Ramón Aymerich dejó los negocios por la escultura
Amigo de Luis Dominguin y Peter Viertel, puso más nombres a las calles de Marbella que sus alcaldes. Fue comisionista, guionista, decorador de cine e hizo los premios TP de televisión
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¬Me preguntaba: ¿Qué producto manufacturado no tiene este país y, sin embargo, tiene la materia prima para hacerlo?. Me di cuenta de que exportaban las materias primas e importaban los productos ya elaborados. Entonces me las ingeniaba para hacer una fábrica que elaborara las materias primas locales. Así empecé con la colofonia, dice Ramón Aymerich acerca de su negocio con la resina de los pinos, que se utiliza para hacer desde aguarrás hasta ¬mezclada con clorato de potasio y lactosa¬ conseguir el humo de la fumata blanca en la elección de un nuevo Papa.
El Gobierno de Brasil había plantado millones de pinos pinaster, muy resinosos, y los madereros se quejaban de que tenían que parar continuamente las sierras para limpiar la resina. No se les había ocurrido ordeñar el pino y usar la madera cuando el árbol se secara. Me he dedicado a negocios muy creativos. En Brasil y Chile he montado fábricas llave en mano, financiadas a largo plazo, de lo que se me ocurría.
A los japoneses les vendía agar agar, que se usa en la industria farmacéutica para hacer las capsulas de medicamentos, o en el jamón york para la gelatina que le da un color marrón. Se obtiene de las algas Gelidium y Gracilaria. En Santander las sacaban en grandes cantidades, a siete o diez metros de profundidad; pero en Chile, las algas estaban tiradas en kilómetros de playas. Solo había que apartarlas y ponerlas a secar, luego las llevabas a la fábrica, se hacía la limpieza y se producía. El agar agar es rico en fósforo, hierro, calcio, yodo y potasio, y tiene diferentes usos terapéuticos, culinarios y medicinales.
También he hecho fábricas de harina de pescado, cementeras y he equipado barcos. Mi familia tenía astilleros en Cádiz y Guipuzcoa, pero nunca trabajé con ellos. Fui comisionista de la industria siderúrgica, en Manaos (Brasil). Era un comercial, que en las buenas operaciones siempre tienes que compartir los beneficios con un intermediario. Era comisionista en todo. Recibía un télex de Japón que me pedía castañas peladas en sacos de yute de 50 kilogramos, yo las encontraba y se las ofertaba, dependiendo siempre del telégrafo, era un coñazo.
Viajaba mucho. En un momento dado me harté de la vida financiera, tenía más satisfacción cuando realizaba una labor artística, así, decidí ser escultor. En las vacaciones de 1974, alquilé un velero en Ibiza y decidí dejar ese mundo aburrido. Estaba fascinado por las esculturas modernas que veía en los museos. Le dije a mi socio en Madrid que lo dejaba todo. Fui a una fundición de arte y vi cómo se hacía. Lo comprendí enseguida porque tenía mucha cultura industrial. Compré lo que iba a necesitar, alquilé un trastero y me metí a hacer esculturas apasionadamente en septiembre. Cinco meses después hice mi primera exposición en Madrid, con 30 esculturas de 30 a 180 centímetros. Conocía a mucha gente, y empecé a vender en el Club Financiero de Génova en Madrid. En una exposición, que duró tres años, iba renovando las piezas. Eran de bronce, las primeras las hice a base de talonarios, después me apasionó la piedra y el acero inoxidable.
Tras una exposición de cuatro meses en la galería Hasting, en Nueva York (EEUU), acabé harto de la gran ciudad. Vine a Marbella en Semana Santa y aquí me quedé a vivir a mediados de los setenta, era un paraíso. Un lugar muy amable, familiar, nos conocíamos todos. La última exposición la hice, en 2010, en Shangái, organizada por el Gobierno chino. He conocido el viejo Pekín, la China en obras y la moderna con autopistas.
