La Viking odisea XVII: Copenhague I

el jardin de los monos

De los vikingos a la modernidad: un recorrido por la historia, la cultura y los valores que han hecho de Dinamarca uno de los países más prósperos y civilizados

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La sirenita / M.H

Dinamarca, al igual que Noruega y Suecia, tiene una rica historia que se remonta a tiempos prehistóricos. La civilización danesa tiene sus raíces en la Edad del Hierro, y la presencia de los vikingos es una parte esencial de su identidad histórica. Entre los siglos VIII y XI, los vikingos daneses eran conocidos por sus incursiones en gran parte de Europa y su dominio sobre una vasta región que incluía partes de lo que hoy son Inglaterra, Escocia, Irlanda y Noruega.

En la Edad Media, Dinamarca se consolidó como un reino unificado bajo la dinastía de los reyes daneses, si bien, a lo largo de este periodo, se produjo la unión de los reinos escandinavos que tuvo importantes repercusiones políticas y culturales. En 1536, Dinamarca adoptó el protestantismo luterano como religión oficial, lo que tuvo un profundo impacto en la estructura social y política danesa. En la Edad Moderna, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, el país sufrió una serie de transformaciones, tanto en el ámbito político como cultural y, en el siglo XX, Dinamarca experimentó una fuerte industrialización, se convirtió en un estado de bienestar social y se comprometió con la democracia y los derechos humanos.

La cultura danesa tiene un fuerte sentido de comunidad, donde las relaciones personales, el respeto y el cuidado de los demás son esenciales. La gente valora mucho la equidad, y es común encontrar un fuerte sentimiento de justicia social. En su cultura hay un concepto profundamente arraigado que llaman “higge” que consiste en el arte de crear siempre una atmósfera acogedora y cómoda, un refugio donde la simplicidad y el bienestar sean lo primordial. Este concepto está relacionado con su capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. El carácter danés es conocido por su tranquilidad y resiliencia.

Los daneses son considerados personas prácticas, modestas y con un fuerte sentido de igualdad. En general, tienen una vida social activa, pero a menudo prefieren la intimidad a las grandes demostraciones de afecto. De ese carácter y de esa cultura proviene que los daneses hayan logrado construir un modelo de bienestar social en el que se valora la solidaridad y el apoyo mutuo; y que el estado danés ofrezca un sistema de salud universal, educación gratuita y pensiones públicas, lo que ha permitido una alta calidad de vida. Y, dicho todo esto, surge la pregunta: ¿Cómo los vikingos, un pueblo feroz, guerrero, temible y sin piedad, ha mutado hasta ser el más civilizado del mundo?

Amanece un espléndido día de sol, y Copenhague, como un cuadro pintado por los dioses nórdicos, se despliega ante nosotros en toda su belleza. Desayunamos con calma, rodeados de la frescura del verano danés, y nos preparamos para recorrer la ciudad que ha sido musa de artistas y soñadores. El aire, limpio y vibrante, nos invita a caminar.

Aparcamos en el centro y nos dirigimos al legendario puerto de Nyhavn, una de las postales más conocidas de la ciudad. Este encantador canal fue trazado en el siglo XVII por el rey Cristián V para facilitar el comercio marítimo, y aunque antaño era un bullicioso puerto de carga, hoy en día se ha transformado en un lugar de encuentros, colores y vida. Nyhavn, que en danés significa "Puerto Nuevo", es un espacio donde las casas de colores vivos, con tejados empinados y ventanas adornadas, parecen susurrar historias de antiguos marineros y comerciantes. Aquí vivió, en el número 67, el gran escritor danés Hans Christian Andersen durante veinte años, y su presencia aún se siente en el aire, en las palabras y en los sueños de los viajeros que pasean por estas calles. Es imposible no pensar en los cuentos que nacieron de su pluma, como “El Patito Feo”, “La Reina de las Nieves”, “La

Princesa y el Guisante” o, el más famoso, “La sirenita”, cuya estatua se encuentra a poca distancia de allí. Los cuentos de Andersen son fundamentales no solo en la literatura infantil, sino también en la cultura popular mundial. Muchos de sus relatos exploran temas profundos como la soledad, la belleza interior, y la lucha contra la adversidad.

