Ciencia y pensamiento | Antonio Diéguez

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  • El filósofo malagueño Antonio Diéguez, autor del exitoso‘Transhumanismo’, reflexiona sobre los retos de la ingeniería genética y la inteligencia artificial

Embrión híbrido de cerdo con células humanas, fotografiado en 2017.

Embrión híbrido de cerdo con células humanas, fotografiado en 2017. / Salk Institute

Hace sólo unos meses, el pasado mes de julio, el farmacéutico español Juan Carlos Izpisúa, profesor en el Instituto Salk de Estudios Biológicos de California, levantó una más que notable polémica en todo el mundo cuando se dio a conocer que su equipo (en el que figuraba también la profesora de la Universidad Católica de Murcia Estrella Núñez) había creado con éxito quimeras embrionarias de mono con células humanas. El proyecto se había desarrollado en un laboratorio de China, ya que esta práctica está directamente prohibida en Occidente. Hace dos años, Izpisúa ya se había convertido en centro de atención con un experimento similar con quimeras de cerdo a las que, igualmente, se les había añadido material genético humano. Ya entonces las objeciones éticas cundieron por todo el planeta (Izpisúa llegó a afirmar que había presentado sus conclusiones al Papa Francisco y que éste le había dado su visto bueno, aunque el Vaticano no se ha pronunciado oficialmente al respecto), por más que a los embriones, igual que en el caso de los híbridos de mono, no se les había dejado vivir más de catorce días. Izpisúa explicó que las posibilidades que estas investigaciones arrojaban en el ámbito médico para futuros trasplantes y tratamientos de enfermedades hoy incurables eran más que prometedoras con vistas a la mejora de la calidad de vida de cientos de miles de personas enfermas en todo el mundo, pero los objetores se mantuvieron firmes al alertar sobre lo que las hibridaciones podrían generar en las manos equivocadas. Recientemente, Izpisúa ha manifestado su intención de volver a China para insertar células humanas en quimeras de primates, lo que significa un paso adelante más que considerable al tratarse de especies con una genealogía tan próxima. Para pedir luz sobre los dilemas éticos que estos avances despiertan, no hay seguramente mayor autoridad hoy que el filósofo malagueño Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga y autor de Transhumanismo (Herder, 2017), una obra en la que analiza de manera crítica cuanto cabe esperar de cuestiones como la ingeniería genética y la inteligencia artificial y que ya se ha convertido en toda una referencia del ensayo filosófico en España, además de un éxito editorial en su género.

El filósofo malagueño Antonio Diéguez, autor de 'Transhumanismo'. El filósofo malagueño Antonio Diéguez, autor de 'Transhumanismo'.

El filósofo malagueño Antonio Diéguez, autor de 'Transhumanismo'. / M. H.

Y lo primero que advierte Diéguez es que la edición genética no es un fenómeno nuevo: “Fue otro científico español, Francisco Martínez Mojica, candidato habitual al Nobel y a quien hemos tenido la suerte de tener en Málaga en los últimos años, quien descubrió que algunas bacterias poseían secuencias repetidas en su propio material genético que funcionaban a modo de sistema inmunológico frente a los virus. Las llamó Secuencias CRISPR. Las investigadoras Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier, que ganaron por ello el Premio Princesa de Asturias en 2015, se dieron cuenta de que estas secuencias podían servir como una poderosa herramienta de edición genética, y, de hecho, ha revolucionado la ingeniería genética. Pero si nos referimos a hibridaciones genéticas exclusivamente animales, podemos hablar de prácticas generalizadas y anteriores a esta técnica”. Así, Diéguez recuerda el uso habitual de la ingeniería genética para el aumento de la producción de carne y leche en la ganadería y también para obtener biomedicamentos: con la debida modificación de su ADN, las vacas pueden generar las hormonas del crecimiento e incluso la insulina que necesitan no pocas personas. “También se ha aplicado esta tecnología en experimentos que no tuvieron tanto éxito, como los relacionados con el control de plagas. En su momento se anunció la creación del ecocerdo, que generaba purines menos contaminantes; pero fue un fracaso”, recuerda Diéguez, quien indica que tampoco las hibridaciones de animales con células humanas es nueva: “Ya a principios de este siglo, el genetista Irving Weissman, de la Universidad de Stanford, logró crear ratones con un 1% de células humanas en su cerebro. En 2005 pidió permiso para crear ratones con cerebros formados en su totalidad por neuronas humanas, pero le fue denegado dado que se consideró una aberración. En 2013, científicos de otra universidad crearon ratones con un alto porcentaje de células gliales humanas; y el resultado fue que estos ratones nacieron con una inteligencia exponencialmente superior”.

