La Viking odisea X: Estocolmo I
EL JARDÍN DE LOS MONOS
Es una de las ciudades más hermosas del mundo, situada en un lugar colmado de belleza por la naturaleza, donde confluyen el azul cobalto del lago Mälaren con el mar Báltico
La Viking odisea VI: Oslo II
Selma Ottilia Lovisa Lagerlöf, escritora sueca que fue la primera mujer en ganar el Premio Nobel de Literatura, en 1909, definió a Estocolmo tan escueta como acertadamente: «la ciudad que flota sobre el agua». La capital de Suecia, con una población de algo más de millón y medio de habitantes, se asienta sobre un archipiélago de 14 islas. Es una de las ciudades más hermosas del mundo. Está situada en un lugar excepcional colmado de belleza por la naturaleza, donde confluyen el azul cobalto del lago Mälaren con el azul oscuro del mar Báltico. La estampa se completa con sus verdes parques, coloridas plazas con flores, los elevados campanarios intentando alcanzar el cielo malva estival, las medievales callejuelas y la multitud de canales en los que navegan o reposan atracados veleros y lanchas. Aunque se tiene constancia de asentamientos humanos desde el año 12.000 a.C. y de que, sobre el 3.000 a.C., sus habitantes vivían de la agricultura y la ganadería, no es hasta el año 98 d.C. cuando aparecen en la historia escrita. El historiador romano Tácito, en su obra Germania, describe a estos ancestrales vikingos como feroces guerreros de poderosas flotas. Después, la Era Vikinga, que se enmarca entre los siglos IX y XII, es ya conocida por ser la misma que la de los otros países escandinavos. En el siglo XIII la cristianización se había impuesto y la Iglesia se convirtió en la fuerza dominante en Suecia. Y fue en este siglo cuando Birger Magnusson, un noble sueco más conocido como Birger Jarl (jarl significa conde o duque), cuñado del rey Erico XI el Tartamudo o Erico el Cojo (lo tenía todo el hombre), como regente promovió un fuerte gobierno central y fomentó el comercio con otras naciones. En 1250 fundó Estocolmo, siendo en sus inicios una fortificación para defenderse de las incursiones piratas, convirtiéndose en un punto clave para el comercio en la Edad Media, durante la cual la ciudad creció como centro comercial de la Liga Hanseática, construyéndose murallas, iglesias y mercados.
En los siglos XVI y XVII, Estocolmo se consolidó como capital del reino, convirtiéndose con el reinado de Gustavo Vasa en el centro político y religioso del país. A partir de aquí y hasta finales del siglo XVIII, se convirtió en la capital del Imperio Sueco (Stormaktstiden). Tras la disolución de la Unión de Kalmar (Suecia, Noruega y Dinamarca) y la Guerra de Livonia (Entre Rusia, Lituania, Polonia, Dinamarca y Suecia), bajo el mandato de Gustavo II Adolfo, Carlos X y Carlos XII, el ejército sueco se convirtió en una fuerza formidable y Suecia se expandió a costa de invadir vastos territorios de Finlandia, Estonia, Letonia, Rusia y Alemania, convirtiéndose en el país más poderoso de Europa. En el siglo XIX comenzó su declive como potencia territorial a la par que comenzó una importante industrialización y la ciudad se expandió con fábricas, infraestructuras como los ferrocarriles, barrios obreros y zonas burguesas. En el siglo XX Suecia se mantuvo neutral en las dos Guerras Mundiales, lo que le permitió tener un extraordinario desarrollo urbano, tecnológico y cultural. Estocolmo se convirtió en la ciudad que es hoy, modelo del progreso y la civilización occidental.
