Christoph Waltz, el "glorioso bastardo"
82 edición de los Oscar
El actor austriaco, curtido en el teatro y las series de TV, salta a Hollywood de la mano de Quentin Tarantino
Ni la maldición que suele castigar a los favoritos en las galas ha impedido que el austríaco Christoph Waltz se lleve el Oscar al mejor actor de reparto gracias a su antológico papel de cazador de judíos en Malditos bastardos, de Quentin Tarantino. Después de 30 años de carrera, el actor de 53 años pasa por el mejor momento de su vida profesional gracias a su interpretación del lenguaraz y cínico oficial de las SS Hans Landa. Un trabajo que relegó al mismo Brad Pitt a la sombra.
Pero antes de que empezaran a lloverle los premios por su interpretación, Waltz era un actor poco conocido en Austria, fuera del mundillo de los telefilmes. De hecho, cuando se le premió el año pasado en Cannes como mejor actor, muchos reaccionaron con un "Christoph...¿quién?". Ahora se ha convertido en toda una celebridad en el país y algunas publicaciones lo han bautizado ya con cariñosos apodos como glorioso bastardo. Elevado al santuario de la fama, hasta el jefe del Gobierno austríaco, Werner Faymann, le ha felicitado hoy por el Oscar al "inscribir su nombre de forma tan impresionante en la historia del cine"
Hijo y nieto de una familia vienesa vinculada al mundo teatral, desde joven supo que su futuro estaría sobre las tablas, y logró una sólida formación en la escuela de interpretación Max-Reinhardt de Viena y en la prestigiosa Lee Strasberg Theatre Institute de Nueva York. Con poco menos de 20 años comenzó a actuar en obras de teatro y hasta ahora era conocido por sus más de cien papeles en series y telefilmes, mientras que sus apariciones en el cine eran mucho más escasas.
En televisión interpretó a toda una galería de psicópatas, asesinos y secuestradores para series de detectives como Tatort, Polizeiruf 110 y Rex, entre muchas otras. Que le encasillaran en esos papeles siempre le torturó, porque le parecía "aburrido" y consideraba que su verdadero talento se encontraba en el registro humorístico.
"¿Qué hago ahora? ¿Actuar por enésima vez como asesino en un telefilme que emitirán en cualquier sitio?", recordaba con desaliento en una reciente entrevista. Entonces llegó el papel de su vida como un oficial de las SS lleno de matices, un tipo frío, metódico y cultivado capaz de helar la sangre con una mirada. Para preparar a Landa trató de abolir todos los condicionantes y prejuicios sobre las SS, aunque advirtió de que nunca más volverá a interpretar a un nazi, porque trabajar con "estereotipos" le resulta "cansino". Eso sí, si hubiera una segunda parte de Inglorious Basterds no se lo pensaría dos veces.
Mucho se ha hablado de su talento lingüístico, sobre su dominio del inglés, italiano y francés, además de su alemán materno. En realidad del italiano confesó no tener gran idea, aunque su imitación de la gesticulación y del acento en las líneas que le ofrecía el guión de Tarantino resultaron intachables. Conocido por su preparación minuciosa de sus personajes, Waltz cree que su enorme experiencia en el teatro le ayudó a encajar en la película, debido a que los diálogos de Tarantino entran en tal infinidad de detalles y matices que un actor teatral puede entender mejor esos registros.
Waltz, que vive entre Londres y Berlín y ha alcanzado fama interpretando a un cazajudíos implacable, tiene un hijo rabino en Israel, fruto de su primer matrimonio con una neoyorquina, según explicó, o quizás tomó el pelo, Tarantino a una periodista del diario israelí Haaretz. Ahora que se ha convertido en la nueva sensación de Hollywood, ha confesado que le han ofrecido tantos papeles que no sabe por dónde empezar. De momento ha actuado, de nuevo como villano, en un proyecto de autor como The Green Hornet, dirigida por el siempre estimulante Michel Gondry, y con Cameron Díaz en el reparto. Después volverá a rodar en Viena de la mano del director de culto David Cronenberg en The talking cure, dando vida al padre del psicoanálisis Sigmund Freud.
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