Exposición | Centro Pompidou

Matisse: la identidad y el signo

  • El Centro Pompidou abre en su filial malagueña la celebración del 150 aniversario del pintor francés con una muestra que reúne 46 obras y que podrá verse hasta el 9 de junio

'Mujer argelina' (1909), de Henri Matisse, en la nueva exposición del Centro Pompidou Málaga.

'Mujer argelina' (1909), de Henri Matisse, en la nueva exposición del Centro Pompidou Málaga. / Javier Albiñana (Málaga)

Fue en 1942 cuando afirmó un ya crepuscular Henri Matisse (1869-1954): "La importancia de un artista se debe medir por la cantidad de nuevos signos que ha introducido en el lenguaje plástico". Curiosamente, la historiografía del arte del último siglo no se ha mostrado demasiado inclinada a estudiar al pintor francés en clave semiótica, a tenor de su intención en significar; pero es ahí, justo, donde con más razón cabe saludar a Matisse como un artista contemporáneo, en la medida en que el signo entraña siempre en su obra una búsqueda, un afán de decir y mostrar lo que a pesar de todo se mantiene oculto. Cabe subrayar que Matisse compartió esta sentencia en plena Segunda Guerra Mundial, una catástrofe que acusó personalmente y contra la que decidió mantener bien álgido un carácter vitalista sustentado en la creación, el mismo con el que después plantó cara a la enfermedad y comenzó a hacer recortes de papel cuando el pulso ya no le permitía sostener el pincel. Ya con más de ochenta años dejó Matisse para la historia otra frase lapidaria: "Siento la curiosidad que suscita un país nuevo". Este país no era un territorio geográfico, ni una realidad nacional, sino un paradigma artístico basado en el nomadismo, en la investigación continua, en el transitar de un hallazgo al siguiente sin conformarse: en la ambición, al cabo, de no dejar de ser nunca el amateur para el que a la hora de pintar todo es nuevo. En el marco estricto del lienzo, Matisse fue un extranjero de sí mismo: y a esta impresión de Matisse está dedicada la exposición Henri Matisse. Un país nuevo, comisariada por Aurélie Verdier y presentada este miércoles en el Centro Pompidou Málaga, donde podrá verse hasta el 9 de junio

Un país nuevo toma así el relevo en el museo de la muestra dedicada a las arquitecturas hinchables que prendieron en el siglo XX y reúne un total de 46 obras de Matisse que, a pesar de tan discreto número, ofrecen un ilustrativo recorrido por la obra del genio, en un abanico cronológico que abarca desde 1900 a 1950 y un discurso expositivo distribuido en seis secciones. Más allá de lo artístico, es particularmente reseñable el hecho de el Centro Pompidou de París ha optado con esta muestra por su filial malagueña para el primer actor del programa establecido para la celebración del 150 aniversario de Matisse, que tendrá lugar el próximo diciembre, y que el museo madre parisino conmemorará a comienzos de 2020 con una gran exposición. El presidente de la institución, Serge Lasvignes, explicaba así las razones de esta decisión en la presentación de Un país nuevo: "Ante todo, nos gusta mucho Málaga. Y teníamos la oportunidad de organizar aquí esta exposición, que tal vez no es muy grande pero nos basta, en todo caso, para presentar a Matisse de una manera singular. Pero existe otra razón poderosa, y es la posibilidad de establecer en Málaga un diálogo entre Matisse y el otro gran gigante del arte moderno, Picasso. Ambos compartieron una historia apasionante, y el mismo Picasso afirmó una vez que Matisse y él compartían una 'fraternidad artística'. Ahora, al reunir en Málaga a Picasso y Matisse, podemos hacer un recorrido muy completo de las directrices esenciales del arte moderno". Tras evocar la primera exposición que compartieron ambos, en el París de 1918 (y que Apollinaire saludó como "la reunión de dos maestros que representan dos tendencias opuestas del arte"), Lasvignes señaló además dos objetivos esenciales de esta nueva exposición: "Por una parte, ofrecer una visión histórica de este diálogo en la perspectiva que nos da el siglo XXI, con la oportunidad de salir del casillero que tradicionalmente mantiene a Matisse y Picasso como entidades separadas; y, por otra, aportar una satisfacción estética a un público que esperamos sea amplio".

