arte

Arquitecturas del poder

  • Daniel Silvo reflexiona en Isabel Hurley a través de 'Plattenbau' sobre las relaciones entre el urbanismo de las ciudades y sus mecanismos sociales en clave política

Afirmaba Georges Bataille en 1929, en la entrada arquitectura del Diccionario crítico que publicó la revista Documents, que "si acometemos a la arquitectura, cuyas producciones monumentales son actualmente los verdaderos amos de toda la tierra, agrupando bajo su sombra a multitudes serviles, imponiendo la admiración y la sorpresa, el orden y el temor, acometemos de alguna manera al hombre". Y apostillaba: "La arquitectura es la expresión misma del ser de las sociedades, en la misma forma que la fisonomía humana es la expresión del ser de los individuos". Daniel Silvo reflexiona en Plattenbau acerca de las relaciones entre arquitectura y autoridad o sobre las implicaciones sociales de esta conexión, centrándose en el urbanismo del bloque comunista durante las primeras décadas de la posguerra. De este modo, como diría Bataille, acomete el ser de las sociedades, de esa sociedad en particular.

Esta cuestión le depara un rico y complejo escenario debido a las circunstancias sociales y políticas, aunque en algunas piezas trasciende ese contexto permitiéndole indagar en problemáticas no demasiado ajenas a nosotros, como son la de la vivienda y la del desarraigo. Pero, asimismo, la muestra se configura como un ámbito de cuestionamiento del papel del arte al servicio de la política y de la utopía, tanto como su utilidad para la sociedad. Éste, aunque sea el más inadvertido de todos, puede ser el asunto más grueso que plantea el artista.

Las piezas de Silvo acaparan una diversidad de disciplinas que responde a las necesidades del proyecto. Por lo general son efectivas, con una gran carga conceptual, con un evidente componente metafórico, sin grandes concesiones a la retórica gratuita pero sin descuidar el aspecto plástico, que, además, es de una sobriedad y depuración asimilable a la estética racionalista que dominaba la arquitectura y el diseño en los países afines a la URSS durante la Guerra Fría (en algunos escenarios, como la Alemania prebélica, esta tendencia se había desarrollado ampliamente).

Silvo toma como leit motiv los bloques de viviendas prefabricados (plattenbau) que florecieron en muchas de las ciudades europeas de la órbita soviética. Si la arquitectura evidencia la manifestación de la autoridad y una idea oficial, este modo de proveer alojamiento a la población resulta más ilustrador de los preceptos del Estado y del ser de la sociedad que los grandes, parlantes y propagandísticos monumentos. El acceso a un bien (la vivienda), como vía para la estabilidad social atendiendo al igualitarismo, debido a esas condiciones de habitabilidad, suponía, a todos los efectos, la imposición, silenciosa pero con puño de hierro, del control y de un modo de vida que podía desembocar en la alienación.

Los alzados de edificios del barrio de Petrzalka (Bratislava) y del boulevard berlinés Karl-Marx-Allee, convertidos lúcidamente en recortables, hablan de una arquitectura prefabricada, barata y en serie que no atendía a las diferentes condiciones de vida: un mismo modelo repetido hasta la saciedad, con unos dudosos estándares de calidad, masificando enclaves (algunos sectores de la Varsovia comunista son los de mayor densidad de Europa) y creando un medioambiente urbano monótono y destinado al tedio y al desarraigo. Se evidencia cómo la arquitectura racionalista, de la que proceden esas tipologías, destinada en un principio al progreso de la sociedad, fue instrumentalizada como medio para la alienación. He aquí una perversión del racionalismo y del funcionalismo, de sus sólidos cimientos éticos -otra utopía del XX- menoscabados al ponerse al servicio del poder.

La progresiva y masiva desocupación de esos edificios, a raíz del brusco cambio de un sistema comunista a un liberalismo feroz y desbocado a partir de los noventa, y la desaparición de otros edificios institucionales, como el Palacio de la República Democrática en Berlín oriental, actúan como símbolo del fracaso de la utopía comunista. Silvo recrea el mencionado palacio berlinés en una suerte de maqueta-escultura. El artista acentúa su componente racional (geometría depurada), aunque desestabilizándolo, de modo que aludiría a una metafórica caída. No deja de ser una ironía del destino que la demolición de este edificio, decretada tras la reunificación alemana, conlleve la futura recreación del destruido Palacio Real, símbolo del imperio prusiano. Quizá no sea tan ingenua esa reconstrucción en este tiempo de dominio germánico. Y no deja de ser una imagen contundente de cómo cada sistema se superpone al anterior colmatando los símbolos arquitectónicos: el edificio comunista sustituyó al monárquico y ahora el imperial renacerá para suceder al comunista.

Pero no deberíamos centrar nuestros ojos exclusivamente en el sistema comunista y su arquitectura como caldo de cultivo para la marginalización. Pensemos en las banlieues parisinas, en las que se desarrollaron gravísimos disturbios en 2005. El desarraigo tiene una fisonomía demasiado parecida en Europa. De hecho, los bloques de algunas de las zonas marginales y ciudades dormitorios de las grandes urbes españolas, nacidas en los sesenta, repiten esquemas parecidos.

Junto a los bloques prefabricados, el poder se mostró en una tipología constructiva de rascacielos que, desde la URSS y durante el stalinismo, se difundió por todo el bloque en la mediación de los cincuenta (el Hotel Ucrania o la Universidad Estatal en Moscú o el Palacio de la Cultura y la Ciencia en Varsovia). En la exposición se intuye esa presencia rotunda y vertical en la recreación de un plano hecho con embalajes de cartón, materiales propios del capitalismo (libre comercio) y metafórico de lo efímero del sistema comunista.

Respecto a la transformación de la URSS, mediante un vídeo y la pieza resultante de la acción filmada (After Glásnot, una matrioska recubierta de petróleo), Silvo plantea una suerte de metáfora acerca de la descomposición de la URSS en las distintas repúblicas bálticas y caucásicas -cada una de esas muñecas- que acumulan grandes reservas de gas y crudo como la propia Rusia, hasta el extremo que parte de Europa es rehén -como las matrioskas pequeñas- del gigante energético.

No podemos dejar de esbozar una carcajada al ver, en un giro de la temática central, las mordaces infografías en las que antiguos grabados del Palacio Real de Madrid son intervenidos de manera que viviendas sociales se mixtifican con la construcción regia, gestionada -creo que esto no es menor- por Patrimonio Nacional. Entre las pilastras se asoman corredores y terrazas humildes. Delirante imagen que no deja de encerrar, como todo lo irónico, ciertas dosis de humor punzante.

Por último, en Mobiliario político#1, un mueble con guiños al constructivismo ruso, se proyecta la entrevista que Silvo le hizo al presidente de Slovenia sobre arte, política y utopía. Sus lúcidas palabras resuenan entre tantos ejemplos de utilidad artística instrumentalizada que deviene servilismo. ¿Está destinado al fracaso un arte que no sea libre?¿O sólo fracasa si fracasa el sistema que lo apoya?

Daniel Silvo Galería Isabel Hurley Paseo de Reding 39-bajo, Málaga. Hasta el 10 de noviembre.

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