Al caminar por la orilla del canal, se percibe el bullicio de los bares y las tabernas que, como en tiempos de antaño, siguen acogiendo a marineros y turistas. Entre las casas de colores, también destacan las posadas y cantinas, donde los ecos de viejos cuentos de marineros se mezclan con las risas de los viajeros contemporáneos.

El Teatro Real (Det Kongelige Teater), inaugurado en 1748, se alza como uno de los monumentos más importantes de Copenhague. Su fachada neoclásica, con columnas corintias y un estilo majestuoso, refleja el poderío de la época. Al igual que el Palacio de Charlottenborg, un ejemplo sublime del barroco danés. Construido en el siglo XVII, este palacio alberga hoy la Real Academia de Bellas Artes. En sus pasillos se sienten las huellas de artistas y pensadores que han dejado su legado en la cultura mundial, tales como Søren Kierkegaard (1813-1855), considerado uno de los filósofos más influyentes del siglo XIX; Kierkegaard es el padre del existencialismo moderno y su obra influyó profundamente en filósofos posteriores como Jean-Paul Sartre o Martin Heidegger, además de dejar una marca indeleble en la teología y la psicología; o Niels Bohr (1885-1962), el físico que revolucionó nuestra comprensión del átomo. Fue una de las figuras clave en el desarrollo de la teoría cuántica y ganador del Premio Nobel de Física en 1922.

Tras admirar estos monumentos, cruzamos hacia el corazón de la ciudad, donde se erige la Plaza de Amalienborg, un conjunto arquitectónico de gran elegancia que data del siglo XVIII. Los cuatro palacios que rodean la plaza, de estilo rococó, guardan una tradición monárquica que se inicia con la Dinastía Glücksburg, cuyo linaje se remonta a tiempos de los vikingos. En uno de estos palacios, el de Christian IX, reside la realeza, por lo que la Guardia Real realiza un desfile impresionante todos los días. Un recordatorio palpable de la historia monárquica que sigue viva en la ciudad.

A tan solo unos pasos de allí, la Frederiks Kirken (Iglesia de Mármol) se alza majestuosa. Su cúpula, de 45 metros de altura, es una de las estructuras más icónicas de la ciudad. Construida entre los siglos XVII y XVIII, fue diseñada por el arquitecto Nicholas-Henry Jardín, y su imponente cúpula, rodeada de esculturas de mármol, es un ejemplo perfecto de la grandeza arquitectónica de Copenhague. Cuando uno se acerca, es casi imposible no sentirse pequeño ante la magnificencia del edificio, que también ha sido la inspiración para muchos artistas, desde pintores hasta músicos.

Después de contemplar el cambio de guardia, nos dirigimos a uno de los lugares más representativos de Copenhague: la Iglesia rusa de Alexandre Nevski, una joya de la arquitectura ortodoxa construida en el siglo XIX, con sus tres cúpulas doradas que brillan con la luz del sol. Esta iglesia es un ejemplo de la influencia cultural de Rusia en Dinamarca, especialmente en el periodo posterior a las Guerras Napoleónicas.

Con el sol en su cenit, decidimos adentrarnos en la bulliciosa Østergade, una de las principales calles comerciales de la ciudad. Aquí, entre tiendas de lujo y cafeterías acogedoras, se mezcla la modernidad con la tradición. Es como si Copenhague hubiera logrado equilibrar lo antiguo y lo nuevo, creando un lugar donde el pasado nunca se olvida, pero se vive con alegría. De repente, nos encontramos frente al Rådhus (Ayuntamiento), una edificación de gran envergadura que data de finales del siglo XIX. Su torre de 105 metros de altura domina la ciudad, y dentro alberga el famoso Reloj Astronómico, considerado el más exacto del mundo. Sin embargo, al acercarnos, nos damos cuenta de que el precio de la entrada para ver el reloj es casi tan astronómico como el reloj mismo. Nos reímos, pero la belleza del edificio nos dejó sin palabras.

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