Cultura

Agustín Cerezales: “Carmen Laforet vivía en un plano muy fuera del tiempo, en lo esencial”

  • El hijo de la escritora es el responsable de la edición y los textos de ‘El libro de Carmen Laforet’ con el que Destino celebra su centenario y que se ha presentado este lunes en el Centro Andaluz de las Letras

Agustín Cerezales Laforet, poco antes de la presentación del libro en el CAL

Agustín Cerezales Laforet, poco antes de la presentación del libro en el CAL / Javier Albiñana (Málaga)

Agustín Cerezales Laforet se ha enfrentado a un encargo de peso, bucear en el archivo de su madre, Carmen Laforet (1921-2004), y recuperar su memoria en el centenario de su nacimiento. El fruto de este trabajo ha sido El libro de Carmen Laforet. Vista por sí misma, de la editorial Destino y que ayer se presentó en el Centro Andaluz de las Letras. “Estoy muy contento con el libro, me ha hecho sufrir muchísimo pero ahora, cada vez que lo abro, vuelvo a leer sus textos y es un gustazo”, dice el escritor. El Instituto Cervantes prepara una exposición conmemorativa en torno a la escritora, ganadora en 1944 del Premio Nadal con su novela Nada.

–El libro ha sido un encargo de la editorial Destino...

–Sí, obedece a la voluntad de Destino de celebrar el centenario de Carmen Laforet. Acepté el encargo porque, además de todo, no lo podía hacer nadie más. Estábamos en plena pandemia y yo contaba con el archivo familiar y con conocimientos suficientes para hacerlo.

–¿Cómo enfocó este cometido?

–Lo que he hecho es guiarme por lo que considero que son las líneas maestras de su mundo. Es como un imán que va atrayendo las distintas virutas. Los textos van siguiendo una serie de grandes temas que implican distintas perspectivas, la infancia, la amistad y el amor, la libertad, el oficio de escribir, la naturaleza y la mujer. Son la trama del tapiz. En torno a ella se van urdiendo todas las composiciones de las figuras.

–Entre los textos, las cartas, los artículos, usted ofrece explicaciones como narrador. ¿Ayudan a comprenderla mejor?

–He procurado ser lo más discreto posible, pero es verdad que estoy ahí, los textos que he elegido son responsabilidad mía, pero me he guiado por su propio consejo.

–¿Y qué decía Laforet?

–Que cuando se miran los papeles de un escritor y lo que ha dicho, hay que procurar no resaltar las ocurrencias de una vez, sino sus constantes. Y ese consejo lo he seguido. La mayor parte de las cosas que dice Carmen Laforet en este libro no las dijo una sola vez, las dijo muchas.

–Reitera, por ejemplo, la importancia de la imaginación en la infancia...

–Sí. Hay un detalle que me conmueve mucho, que es cuando habla que sus muñecas favoritas eran las piedras de la playa, que las envolvía en una gamuza que le robaba a su madre. Muchos años después en La insolación, vuelve a aparecer una niña jugando en la playa, y luego en su novela póstuma, Al volver la esquina. El personaje de la niña aparece poco pero tiene mucha importancia.

–¿Este trabajo ha supuesto una inmersión en su obra más profunda?

–Mucho más. He tardado mucho en entrar en sus papeles más personales, en las cartas. Y no porque no me interesaran, era más bien una cuestión de respeto.

–¿Qué Carmen ha descubierto?

–Pues la misma que conocía, en realidad. Siempre ha sido una mujer muy congruente. No me ha sorprendido, me ha regocijado. Mi madre era muy divertida, tenía mucho sentido del humor y eso me lo encuentro en muchos lados. Siempre es ella. Me ha gustado mucho adentrarme en su obra y me ha traído muchos recuerdos.

–Su madre Teodora y su abuela Carmen fueron dos pilares en su vida...

–Sí, siempre las recordó con muchísimo cariño a las dos. Fueron dos mujeres muy importantes. Su madre le enseñó el amor a los libros, la veracidad, la no maledicencia, uno de los consejos que le daba es que no hablara mal de nadie a sus espaldas, y también le enseñó una cosa muy particular: a distinguir entre ficción y realidad. Murió cuando tenía 13 años, fue un dolor terrible. Su presencia siempre estuvo ahí.

–¿Se sintió siempre escritora?

–Yo creo que sí. Tuvo una conciencia muy temprana de su vocación, sin duda. Tuvo que ser una niña muy inteligente, tenía una percepción muy aguda y profunda de las cosas.

–¿Qué se ha quedado fuera?

–Mucho. Y meter la tijera es un dolor. En cada una de las siete partes he elegido dos o tres textos, que suelen ser artículos completos, para que el lector disfrute de un texto en su integridad. Casi todos los textos valdrían para cada una de las partes, la mujer, la literatura, la naturaleza, el amor y la amistad... En casi todos, esos temas están explícitos o implícitos.

–¿Cómo seleccionó lo que creyó que ella hubiera elegido?

–Conté con un cómplice, un duende que siempre ha habido en la familia. Aparecían de forma extraordinaria en mi mano. Al margen de eso, abrí siete grandes carpetas para ir teniendo materiales que respondieran a esos temas, que para mí eran esenciales.

–¿Qué se le descubre al lector con este libro?

–La obra de Carmen Laforet está compuesta por cuatro grandes novelas más una póstuma, que es muy importante porque ilumina las anteriores, siete novelas cortas, diez o quince cuentos y unos 400 artículos. Toda esa obra es muy coherente y traza un mundo muy rico, muy amplio y de una calidad irreprochable. Siempre es ella, aunque en el imaginario haya quedado Andrea de Nada, principalmente. Es una obra muy rica y no muy larga, lo que permite abarcarla y disfrutarla en su profundidad. Queda mucho por descubrir de sus artículos, que son muy interesantes porque no pierden actualidad. Vivía en un plano muy fuera del tiempo, en lo esencial, sin pretenderlo. Nunca he visto a una persona menos pretenciosa.

–Fue una mujer adelantada a su tiempo...

–Sí, pero también porque estaba fuera del tiempo. Realmente no sintió mucho la presión de ser una voz de su época. Ella observaba, no juzgaba. Sus opiniones nunca las consideró un dogma, veía el mundo y lo contaba.

–¿Fue una activista en cuanto al feminismo?

–Escribió mucho sobre ello y el libro recoge varios artículos. Su posición era que había que tender a la libertad para todos, para la mujer, para el hombre y para los animales. Ella tuvo mayor libertad que las mujeres de su época por dos razones. Una porque se la tomaba, no había quien la parara. Y luego porque tuvo la suerte de ganar el premio Nadal, que le dio una posición importante. Mi padre, además, era un señor encantador que la entendía, a pesar de que no era una mujer fácil para convivir. Era súper independiente.

–¿Cuáles fueron las mayores trabas?

–Pues las dificultades propias del oficio, la escritura no era para ella coser y cantar, era un esfuerzo grande que le exigía mucho. El cerco de la mentalidad de la época no le influyó porque no lo compartía en absoluto. Se lo tomaba con mucho humor y siempre desde el respeto.

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