Esa Marbella era una delicia, estaba el Marbella Club, El Fuerte con su chiringuito, el Don Pepe, el Guadalpín, o ir de casa en casa. El centro de reunión importante era el Marbella Club. La vida se hacía en la ciudad. Estaba todo mezclado, entrabas a un bar y tenías al lado a Audrey Hepburn y Mel Ferrer; a Soraya, la princesa persa; y enfrente al chico de las hamacas, que estaba con sus amigos. Nos conocíamos todos.
Estaba el torero Luis Miguel Dominguín y sus novias. Al pintor Claudio Bravo, lo conocí cuando vivía en Madrid con su hermana Jimena, y Pilía, ésta fue novia de Luis Miguel, íbamos mucho a su finca, era un tipo genial.
Bastiano Bergese me daba aguacates de su finca de la carretera de Istán, donde tenía una magnífica plantación. Lucía Bosé, que era muy amiga suya, se pasaba temporadas allí cuando se separó de Luis Miguel. La hija de Bergese, Grazia, se casó con un amigo mío, el pintor Agustín Boyer, (hermano del exministro de Economía Miguel Boyer) que sigue siendo un musolari del equipo de mus de Euskadi. Dice que por eso le respetan. Bergese hizo dinero con la medicina. En España no se podía traer medicina, Bastiano lo hacía de contrabando, porque le dejaban, traía los antibióticos y penicilina que venían de fuera. De La Concepción hizo una finca preciosa.
Mel Ferrer, era un tío que tenía mucha vista y buen gusto. Compraba una casa, la arreglaba y se metía a vivir en ella. La ponía muy bien y luego la vendía como la casa de Mel Ferrer. Hizo así con dos o tres casas diferentes, y el dueño de alguna de ellas te decía: esta era la casa de Mel Ferrer. Lo que hacía, el muy listo, era ganar dinero, en un tiempo que era fácil.
En Puerto Banús, me sentaba en la pizzería Da Paolo y al ochenta por ciento de los que pasaban los conocía de vista. Cuando Paolo Ghireli vendió el restaurante Don Leone a Santiago de Pablo y abrió La Meridiana, me compró unas esculturas y otras las tenía en exposición para su venta.
Un día me dijo: vente esta noche que viene Adnan Kashoggi ¬que me ha vendido algunas esculturas¬ con Mobutu Sese Seko (el dictador del Congo Belga) y el príncipe Andrés de Inglaterra. Yo me sentaba en una terracita pequeña, desde donde se veía todo. Al salir Mobutu y Kashoggi estaban todos los fotógrafos fuera y también la policía, la Guardia Civil, la seguridad de Mobutu, los guardaespaldas de Kashoggi, un montón de gente. Los policías de Mobutu, a los fotógrafos les pusieron las manos encima de los objetivos.
En un momento todos los personajes se fueron, y solo quedó Jaime de Mora.
¬Muchachos comprenderéis que es el presidente de un país, les dijo.
¬ Sí, pero nos han empujado y estropeado las cámaras, que llevamos cuatro horas, se quejaban los fotógrafos.
Entonces Jaime de Mora, cabreado, cogió el bastón y les advirtió: Sabéis los que os digo, que os voy a hundir, no voy a volver a Marbella, tiró el bastón al suelo, que lo recogió su secretario, se metió en el coche y se fue.
En Madrid tenía, con Roy Boston, el Nido del Arte, un local del director de cine Nicholas Ray, que se lo alquilaron a su sobrino. Yo estaba haciendo una película con Ana María Periangeli, Jeffry Hunter, y un productor italiano. Fuimos a tomar una copa y el local estaba lleno. Nos vio, levantó una mesa de gente joven de la primera fila y nos sentó allí.
Cuando iban a hacerle una escultura, un alemán, amigo suyo, me pidió que la hiciera. Le dije que no. Yo había hecho la de Luis Miguel Dominguin, que está en la explanada de la plaza de toros de Las Ventas (Madrid)
¬Pero usted le hizo a Dominguin, me dijo.
¬No va a comparar la personalidad de Luis Miguel con la de Jaime de Mora. Hagas lo que hagas, esa escultura parecerá un ninot, porque el personaje es un muñeco. La hizo un escultor de Algeciras (Cádiz), que no sé si cobró todo. La mujer del alemán encargó a la fundición la cabeza de la escultura y la puso al lado de La Pesquera.
