Málaga

La soledad impuesta o elegida: uno de cada cinco hogares en Málaga son unipersonales

Carmen, en su casa de la barriada de El Torcal.

Carmen, en su casa de la barriada de El Torcal. / Javier Albiñana

En la calle Eugenio Gross, frente al Convento de la Trinidad, se encuentra la casa de Ana Sánchez y su preciosa perra Nube. Hace año y medio que esta jiennense dejó Madrid para venirse a vivir a Málaga y teletrabajar como redactora técnica en la empresa de software Empathy.co. Tiene 36 años y lo suyo es una soledad buscada y elegida con rotunda seguridad. Su independencia y libertad están por encima de cualquier aspecto negativo de no compartir vivienda y, mientras su economía se lo permita, pretende seguir así. El suyo es uno de los más de 31.500 hogares unipersonales que existen en la capital malagueña, según los datos de un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Málaga con los datos del padrón de 2020.

Las cifras aportadas por el Ayuntamiento malagueño desvelan que este tipo de hogares ya suponen algo más del 20% del total, es decir, uno de cada cinco. “Son los que más protagonismo están teniendo porque son los que más crecen, tanto en la población senior como en la más joven”, explica el profesor de Geografía Humana, Juan José Natera, autor del trabajo junto a Remedios Larrubia y Ana Ester Batista.

Desde 2013 a 2020 crecieron en 5.829 las viviendas de una sola persona, lo que supone que este tipo de hogares aumente en Málaga en un 23% mientras que el resto lo haga por encima del 10%. Haciendo una distinción por edad, nacionalidad española o extranjera y sexo de sus habitantes, el estudio señala que la feminización caracteriza a los hogares de origen español y la masculinización y la juventud a los extranjeros, que suponen tan solo el 8% del total de personas que viven solas.

Ana Sánchez teletrabaja en su piso junto a su perra Nube. Ana Sánchez teletrabaja en su piso junto a su perra Nube.

Ana Sánchez teletrabaja en su piso junto a su perra Nube. / Javier Albiñana

“Están creciendo bastante los conformados por determinado grupo de inmigrantes extranjeros, con buenos niveles de formación, que vienen con contratos de rentas elevadas y superiores a la media, algunos podrían ser esos perfiles que está demandando la Málaga tecnológica”, concreta el profesor de la UMA. Otro dato significativo del estudio es que, en los grupos de edad avanzada son más las mujeres que viven solas. “Entendemos que ellas son las viudas que siguen viviendo en la casa de toda la vida, que todavía no son dependientes y que intentan alargar lo máximo posible el momento de ir a una residencia o a vivir con los hijos”, agrega Natera. También indica que la población extranjera mayor de 75 años es prácticamente anecdótica, tan solo 171 hogares en 2020.

El profesor de la UMA apunta como originalidad del trabajo que se haya podido hacer a escala de barrio gracias al uso de los datos de empadronamiento. “Nos hemos sumergido en lo más pequeño desde el punto de vista espacial”, comenta el investigador y detalla que en el centro de la ciudad, en el paseo marítimo Antonio Banderas, en la zona de Olletas, el litoral oriental, desde la Malagueta hasta el Palo, y barrios más periféricos como Churriana y Puerto de la Torre son los lugares con mayor concentración de viviendas unipersonales. “Los jóvenes tienden a localizarse en áreas centrales o pericentrales, donde está todo, el trabajo, los transportes, los lugares de ocio, y los hogares de más edad se encuentran en barrios más antiguos, en la zona de la Trinidad, en la Carretera de Cádiz, son las abuelas que compraron su casa en los años 60, 70 u 80 y que ya se han quedado solas”, agrega el investigador.

Este proyecto, financiado por el plan propio de la UMA y en el que el Grupo Interdisciplinar de Estudios Rurales y Urbanos, Gieru, trabajó durante un año, aporta una visión cuantitativa. Pero habría que tocar en cada puerta para saber las motivaciones que han llevado a estas personas a vivir en soledad. En algunos casos la situación vendrá impuesta por las circunstancias, pero para otros, como Ana, Carmen y Cristian, se trata de una opción de vida deseada.

Cristian en su casa de la calle Córdoba. Cristian en su casa de la calle Córdoba.

