Robot salvaje | Crítica
Divertida, emocionante y espectacular obra maestra
40 años de la muerte de John Lennon
En junio de 1963, cuando aún tenía 22 años, John Lennon era lo más parecido al hombre del momento. El lanzamiento el marzo anterior del primer álbum de The Beatles, Please please me, entrañó el nacimiento de la beatlemanía, con dos sencillos (Love me do y Please please me) lanzados al número 1 de las listas británicas y una puesta en escena incendiaria en conciertos reclamados en territorios cada vez más amplios. En abril había nacido su primer hijo, Julian, fruto de su matrimonio con Cynthia Powell y para quien un lustro después Paul McCartney escribió Hey Jude. Lo que parecía una estabilidad familiar bien asentada entrañaba un jarro de agua fría para las fans, pero Lennon nunca había dejado de ser el chico de Liverpool ávido de nuevas sensaciones que seguiría siendo hasta que Mark Chapman acabó con su vida en la puerta del edificio Dakota, en Nueva York, el 8 de diciembre de 1980. Por eso, cuando el manager del cuarteto, Brian Epstein, le informó de su intención de marcharse un par de semanas a Torremolinos, un extraño remanso de libertades permitido en medio de una dictadura militar, Lennon pasó por alto sus obligaciones paternales y decidió acompañarle. Faltaba todavía un año para que Bob Dylan invitase a The Beatles a probar la marihuana en el histórico encuentro neoyorquino, y algo más para los experimentos con el LSD, pero la disposición más curiosa a observarlo y probarlo todo estaba ya bien encarnada en el nombre de John Lennon. Epstein conocía la calidad acogedora del turismo gay de la que hacía gala aquella pintoresca villa de pescadores y el músico se ofreció a acompañarle a modo de explorador entrometido. Dicho y hecho.
Se ha escrito largo y tendido sobre aquel viaje. Lo hicieron el mismo Lennon y biógrafos como Philip Norman. En una clave más próxima, la revista Litoral abordó la cuestión en el número especial Torremolinos. De pueblo a mito, publicado hace tres años. Pero lo que realmente dio de sí la escapada quedó siempre en el pozo de los secretos gracias a la complicidad de los implicados. En sus referencias a Torremolinos, Lennon se describía como un mero acompañante guiado por un morbo adolescente hacia las conductas de Epstein: “Yo le preguntaba cuál de aquellos chicos le gustaba y disfrutaba de sus respuestas como un escritor que está experimentando una realidad que no es la suya”, dejó escrito al respecto. Pero los rumores en torno a la posibilidad de que su papel hubiera ido más allá que el de mero anotador no tardaron en cundir: sólo unos días después de su regreso a Londres, en la fiesta de cumpleaños de Paul McCartney, Lennon respondió con un puñetazo en la mandíbula a un DJ que se había atrevido a preguntarle por su “luna de miel con Brian”. En no pocas ocasiones ha descrito Yoko Ono la orientación bisexual de John Lennon, lo que tal vez se correspondió con una revelación en aquel Torremolinos en el que, lejos de sus conocidos habituales y de la prensa, sin cotillas y en un clima de absoluta permisividad, el joven Beatle tuvo la ocasión de actuar a sus anchas. Dos años después, Lennon regresó al sur de España para rodar en Almería Cómo gané la guerra a las órdenes de Richard Lester. Allí comenzó a componer una de sus obras maestras, Strawberry fields forever. Quizá le faltó al paso de Lennon por Torremolinos una canción a modo de testimonio. O tal vez la canción llegó mucho más tarde mediante una conexión hoy insospechada.
En cualquier caso, el mundo recuerda a John Lennon un día como hoy, cuando se cumplen cuarenta años del crimen que acabó con su vida a sus cuarenta años. Especular con lo que habría dado de sí como artista de haber seguido con vida es tan doloroso como inútil, pero cabe recordar que el asesinato a manos de Chapman resultó especialmente cruel en la medida en que su víctima era un hombre en pleno renacimiento: el Lennon de diciembre de 1980 acababa de volver a la música después de cinco años de silencio (consagrados, en teoría, a la crianza de su hijo Sean, aunque es bien sabido que de la crianza se encargó el equipo de niñeras de turno) con Double Fantasy, seguía componiendo con una inspiración notable, se había reconciliado con Paul McCartney (quien, en gran medida, le había incitado a volver a grabar con su McCartney II, por el que Lennon manifestó su admiración inmediata, teñida como antaño de insana envidia) y, sobre todo, mostraba una determinación mayor para retomar las riendas de su vida. Lennon había afirmado diez años antes en God que ya no era la morsa, sólo John. Que el sueño se había acabado. Que nada quedaba de aquel Torremolinos. Pero la pesadilla sería peor que la vigilia.
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