La muestra reúne 46 obras de Matisse realizadas entre 1900 y 1950

'Gran interior rojo' (1948). 'Gran interior rojo' (1948).

'Gran interior rojo' (1948). / Javier Albiñana (Málaga)

Por su parte, la comisaria de la exposición, Aurélie Verdier, evocó el viaje que realizó Matisse en 1910 a Andalucía como señal "de la perpetua búsqueda de influencias externas. El descubrimiento de la Alhambra, por ejemplo, le hizo incorporar a su obra no pocos motivos orientales. Y es que Matisse era un hombre adscrito a territorios múltiples, inclinado siempre a la curiosidad y al hallazgo de formas nuevas. Si algo destaca en él como pintor es su apetito fundamental por la creación". Con respecto a las secciones, la primera, Con y contra los maestros. Inicios y rupturas, presenta a un Matisse que en los primeros compases del siglo XX "acudía al Louvre a copiar a los grandes maestros al mismo tiempo que recibía una formación muy libre, por lo que no tardó en romper con ellos. Hay que recordar que Matisse provenía de una familia de tejedores: nada le predestinaba a la primera línea de la vanguardia artística, pero precisamente ese origen vinculado a los tejidos explica en gran medida su absoluta predilección por el color". Esa predilección se tradujo primero por el fauvismo y después por el primitivismo ("entendido no como liberación del color, sino como expansión del mismo"), una transición a la que está dedicada la segunda sección de la muestra. La tercera, La apuesta por la radicalidad. Retratos y figuras resulta reveladora respecto a un periodo tan fundamental como el que transcurrió entre 1910 y 1917, con obras tan importantes como Mujer argelina (1909) , en la que Matisse sintetizó buena parte de sus inquietudes orientalizantes. El cuarto apartado da cuenta de la revolución artística que emprendió Matisse tras su llegada a Niza después de sus viajes a Argelia, Sevilla y Tánger, con el cuerpo femenino como gran protagonista de sus pinturas en los años 20 y una búsqueda aún más esencial del equilibro entre el color y la forma. El quinto apartado, dedicado a los años 30, demuestra, según la comisaria, "hasta qué punto vinculó Matisse la modernidad a la luz"; mientras que la sexta y última, Una habitación propia, reúne algunas de las obras creadas por Matisse en su retiro en la villa Le Rêve (El Sueño), en Vence, en las que se percibe una síntesis de esta búsqueda, también en lo relativo al diálogo entre fondos y figuras: el color otorga ya un decidido protagonismo a los segundos respecto a los primeros, en composiciones de simetría compleja que trascienden en cualquier caso la función de la forma: "En español podemos traducir Matisse por matiz, y en gran medida Matisse es el pintor del matiz. Las pinturas de esta época van dirigidas a los sentidos, pero al mismo tiempo reservan un espacio al espíritu", apunta Verdier al respecto. Obras como el monumental Gran interior rojo (1948) dan buena cuenta de este empeño. 

Pinturas, dibujos, esculturas, recortes y otros formatos se reúnen así en un festín que hace honor a la talla visionaria de Matisse como profundo renovador del arte en el siglo XX. Un título que, a tenor de otros lienzos de profundo impacto como El violinista en la ventana (1913), su Autorretrato (1900), Odalisca con pantalón rojo 1921) y Lorette con taza de café (1917) adquiere pleno significado en el siglo XXI. Abrazado al fin este país nuevo, el signo lo es, también, de identidad. Seguramente nadie ha pintado la esencia del ser humano con la hondura de Matisse. La suerte es, ahora, poder celebrarlo en Málaga. 

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