia y el rencor, en la que ya apenas quedan árboles, en la que parece que nunca ha pasado nada y en la que cualquier presunto logro se pregona a costa de instituciones, partidos políticos y hasta otras ciudades de signo contrario, se llega a echar de menos unos ojos de niño para poder mirar a Málaga como si fuera la primera vez, para aspirar al asombro cuando me asome a algunas de las hermosas calles que aún resisten, para contar mi historia particular desde el primer capítulo. Bienaventurado quien pueda.
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