Batalla después del paisaje
Abraham Lacalle inauguró ayer en el CAC 'Tríptico de Málaga', una exposición inédita sobre la ambigüedad de la imagen y su traducción social
Abraham Lacalle (Almería, 1962) inauguró ayer en el CAC la exposición Tríptico de Málaga, pero no esperen encontrar aquí cenacheros ni espetos. El topónimo hace referencia a que la muestra fue pensada expresamente para el centro malagueño, lo que el propio artista, formado en Sevilla, residente en Madrid y uno de los grandes exponentes de la generación de los 80, especialmente en lo que a la pervivencia de la pintura se refiere, valoró ayer como "una oportunidad que no podía dejar pasar". En realidad, el Tríptico de Málaga, que tiene su eje en tres grandes y coloridos óleos (titulados Un iconoclasta anda suelto, Bostezo y Atocha), además de otras dos pinturas y otras quince piezas menores en tinta china, responde a una doble obsesión del artista: por un lado, la ambigüedad de la imagen, en virtud de la confluencia de mensajes que en ella operan y, más aún, de la disparidad de discursos que genera en los observantes; y, por otro, el modo en que esta ambigüedad revista una traducción social de clara posición en el presente. Todo esto se sirve regado con ciertas dosis de humor e ironía que alivian al testigo indefenso ante el desconcierto plantado en la sala central del CAC. Quizá una buena premisa para ir bien preparado sea ésta: lo mejor es no tomárselo (demasiado) en serio.
Las tres piezas principales, que justifican el título de la muestra, presentan paisajes con signos evidentes de haber acogido sangrientas batallas de distinta índole. El término naturaleza muerta se quedaría aquí pequeño. La primera impresión es de desolación, pero a modo que se profundiza más allá de la monumentalidad del lienzo se advierten señales de que ahí dentro suceden más cosas: entre otras, que la batalla en cuestión, seguramente, no ha terminado todavía. Fernando Francés apuntó ayer al respecto que el trabajo de Lacalle "es casi más de reflexión que de representación, más propio de un filósofo. Su estrategia esencial es la ocultación de lo evidente, con una doble intención: por una parte, pintar lo que saltaría a la vista, lo innegable; y, por otra, hacer ver a quien mira sus obras que, tras una oportuna reflexión, terminará viendo más cosas de las que contenía la evidencia" (citó expresamente el director los paisajes de Henri Rousseau como ejemplo ad hoc). Francés puso sobre la mesa la idea de que las batallas evocadas en estos cuadros "representan también la batalla interior que libra todo artista cuando realiza una obra". De cualquier forma, la ironía que traslucen títulos como Un iconoclasta anda suelto "responde a la libertad del creador cuando decide hacer lo que le dé la gana". Así se comprueba en la presencia de platillos volantes, soldados que comen plátanos en la selva y misteriosas figuras tocadas con capirotes (uno diría que nazarenos, pero vaya usted a saber) a lomos de elefantes.
El propio Abraham Lacalle citó ayer a Paul Valéry para acotar estéticamente su propósito: "Cuando un soldado poeta vuelve de la batalla, qué poesía puede escribir" (también Adorno tendría algo que decir al respecto). En este sentido, Tríptico de Málaga "es una metáfora de la realidad, servida desde distintos puntos de vista". Y no desdeña el artista una cierta intención iconoclasta, al menos como signo de su tiempo, cuando explica las claves de uno de sus cuadros mayores, Bostezo: "Ante un campo de batalla uno no llega nunca a comprender la realidad. Así que, cuando esa visión se mantiene durante mucho tiempo, dado que no sabes qué estás viendo, sobreviene el aburrimiento, y con él el bostezo. Sin embargo, una mirada más atenta permitirá descubrir que la batalla no ha concluido aún". A la hora de construir estos paisajes, Lacalle apunta influencias autobiográficas en conexión con la realidad social de su tiempo, sin renunciar a una perspectiva histórica: "Hay determinadas cosas que no se resolvieron en la Transición: he aquí un ejemplo de batalla que permanece".
Con respecto a la invitación a ver sus obras varias veces para encontrar en cada envite nuevos elementos o significados, el artista almeriense indicó que la imagen "ya contiene en sí una esencia bastante ambigua. La interpretación de lo que presente depende mucho del contexto. Y emplear esa ambigüedad directamente enriquece el cuadro. Hay que tener en cuenta que una obra no está terminada, o dada por terminada, hasta que alguien distinto del artista la ve por primera vez; el número de relatos que una imagen es capaz de generar, por tanto, será igual al de espectadores que la observen".
Sin bastidores "para favorecer una mayor aproximación física al espectador", el Tríptico de Málaga responde también a la cuestión de qué podemos esperar de la pintura en el siglo XXI, por más que Lacalle subraye influencias decimonónicas. Y aquí se hermana con Adrian Ghenie y Manuel León en las mismas salas del CAC durante estos días. Dios los cría y las musas hacen el resto.
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