He tenido una vida muy intensa, hice decorados para cine, televisión y ballets. He hecho guiones y tenido muchos amigos actores y directores. Una gran amiga mía fue Ana Maria Pierangelis, y también Robert Mitchun. Durante cuatro o cinco años hice los TP de Oro, los premios de televisión, los míos salían muy caros, eran de bronce.
Fui muy amigo de Peter Viertel (el marido de Deborah Kerr), me lo había presentado Dominguin. Me habló de La Habana (Cuba) y del tiempo que estuvo allí, escribiendo con Ernest Hemingway. Con una idea romántica, fui para allí para escribir y me encontré un desastre, solo estuve un mes. Viertel era un encanto, un gran guionista de cine. En la adaptación de su libro Cazador blanco, corazón negro para el guión de la película que hizo
Clint Eastwood le eché una mano, en un momento que estaba un poco atascado. Hablábamos sobre los diálogos, aplicando el sentido común y el conocimiento del guión, del lenguaje gestual no solo de la palabra.
No me ha importado trabajar gratis para los amigos, como Jaime Prades, que era el vicepresidente de la productora Samuel Bronston. Tuvo muy mala fortuna en el cine cuando hizo con Miguel Ríos la película Hamelin, que se quedó en las latas, no se estreno, perdió todo. Con Pampa Salvaje, dirigida por Hugo Fregonese, y que protagonizó Rober Taylor, le fue muy mal. Lo ayudé en todo, desde el decorado hasta salir de España. Le habían retenido el pasaporte por pagar a una actriz con un talón sin fondos. Estaba mayor, había sufrido un infarto, lo conseguí a través de unos contactos.
En Marbella, yo he puesto más nombres a las calles que ningún alcalde. Era un desastre, no había direcciones ni nombre de las calles. Con mi hijo creé una guía con mapas e información, que la hicimos durante varios años. Venían los taxistas, las empresas de transportes, hasta la policía, a buscar la guía. Me preocupé de que a las calles de las urbanizaciones le pusieran nombres. Cuando no sabían que ponerle, les sugería que lo hicieran con nombres de plantas autóctonas, o de batallas. El nombre de José Manuel Vallés a una avenida, que ahora es calle, se lo puse yo. Fue el único delegado municipal que hizo algo importante por la cultura en Marbella. Creó la Bienal de Arte y el Premio de Novela de Marbella, tenía acceso a gente importante. Editaba la revista La Traiña, donde yo publicaba sobre filosofía, y en la que escribían Camilo J. Cela o Torrente Ballester, gente muy buena. Cela no me quería mucho. Una vez vino a dar una conferencia sobre la lengua y el lenguaje. En el auditorio eramos cuatro, se sintió contrariado y decidió dejar la conferencia en una charla. Estaba de mala leche. Yo escribía entonces crónicas de Marbella y critiqué que el académico de la lengua no diera la conferencia, no era correcto ni se entendía que pasara de nosotros. No lo encajó bien y me cogió al revés. Lo encontraba con mucho ego y muy déspota, aunque se lo mereciera todo.
Un escultura mía, que era el símbolo de la Bienal de Arte de Marbella, está detrás del faro con una señal de trafico pegada. Es una obra de línea, muy elegante, que tenía que estar sin nada detrás, pero no me puedo quejar porque desde la época de Jesús Gil estuvo en un macizo de plantas, que había crecido demasiado y no se veía nada. Gil quería que le hiciera unas esculturas para el parque de la Constitución, le dije que tenía que ser un encargo y soltar un dinero. Era un bocazas. Me ofreció un intercambio por terrenos y le dije que no.
Yo hacía piezas únicas para coleccionistas. Aquí me han hecho muchos feos, sin embargo, cuando se me pidió colaborar he estado en jurados de premios de arte. Tengo dos esculturas en el palacio de congresos, las pienso regalar porque no quiero que el día que me muera, se las quede el Ayuntamiento por la cara. Las dejé después de una exposición porque pesan más de mil kilos y cuesta mucho moverlas, una es de un granito durísimo, de China, y la otra de mármol Boticcino italiano (uno de los más finos). De carácter masculino una y femenino la otra.
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