Antonio Jiménez, in memoriam

arte | maestro del expresionismo y el color, fue fundador del colectivo palmo

Dos años después de su muerte, Málaga no le ha brindado a este pintor ni un homenaje, ni una exposición en la que mostrar su legado La familia estudia trasladar la colección a Canadá

1. Su viuda, Toñi Pérez, y su hijo Miguel Ángel Jiménez, posan en el estudio de Calzada de la Trinidad con algunas de las obras que dejó el pintor. 2. Más de un año invirtió su hijo en catalogar y hacer un censo del legado repartido entre Málaga y Cádiz. 3. El pintor Antonio Jiménez en una imagen de 2007.
1. Su viuda, Toñi Pérez, y su hijo Miguel Ángel Jiménez, posan en el estudio de Calzada de la Trinidad con algunas de las obras que dejó el pintor. 2. Más de un año invirtió su hijo en catalogar y hacer un censo del legado repartido entre Málaga y Cádiz. 3. El pintor Antonio Jiménez en una imagen de 2007.

No se fue su alma. Está en cada una de sus pinturas y sus esculturas, en cada rincón de un estudio repleto de recuerdos, en cada lienzo o papel sobre el que dibujó, en los objetos que agrandan una pérdida que a su viuda aún le cuesta soportar. Antonio Jiménez no se fue, pero sí desapareció su figura y tras ella temen que se diluya su nombre. Falleció el 8 de mayo de 2011 por una hipertensión pulmonar. Tenía 66 años. Se fue demasiado rápido, demasiado pronto y su ciudad no ha llorado aún su marcha.

Ni un homenaje, ni una exposición se le ha brindado a este artista, maestro del expresionismo abstracto y del color, miembro fundador del Colectivo Palmo, una reunión de creadores que revolucionó la Málaga cultural a finales de los años 70. Jiménez realizó 97 exposiciones individuales y más de 140 colectivas y su obra se encuentra en instituciones, museos y colecciones particulares de Estados Unidos, Canadá y gran parte de Europa. Pero ahora, un buen número de obras languidece sin ser vistas en su entorno más cercano. Ésta es una de las razones por la que sus herederos están estudiando llevarse la colección a Canadá.

Tras su muerte, algunas de sus obras han viajado a Quebec, a Shangai y a Milán, donde se exponen actualmente algunos lienzos en una feria de arte. Luego viajarán a Florencia. Sin embargo, el grueso de la colección que gestiona su hijo Miguel Ángel Jiménez no se ha movido y se cuentan por decenas las obras inéditas que dejó el artista. "Mi padre estuvo pintando hasta el final", explica Miguel Ángel Jiménez. La obra con la que se despidió, la que su viuda considera "obra cumbre" fue una pieza de cuatro metros por dos que realizó en dos partes. "Pintaba montado en unas escaleras, eso poco antes de morir", recuerdan sus familiares.

Más de un año le llevó a Miguel Ángel catalogar la obra, hacer un censo y recopilar la documentación que su padre dejó al fallecer. "Para él todo era pintar y pintar, no asistía a eventos, acudía en raras ocasiones a una inauguración, sólo se dedicaba en cuerpo y alma a la creación en el estudio", comentan Miguel Ángel y Toñi Pérez. Para su viuda "su humildad y su sensibilidad" eran la clave de una personalidad tímida que volcaba su interior inquieto en las pastas, materiales y colores con los que daba forma a sus creaciones. En ellas, apelaba a la emoción y lograba despertar los sentimientos en aquellos que observaban desde el otro lado. Se comprenda o no la complejidad de la idea plasmada, la belleza penetra por los poros del que se acerca de forma sincera a la obra de Antonio Jiménez.

Su serie de Losríos dejó a más de uno sin habla en la exposición antológica que le dedicó la Junta de Andalucía en el Palacio Episcopal en 2002. Sus rojos, azules y verdes eran de un tono tan intenso que brillaban con luz propia. Tras cinco años de ausencia, en 2007 el Centro de Exposiciones de Benalmádena exhibió Azul.Rojo.Blanco formada por 40 pinturas y 18 esculturas en una visión muy colorista del surrealismo. A caballo entre Málaga y Caños de Meca (Cádiz) donde tenía su segunda residencia, el insigne artista se consideraba "muy mediterráneo", como recordaba con motivo de la citada muestra, compuesta por esculturas y pinturas de entre 2004 y 2006. Para la exposición, el autor quiso incluir dos de sus obras más emblemáticas, Amazonas, de la serie Los ríos y Casa, de finales de los 80.

