Don Joaquín Peiró, porque sin el don no se puede nombrar a una de las figuras más importantes de la historia del Málaga Club de Fútbol, ya es eterno en La Rosaleda. Lo era de corazón y alma, porque la impronta que dejó en la afición es imborrable, pero ahora también es un símbolo real. Ese banquillo le pertenece y ahora su nombre luce en él, para que no haya dudas.
En el íntimo acto organizado por la Fundación MCF, con su coordinador Lucas Rodríguez a la cabeza, su hijo Quini lo recordó: “Aquí ha sido algo especial, un gran cariño, una unión con Club prensa y afición que es muy difícil de conseguir y se logró un ambiente para levantar de nuevo a la ciudad en el mundo del fútbol. Para nuestra familia Málaga es un punto de referencia muy grande y así lo vamos a recordar después de este homenaje”.
Basti estuvo a sus órdenes y sabe lo que era Peiró en ese vestuario: “Era un lince, veía muy bien los partidos. A nivel grupal sabía llevar muy bien el vestuario, le respetábamos mucho. Nos trasmitió valores de trabajo, constancia y humildad. Con él llegó todo el éxito del MCF. Cuando llegó fue algo muy especial. Nos subió a primera, ganó la Intertoto, llevó al equipo a Europa”.
Francisco Martín Aguilar también vivió muchos momentos personales con don Joaquín: “Tuve la oportunidad de conocerlo y de aprender muchísimas cosas de él. Que menos que pueda estar aquí eternamente en este banquillo, donde demostró tanto señorío y conocimiento y transmitió tantos valores. Todos los malaguistas estarán muy orgullosos”.
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