Como quiera que llegamos de tarde a la ciudad, decidimos pasear por el centro histórico (Gamla Stan o Ciudad Vieja) y buscar donde cenar. Esta zona, donde se concentra el pasado de Estocolmo, llamada también “la ciudad entre puentes”, se asienta en cuatro pequeñas islas situadas en pleno centro de la ciudad. Los sinuosos callejones empedrados aún conservan el trazado original de la Edad Media y viendo sus casas, sus palacios y los puntiagudos chapiteles de sus torres, todo ello impregnado de historia, se tiene la impresión de haber dado un salto de varios siglos atrás.
Lo primero que nos encontramos, de entre todos los bellos edificios que pueblan la ciudad, fue con la Casa de la Nobleza (Riddarhuspalatset), construido a mediados del siglo XVII, fue la sede de la nobleza sueca hasta las reformas políticas de 1866. Su estilo arquitectónico clásico del renacimiento tardío, con influencias palladianas (del arquitecto italiano Andrea Palladio), que se caracterizan por la simetría, el equilibrio y la armonía con el entorno. Esculturas simbólicas que representan virtudes caballerescas y alusiones al lema “Arte et Marte” (“Por arte y por guerra”) decoran sus fachadas. El edificio impresiona nada más verlo.
No acabamos de reponernos cuando nos encontramos con el imponente palacio barroco Kungliga Slottet o Palacio Real. Fue erigido sobre las ruinas de la antigua fortaleza, el castillo de Tre Kronor, y diseñado por el arquitecto Nicodemus Tessin el Joven en 1690, aunque se tardó cincuenta años en construirse. Tiene dos patios, uno exterior, en el que se puede contemplar la ceremonia del cambio de guardia, y otro interior, inspirado en el Louvre. El palacio constituye un símbolo inequívoco del absolutismo y el poder sueco. En el interior se conservan restos del antiguo castillo y alberga las estancias reales de Gustavo III, la Galería de Carlos XI y el trono de plata de la reina Cristina. Y las colecciones del Tesoro y la Armería contienen objetos que son auténticas maravillas que reflejan el lujo y el poder.
Este palacio, que fue famoso por ser la residencia real habitada más grande del mundo, tiene seiscientas habitaciones, es ahora una atracción turística de primer orden. Tras las correspondientes fotos de los jóvenes con la guardia real en las puertas del palacio, seguimos paseando y disfrutando de un Estocolmo festivo y alegre. Las bonitas y elegantes tiendas que adornan las calles de Gamla Stan estaban aún abiertas, por lo que nos recreamos en sus escaparates, y los restaurantes estaban a rebosar de gentes. Estábamos emocionados, sobre todo los jovencitos, ante la visión que nos mostraba la ciudad. ¡Qué bonita¡, ¡Que edificios tan majestuosos¡, ¡Qué calles con tanto encanto¡, ¡Qué ambiente!
Llegada la hora de cenar, buscamos dónde con la pretensión de que fuese un sitio típico y agradable. Bajamos por una calle con farolillos y paredones de siglos ha. Después de dar bastantes vueltas, entramos en un restaurante, de cuyo nombre no me acuerdo. Si que recuerdo que las puertas de madera chirriaban, y que nos adentramos en una bóveda iluminada solo por velas. El murmullo de copas se mezclaba con música suave. Una camarera, atenta y pizpireta, nos llevó hacia una mesa en una sala privada ricamente adornada con objetos vintage.
Los jóvenes pidieron pizzas y hamburguesas, pero nosotros comimos como señores. Comenzamos con un aperitivo de reindeer carpaccio (carne de reno en finas lonchas), seguido por albóndigas suecas con puré de patata y lingonberries (arándanos rojos) para evocar la tradición. Luego, un plato principal de salmón fresco del Báltico con crema de eneldo, idealmente maridado con un vino blanco nórdico, limpio y seco. Para terminar, un postre de cloudberries con crema batida (moras con nata), combinación perfecta de dulzor y acidez. El servicio fue atento y agradable, explicando cada plato como podía.
Al salir, con la barriga satisfecha y el bolsillo más hueco, disfrutamos de la noche de Gamla Stan mientras recogíamos el coche para regresar al camping.
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