Damián Quero - Arquitecto. Miembro del Instituto de Estudios Urbanos y Sociales (IEUS) de Málaga

Torre del puerto de Málaga: Tres preguntas sobre paisaje a Sir David Chipperfield (II)

En esta ciudad esperamos de su intervención que no destruya la figura de su fundación entre el monte, el río y el mar

Torre del puerto de Málaga: tres preguntas sobre paisaje a Sir David Chipperfield (I)

Vista alejada de la torre del puerto de Chipperfield. / M. H.

21 de mayo 2025 - 07:00

En el pensamiento actual de las ciudades, las transformaciones deben expresar simultáneamente el cambio y la continuidad, dicho de otro modo, lo que ha de permanecer constante en lo cambiante, la figura del tiempo expresada en las formas construidas. El tiempo de la arquitectura y de la ciudad no es abstracción ni mera duración como el tiempo horario. Es tiempo con significado, tiempo como acumulación de experiencias, tradición en la acepción, entre otros, de Walter Benjamin en sus reflexiones sobre arquitectura y ciudad.

El arquitecto Ignasi de Solà-Morales lo explicaba magistralmente cuando proponía para la arquitectura la síntesis de formas nuevas y tradición. Lo nuevo requiere para ser inteligible algún modo de continuidad de la forma: la forma nueva necesita referencias a lo socialmente codificado y asimilado. La contemplación de una forma edificada o de una obra de arte encierra siempre una decodificación consciente o inconsciente.

Y el arquitecto Bernardo Secchi dijo que con la historia solo se pueden establecer roturas aparentes. Ruptura y continuidad se debaten en todo proyecto de arquitectura para ser asumidas en un proyecto general. En este lugar de Málaga queremos la juiciosa discreción que reclamaba Ignasi de Solà-Morales para expresar en las formas construidas la complicidad de lo nuevo con la tradición. En palabras de Adorno, la forma da cuenta de lo civilizado.

Una mirada urbanística a los lugares públicos no puede estar limitada a las características geométricas del espacio; es también necesariamente de condición antropológica. Y eso no porque la ordenación de las funciones y los usos propios de estos lugares reclamen el concurso excepcional de otras disciplinas, sino porque el significado y la percepción de sus formas -su figura- son inseparables de los ritos y los mitos de cada sociedad.

De modo que la recreación de un lugar no es solo cuestión de geometría, es, sobre todo, narración. Narrar la transformación del sitio es un ejercicio de sintaxis, no la acuarela de sorpresas pintorescas que sigue siendo tan frecuente en el paisajismo y la jardinería. Como lo ha explicado desde la topología Ricardo Saiegh, la sintaxis -la estructura- de un espacio urbano la forman las relaciones visuales, las conexiones y desconexiones de sus construcciones con lo que permanece, los anudamientos y trenzados de lo nuevo con la ciudad.

En sus proyectos y en sus teorizaciones usted, arquitecto Chipperfield, ha asumido la continuidad de lo actual con la tradición, y el jurado del premio Pritzker lo destacó así. Usted sabe que necesitamos la tradición y la historia para la vida y para la acción, para que nos rediman de los espacios sin huellas, de los proyectos que ocultan los vestigios. También en Málaga.

La continuidad del espacio que nos interesa es la que se establece con la historia y con el sitio de la ciudad; es la continuidad del léxico y de la sintaxis, que permite la narración del proceso de transformaciones, de adecuación pausada de cada lugar a las exigencias cambiantes de la misma ciudad.

En esta ciudad esperamos de su intervención que no destruya la figura de su fundación entre el monte, el río y el mar, y que conserve la forma de la transición civilizada de la ciudad al mar. Lévy-Strauss nos enseñó el potente valor antropológico que tiene la identificación y delimitación correcta de los medios terrestre y marino, y la transición entre ellos. Y Chillida dijo “en una línea el mundo se une; con una línea el mundo se divide”. Así, dividiendo y a la vez uniendo, la historia ha construido nuestra relación con el mar. Resístase, apreciado colega, a que el capricho de sus clientes le obligue a destruirla.

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