Cristian en su casa de la calle Córdoba. / Javier Albiñana

“Después del Covid se impuso el teletrabajo por contrato y esto abrió un mundo de posibilidades para mí, ya nada me ataba a una oficina, me podía plantear vivir en cualquier lugar”, relata Ana, que incluso se planteó ir cambiando de país cada ciertos meses. “Descarté la idea por la incomodidad que suponía y me planteé qué era lo que quería de verdad, y la playa era una prioridad para mí”, comenta. Así que uno de los destinos más cercanos a su familia, en Baeza, era Málaga. “Esta ciudad lo tiene todo, la playa, buenas comunicaciones, es un destino muy atractivo y, además, estudié la carrera aquí y tenía amigos, algo también muy importante”, indica. Y subraya que su soledad es una elección propia a la que encuentra pocos aspectos negativos.

“Por el lado económico no compensa, la verdad es que hoy en día es un lujo que muchos no se pueden permitir, pero llevaba muchos años compartiendo piso y quería buscar algo sola, aunque cueste más ahorrar”, añade. Paga 700 euros de alquiler por 64 metros cuadrados, pero le merece la pena. “Lo bueno de vivir solo es prácticamente todo, la libertad, que no molestas a nadie, que no hay quien se meta en tus cosas, que haces lo que quieres”, apunta.

Además, por su situación de teletrabajo Ana pasa muchas horas en casa y la soledad es también un aliado para su productividad. Después de su jornada, estudia alemán, va a clases de acuarela, saca a su mascota y sale con sus amigos, no le faltan momentos para socializar. “Siempre que me lo pueda permitir voy a seguir viviendo sola”, concluye.

Carmen riega sus macetas, una de sus aficiones. Carmen riega sus macetas, una de sus aficiones.

Carmen riega sus macetas, una de sus aficiones.

Cristian Ravera Saavedra tiene 58 años y es de nacionalidad argentina, aunque vino a Málaga hace más de dos décadas. Trabaja como comercial en una tienda de electrodomésticos del barrio de El Torcal y vive en un pequeño piso de la calle Córdoba, en pleno Soho. “Llevo 16 años viviendo solo porque así lo elegí y lo mejor de esto es la tranquilidad y el estar en armonía contigo mismo, organizar las cosas a mi gusto, la limpieza, el cuidado de la casa, además, no se escucha ni un ruido...”, dice Cristian. Y aunque el alquiler se lleva un buen pellizco de su sueldo y asegura que “la situación económica que se está viviendo en estos momentos perjudica a los que vivimos solos”, como asegura, “aún así no lo cambio, me tendría que ver muy al límite para compartir piso otra vez”, admite.

Cristian, que no tiene cargas familiares, se considera muy sociable y cariñoso, pero eso no está reñido con su parcela de soledad en el hogar. “Si volviera atrás sin duda elegiría de nuevo esta vida, lo tengo más que claro”, afirma muy seguro de su decisión. Lo único que teme es la dependencia que pueda generar la vejez. “Pago un plan de jubilación para que alguien me cuide cuando lo necesite, que es lo poco que me asusta porque la vida me ha dado muchas experiencias, me ha golpeado durísimo y no tengo miedo a nada, me río de todo”, asegura Cristian, que tiene poco apego a lo material e intenta no “atesorar nada”.

Carmen está a punto de cumplir 75 años y lleva viviendo sola desde hace casi medio siglo. Nunca se ha casado ni tenido hijos, también por voluntad propia. “La mía se trata de una soledad muy elegida”, remarca. “Ahora tengo muchos achaques y dolores pero no quiero a nadie viviendo conmigo, tengo muy buenas amistades, pero cada uno en su casa”, apunta. Carmen acude a la playa para nadar todos los días del año, adora sus macetas y colabora con el Cottolengo cocinando cada viernes.

Tiene las caderas “hechas polvo”, una vértebra y la tensión y la tiroides alta, pero lleva una vida lo más activa e independiente posible. “A los 37 años tenía mi casa, mi trabajo, mi coche, mis cosas, decidí que no me iba a casar y no lo hice”, comenta esta mujer que en su vida laboral fue gobernanta en hoteles de Mallorca e Ibiza. “Para mí no tiene nada de negativo vivir solo, cuando estoy mala tengo muchas amistades que me ayudan”, señala. Sí es cierto que hay épocas en las que le cuesta llegar a fin de mes con su pensión, cuando tiene que pagar el seguro del coche, el IBI, el botón de la teleasistencia y otros gastos. Pero cada día se reafirma en la decisión que tomó hace ya tanto tiempo. Ser los dueños de su vida, para ellos, no tiene precio.

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