"Los animales son objeto de consideración moral. La investigación debe cuidar sus intereses", afirma Antonio Diéguez

En lo referente al uso de animales en una tecnología genética que garantice una mayor calidad de vida a los seres humanos y las consideraciones morales que puedan ponerse sobre la mesa, Antonio Diéguez considera que la decisión más oportuna “es negar las reglas generales y estudiar cada caso de manera aislada. Hay muchas posturas entre dos extremos bien conocidos: el de los animalistas, que optan directamente por rechazar todas las investigaciones que se realizan con animales, lo que significaría el fin de algunos proyectos fundamentales para la mejora de la salud de las personas; y el de quienes consideran sin más que los animales son seres inferiores y que no necesitan una protección específica en la investigación biomédica más allá de que se les evite el dolor en la medida de lo posible. Esta postura no es menos radical: los animales son objeto de consideración moral y esto no se puede negar. Hoy se sabe que las gallinas a las que se induce la ceguera genéticamente producen más huevos, y hay una tentación muy fuerte en la industria alimentaria de aplicar esta técnica. Pero, de ser así, hablaríamos de una salvajada. En cualquier investigación científica hay que tener en cuenta, siempre, los intereses de los animales, no sólo los de los seres humanos”. En el caso de las quimeras, “es cierto, como afirma Izpisúa, que un cerdo hibridado con células humanas podría generar un páncreas transplantable a un organismo humano, algo que hoy, dadas las diferencias bioquímicas, es imposible, por mucho que los órganos de los cerdos y los humanos se parezcan. Pero la premisa ética antes de llegar a algo así debe ser la misma: hay que tener en cuenta los intereses de los dos”.

Recreación de la técnica de edición genética. Recreación de la técnica de edición genética.

Recreación de la técnica de edición genética. / M. H.

La ingeniería genética es sólo uno de los aspectos que estudia el transhumanismo, materia en la que Antonio Diéguez es uno de los filósofos de referencia en el pensamiento español contemporáneo. Apunta el autor en su libro Transhumanismo que uno de los primeros referentes de esta disciplina fue nada menos que Ortega cuando afirmó que “sin técnica no hay ser humano”. “La especie humana siempre ha echado mano de la tecnología para completarse, desde sus mismos orígenes. Pero los transhumanistas parten de la evidencia de que los seres humanos ya no aplican la tecnología a la naturaleza con tal de someterla, sino a sí mismos. Por eso cabría hablar de una antropotécnica”, explica Diéguez, quien matiza: “En realidad, sí que hemos aplicado tecnologías muy concretas sobre nosotros mismos desde antiguo. La educación y el arte son ejemplos muy claros. Pero la cuestión es si además de estas técnicas socioculturales podemos aplicar tecnologías científicas en nosotros mismos. Y aquí los límites son muy importantes. Sabemos que el arte y la educación no bastan para crear superhombres, pero ¿será capaz de lograrlo la ciencia? ¿Y hasta qué punto, en qué nivel convendría decir basta?” Preguntado, precisamente, por la consecución del ideal nietzscheano del superhombre a través de la tecnología científica, Diéguez apunta que el propio Nietzsche “es considerado un precursor entre no pocos transhumanistas. Pero Nietzsche habla de una transformación moral. Su superhombre es tal porque invierte los valores. En el transhumanismo, el superhombre es algo más parecido a los superhéroes mutantes del cómic”.

El farmacéutico José Luis Izpisúa. El farmacéutico José Luis Izpisúa.

El farmacéutico José Luis Izpisúa. / Efe

Y, en este sentido, con los replicantes de Blade Runner y el Neuromante de William Gibson como arquetipos prestados de la ciencia-ficción, corresponde preguntar a Diéguez si la especie humana no es ya un cíborg: una criatura que necesita ya de la tecnología para resolver buena parte de sus funciones vitales primarias. Y el profesor responde recordando que esta misma teoría proviene del filósofo británico Andy Clark, “quien sostiene que nuestra dependencia del móvil para desarrollar conductas cada vez más rutinarias nos convierte en cíborgs. Pero yo sería más cauto y utilizaría este término únicamente, de momento, en laboratorios. Porque, de la misma forma, alguien que llevara un marcapasos o un implante podría ser considerado un cíborg. Incluso alguien que se haya operado de cataratas. Pero, estrictamente, un cíborg es resultado de una mezcla íntima de lo electrónico y lo orgánico. Alguien que es capaz de controlar a través de un mero impulso neuronal adiciones tecnológicas en su anatomía. Hay casos puntuales de personas tetrapléjicas para las que han creado exoesqueletos que son capaces de controlar con su mente. Aquí sí que hablaríamos de cíborgs, pero aún son excepciones”.

Por último, en cuanto a lo que cabe esperar del desarrollo del transhumanismo y de cuanto puedan dar de sí estas tecnologías, la respuesta de Diéguez es tajante: “Es imposible predecir lo que va a venir. Sería como poner a un habitante de la Edad Media no ya sólo delante de un móvil, sino de un simple ventilador: no habría manera de explicarlo. Además, la ciencia evoluciona a una velocidad cada vez mayor. Creo que sí podemos dar algunos avances por seguros en virtud de la ingeniería genética, como una mayor longevidad. Pero la idea de que podamos volcar nuestros recuerdos en un ordenador obedece a un concepto demasiado estrecho de la mente. Somos mucho más que eso. No seríamos nosotros lo que acabara en un hardware, sino otra cosa”. Algo, en fin, sin nosotros.

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