Cultura

'Alegría' del Circo del Sol: Y la excelencia se volvió humana

Trapecistas durante el espectáculo del Circo del Sol. Trapecistas durante el espectáculo del Circo del Sol.

Trapecistas durante el espectáculo del Circo del Sol. / Anne-Marie Forker (Londres)

Escrito por

· Jorge Pedrosa

Una de las últimas piruetas de Alegría. “¡Hop!”, avisan en el otro trapecio. El acróbata despega desde lo alto del Albert Hall de Londres, casi rozando las setas. Un primer recorrido para tomar impulso, como todos los saltos anteriores. En el segundo se desprende en dirección al compañero que le espera, balanceándose como un metrónomo invertido, al otro lado. Uno, dos y tres mortales sobre sí mismo. Estira los brazos, el público contiene la respiración, “¡oh!” Resbala directo a la red

Rompe en un aplauso global el nada fácil de agradar –no al menos hasta ese momento– respetable del Albert Hall. Casi 5.000 personas que se congregan y acaban de celebrar lo que representa el Circo del Sol: en la búsqueda de la perfección está permitido fallar. La excelencia tocó la humanidad.

Hasta tres pisos sobre barras acrobáticas. Hasta tres pisos sobre barras acrobáticas.

Hasta tres pisos sobre barras acrobáticas. / Anne-Marie Forker (Londres)

Ahora que las plataformas de contenido audiovisual y las redes sociales acaparan casi toda la atención con sus híper estímulos lumínicos y sonoros, amén de los efectos especiales postproducidos, el Circo del Sol sigue siendo una rendija, quizá una de las últimas, a la espectacularidad en vivo, la que está en el equilibrio de lo tangible y lo intangible. 

Sueñan sus artistas con la excelencia en cada número arriesgando en el punto en que lo excelso se encuentra con lo imposible. Piruetas con, cada vez, más vueltas, saltos en el aire al límite de caer a la red de seguridad o auténticos magos que manejan el fuego hasta el punto de crearlo, transportarlo y danzar con él, que no para él. 

La danza del fuego. La danza del fuego.

La danza del fuego. / Anne-Marie Forker (Londres)

Los espectadores que ya hayan visto Alegría (en 2013 pasó por el Martín Carpena, sin ir más lejos) en una gira anterior no deben preocuparse, más bien todo lo contrario. Circo del Sol renovó por completo el espectáculo en 2019, 25 años después de su nacimiento, sin olvidarse de los firmes cimientos que lo llevaron a ser uno de los shows más celebrados de la compañía. Tras haber iniciado la gira en Montreal y haber pasado por Estados Unidos o Japón, llega a Málaga –segunda ciudad de la Unión Europea que lo disfrutará tras Barcelona, tercera del continente si se tiene en cuenta su estancia actual en Londres– 30 años después de su nacimiento y ya ha tenido que ampliar sus fechas debido a la gran acogida

Si no vuelven a engrosar su paso por la capital de la Costa del Sol, la Gran Carpa de la compañía estará en la ciudad del 30 de mayo al 30 de junio, antes de continuar su periplo español en Alicante, Sevilla y Madrid

De vuelta al subterráneo del Albert Hall, donde bulle la vida circense unas horas antes del pase, las máscaras del Alegría primigenio pueblan un templete antes de llegar a la sala de descanso donde corre uno de los artistas mientras otros escuchan música tirados en un sofá o, simplemente desconectan.

Las telas aéreas necesitan la máxima tensión física. Las telas aéreas necesitan la máxima tensión física.

Las telas aéreas necesitan la máxima tensión física. / Anne-Marie Forker (Londres)

La conexión con el alma mater es continua. En esta nueva puesta en escena, las máscaras han cambiado por maquillaje que se produce cada uno de los artistas –tardan entre media y una hora, depende de cada uno– y los pesados y repletos de bordados trajes de hace treinta años se han transformado en ligerísimas fundas de materiales técnicos e impresos digitalmente al milímetro de cada uno de los participantes de la troupe.

El alma del espectáculo se mantiene viva en un cetro que otorga el poder de un reino carente de rey y por el que luchan tres tribus distintas: aristócratas, bronx y ángeles. Una historia de ambición desmedida, amor, pérdida, amistad y esperanza que, junto con el montaje musical permite seguir el hilo de un espectáculo que es mucho más que impresionantes piruetas, graciosísimos payasos y fantásticas voces en directo para acabar siendo una experiencia redonda y distinta de cualquier otra que se presente en la ciudad. 

Tras los dos clowns de este nuevo Alegría están dos españoles: Pablo Bermejo y Pablo Gomis. Salidos ambos de la cantera murciana, el dúo se conoció bajo la batuta del mítico Antón Valén, que les llevó al Alegría primigenio, si bien uno participó durante siete años y otro sólo durante los últimos seis meses. Sobre las tablas y ataviados con aristocráticos trajes responden al nombre de monsieur, si bien no faltan los exabruptos en otros idiomas y onomatopeyas para subrayar que la suya es una relación que va mudándose del amor al odio. 

Los Pablos en escena. Los Pablos en escena.

Los Pablos en escena. / Anne-Marie Forker (Londres)

Quizá en los Pablos recae uno de los puntos más complicados de todo el show, el de otorgar el equilibrio perfecto a un espectáculo que se apoya en los pilares más esenciales del mismo circo: la sorpresa, la risa y la fantasía. Pero no son los únicos españoles, papel muy importante –y que interactúa constantemente con los payasos– tiene Sara Formoso, una gallega que marcha detrás del acordeón circense tras darse cuenta con 18 años que su sueño era formar parte de la mítica compañía canadiense. 

Junto a ella, más de sesenta artistas, de 19 países distintos –un centenar de personas si suman técnicos y otro personal– giran por el mundo en 85 camiones que transportan cerca de 2.000 toneladas de equipamiento. Un pequeño pueblo o una gran familia, así se vea, que tiene desde atletas retirados hasta circenses de tanta raigambre que ya cuentan la octava generación bajo las carpas.

En la sala de vestuarios, en los bajos del recinto, un cartel escrito a mano preside uno de los primeros puestos de trabajo. “There are no secrets in the circus [no hay secretos en el circo, traducido literalmente al castellano]”. En la compañía lo saben bien. Cada uno de los entre ocho y diez espectáculos de la semana se levantan a base de talento, trabajo y horas, muchas horas. Entre dos y tres años tarda en desarrollarse la obra, seis u ocho meses prepararla con los gimnastas y los músicos, cuatro para los payasos –“somos los más gandules”, bromean los Pablos–.

Sr. Fleur, en el trono del reino. Sr. Fleur, en el trono del reino.

Sr. Fleur, en el trono del reino. / Anne-Marie Forker (Londres)

Cincuenta horas tarda en hacerse cada una de las pelucas, que se confeccionan a mano pelo a pelo. El vestuario se teje a la medida de cada uno de los artistas, que pueden usarlo durante unos seis meses y que ya no cuenta con pesados y laboriosos bordados, sino que se sublima directamente sobre la tela técnica –sólo el traje del Sr. Fleur, el protagonista, necesita más de 300 horas para ser confeccionado–. 

"Marvelous, it was awesome”, decía a su teléfono un entusiasmado espectador a los pies del Albert Hall. Unos metros más allá, otro londinense se coloca el abrigo en su sitio mientras tararea la canción central del show. El recinto se vacía hasta dormitar, al día siguiente tiene que volver la algarabía. Debe volver a despertar e intentar tocar volar, como Ícaro, cada vez más cerca de la excelencia

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