"¡Qué madre más madrastra es Málaga para sus artistas!", se queja Toñi Pérez. "Que con su trayectoria nadie llame después a la puerta para recordarlo", añade entristecida. Porque Antonio Jiménez, que nació en La Malagueta en 1945, comenzó a pintar cuando era niño, de manera autodidacta, como muchos de su época, y en esa tierna adolescencia de los 12 años realizó su primera exposición en la Sociedad Económica de Amigos del País. Hizo otros trabajos para poder mantener a sus tres hijos, fue emigrante en Francia y empleado de la fabrica de Intelhorce. Pero cuando el arte se convirtió en una verdadera necesidad vital, lo dejó todo para recluirse en su estudio. "Era un trabajo de dedicación exclusiva, llegaba a las nueve de la mañana y se iba a la una y media a comer, volvía dos horas después y podía quedarse hasta las diez de la noche", subraya Miguel Ángel Jiménez.

Con música de fondo, desde clásica a flamenco, y muy apegado al Mediterráneo que tanto amaba, el artista creó de forma incesante y quiso hacer en Caños de Meca un museo en el que exponer su obra, aunque luego ese proyecto se abandonó. Más conocido fuera que dentro de sus propias fronteras, la familia iba a llevar en diciembre una exposición a Nueva York "pero va ser prácticamente imposible, por la documentación que hay que aportar y la inversión que requiere, es muy complicado, lo dejaremos para el año que viene", comenta su hijo.

En Francia, Italia, Alemania, Finlandia, Luxemburgo, Bélgica, Holanda, Suecia, Portugal, Estados Unidos, China y, sobre todo, Canadá han apreciado la obra del malagueño. En el país norteamericano radica la única galería que por el momento lleva obra de Jiménez. "En España el mercado del arte está muy complicado, sólo venden pintores tan consagrados como Picasso, Miró o Dalí", destaca Miguel Ángel Jiménez, que no ha querido bajar el precio de la colección de su padre. "En algunos cuadro invirtió más de un año de trabajo, no pude haber rebaja", dice.

En su estudio aún se conserva el premio al Mejor Grabado que recibió en 2004, en la Feria Estampa y Toñi, al sostenerlo, recuerda también otros hitos de su carrera. Muestra fotos de Jiménez con Gordillo, con Antonio Gala y otros personajes con los que se cruzó en su vida. "Nos gustaría que su figura tuviese más respaldo en su propia tierra", considera Toñi, que también subraya que es una "pena que no se divulgue, que no se vea aquí su obra. Traen a gente de fuera y no aprovechan el talento que tienen dentro", añade, dando un tirón de orejas a las instituciones públicas. Señala la familia que se ofreció parte de su obra para cederla de manera temporal y que se pudiera mostrar en una sala de forma permanente. Sin embargo, se encontraron con una negativa. "Nos dijeron que no, que no había dinero".

No ocurrió lo mismo en Canadá cuando Antonio falleció. En Quebec le hicieron una exposición homenaje con los lienzos que pintó durante una estancia allí de más de un mes. Allí se sorprendían de la falta de afecto procesada en su tierra por un creador como él. "Cuando ves que fuera tiene tanta aceptación y que se disfruta tanto, la sensación que te da es que la colección debe de estar ahí dónde se aprecie", considera su hijo Miguel Ángel.

"Si no hay más remedio nos trasladaremos, nos han planteado irnos a Quebec con la obra porque allí lo quieren mucho", aseguran sus familiares. Pero esa pérdida sería demasiado dolorosa para los que aquí aún son incondicionales de sus formas sugerentes, de sus texturas, de sus lienzos de gran formato, de sus pequeñas esculturas, de sus abanicos llenos de fantasía, de sus raspas de pescado, de su pasado figurativo, de su presente abstracto y surrealista.

Su estudio, el que tenía en la Calzada de la Trinidad, ya no cuenta con las mesas de trabajo pero aún huele a sus pinturas y barnices. "Vengo aquí y me pongo mala, hay demasiados recuerdos y yo todavía no he levantado cabeza", reconoce Toñi. Toda una vida a su lado, poniendo un pie donde lo ponía su Antonio pasan factura ante la falta. Pero esa pérdida pesa menos, o más, cuando se contempla el rico legado que dejó el Antonio Jiménez que se asomaba al "abismo", como escribió Antonio Soler, el que era capaz de escuchar y dar forma a todas las voces que se alojaban en él.

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