Crónica de un gatillazo


Teatro Cervantes. Festival Terral. Fecha: 18 de julio. Aforo: Unas mil personas (casi lleno).
Media hora: ésa fue la cantidad de tiempo exacta que estuvo Jerry Lee Lewis ayer en el escenario del Teatro Cervantes. Uno comprende que en un concierto que cuenta entre su público a Gunilla von Bismarck y Luis Ortiz puede ocurrir cualquier cosa, hasta un gatillazo. Y eso fue exactamente lo que ocurrió anoche. La velada contó precisamente con las formas pulcras y aparentemente amables de la jet set: el cuarteto de Memphis, en el que destacaron con mucho el batería Robert Hall y el bajista B. B. Cunningham, jugó a hacer una introducción de media hora, con diversos clásicos sureños, que resultó ser la mita del concierto. Hasta que salió la esperadísima estrella, recibida con el teatro puesto en pie, vestido de negro como sus compañeros en una parca puesta en escena. Y dijo lo que tuvo que decir en media hora. Además, lo lamento, la mayor parte del mismo fue un auténtico tostón: tras la apertura que prometía lo que nunca se dio con Down the line, la brevísima actuación transcurrió con algunos temas de su último disco, Last man standing, en un tránsito en el que se acordó de Roy Orbison y otros compañeros de fatigas, y prosiguió con una penosa recreación de ciertas baladas country con las que Lewis mantuvo el tipo como pudo los 60 que funcionaron como un jarro de agua fría entre los presentes. Hasta el mismo protagonista demostraba evidentes síntomas de fatiga agravados a cada canción. Así fue descendiendo el recital hasta límites más allá de la próstata cuando al fin el músico decidió dejar un rastro de lo que fue: entonó Whole lotta shakin' goin' on y Great balls of fire y entonces uno se dispuso la reconciliación, ha habido que esperar demasiado pero aquí estaba la magia, con el martilleo del piano (el sonido recreado en un amplificador antiguo con la dosis de suciedad exacta avivó notablemente la melancolía, especialmente en los agudos) y los arranques de pecho, por mucha chepa que tenga que arrastrar este hombre a sus 74 años aún retiene, míralo, es el mismo de los 50. Y en esto va el tipo, se levanta, saluda con la mano y se larga. Las luces se encendieron y los músicos del cuarteto, de perfecta ejecución musical, pusieron cara de circunstancia, hasta otra muchachos, sonrisa de medio lado. Y ahí quedó la cosa: en media hora. Curiosamente, el hombre que llevó el sexo explícito al rock' n' roll dio ayer una lección soberbia de lo que es un gatillazo. Cosas de la edad. O de la próstata, insisto. No pude dejar de pensar en la gente que desembolsó 75 euros para una butaca de patio, incluidos Gunilla von Bismarck y Luis Ortiz. En fin, larga vida, pero al mito.
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