Cultura

Cuando Darwin encontró a Alicia

  • El CAC acogerá en diciembre una exposición del artista norteamericano Mark Ryden, creador de querencia surrealista y de enorme influencia en el imaginario pop

Mark Ryden (Medford, 1963) es uno de esos artistas cuyos seguidores se cuentan por legiones. Y, en este ocasión, el fandom está más que justificado: californiano de pro a pesar de haber nacido en Oregón, Ryden ha ejercido (y ejerce) una enorme influencia en el imaginario pop contemporáneo en un afán creador que va mucho más allá de los personajes infantiles y de grandes ojos que pueblan sus lienzos y dibujos: Ryden ha diseñado portadas de discos para músicos como Michael Jackson (sí, firmó la de Dangerous, una obra considerada relevo legítimo de la cubierta de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band), Red Hot Chili Peppers (la de One Hot Minute es suya), Aerosmith, Ringo Starr y 4 Non Blondes entre otros. Pero también es Mark Ryden el tipo que retrató a Katy Perry como Afrodita, el que consagró la figura de la muñeca Barbie como objeto de adoración religiosa cual Virgen del Carmen, el que inspiró aquel vestido hecho a base de filetes que lució en tan celebrado sarao Lady Gaga (la carne, así en crudo, es uno de los argumentos recurrentes con más presencia en la obra del artista; otro es Abraham Lincoln, tótem reproducido en sus manos como depositario de cualidades divinas) y el que publicó hace dos años un disco en el que colaboraban Danny Elfman y Nick Cave entre otros. Además, no obstante, hay en Mark Ryden (quien ha conformado con su esposa, la también artista Marion Peck, una de las alianzas más deseadas del panorama artístico internacional, concretada en libros y numerosas iniciativas compartidas) un creador cercano a El Bosco e Ingres, que por los desconciertos armados en sus imágenes ha recibido el título de padrino del surrealismo pop. La cuestión es que Ryden protagonizará una exposición en el CAC Málaga el próximo diciembre, lo que se traducirá, de manera bastante previsible, en nuevas colas de seguidores irredentos como las que hubo que guardar en la exposición de Marina Abramovic (quien comparte con Ryden su devoción por Lady Gaga; semejante conexión indica, tal vez, por dónde van los tiros en esto del mainstream); pero también (¿les suena?) en un nuevo tanto para la proyección internacional del centro de la calle Alemania. Un as de tal calibre, de cualquier forma, nunca pasará desapercibido.

El propio director del CAC, Fernando Francés, ha dado cuenta en los últimos meses de la marcha del proyecto, largamente perseguido, a través de Facebook. Ryden y Peck visitaron Málaga durante la pasada Semana Santa invitados por Francés (y de paso por Antonio Banderas) y tuvieron ocasión tanto de conocer el CAC como de descubrir de primera mano el impacto de las procesiones en las calles. Las connotaciones de este primer contacto no fueron baladíes: en sus figuras bien reconocibles (Ryden nunca ha ocultado que tiene en la actriz Cristina Ricci a una de sus musas preferentes), el artista deja respirar una notable intención religiosa o, cuanto menos, espiritual, relacionada con la posibilidad (a modo de reto filosófico) de dar con espacios y elementos de naturaleza sagrada en el mundo presente. Más aún, el estudio del artista, que ha quedado inmortalizado en varias ocasiones, conserva altares y tallas de las más diversas adscripciones. Así que la apuesta resulta cuanto menos sugerente a la hora de comprobar en qué medida los tronos malagueños han dejado huella propia en este barbecho. Si el CAC busca siempre una especificidad inequívoca en sus muestras y un diálogo con su entorno más próximo, la entrada en el juego de un autor como Mark Ryden, capaz de alumbrar una universalidad pasmosa con las velas del capitalismo a favor, permite augurar para el asunto concreciones dignas de análisis.

Pero si algo buscan las obras de Ryden en quien observa es precisamente esto: la disposición a analizar lo que ve y, de paso, analizar lo que interpreta (ergo: analizarse a sí mismo). Tal y como han subrayado los muchos críticos y exégetas que se han acercado a su obra, el californiano logra prender un efecto perturbador gracias a su esmerada, pormenorizada y deslumbrante capacidad de contraste; en sus lienzos campan estas representaciones infantiles y angelicales, alumbradas a base de tiernas curvas, en situaciones o acciones imprevisibles, siempre sorprendentes y a menudo crueles. Una de las series más lúgubres del artista lleva por título Blood y expresa un poderoso sentimiento de tristeza de una manera extraordinariamente sutil, con bautizos de sangre e hilos rojos que se posan sobre inmaculados cuerpos. Precisamente, también posee Ryden cierta índole nietzscheana al sentar en la misma mesa los prolegómenos de la existencia y su final, la inocencia de los primeros años y la crudeza del desenlace, como reflejos del mismo acontecimiento. En el territorio del pop, el mismo contraste sucede cuando Ryden cita por igual a Salvador Dalí y al muñeco Ken. Si la postmodernidad barrió los límites entre alta cultura y cultura popular, alguien tenía que sacar provecho.

Más difícil todavía: el propio Ryden cita entre sus referentes a Goya, Nostradamus, Ray Harryhausen, Jung, Freud, Frank Sinatra, Debussy, Ren & Stimpy y cualquier cosa que tenga que ver con la entomología, incluido (sí) Lewis Carroll. En cierta ocasión afirmó: "Para mí, algunas cosas parecen juntarse y hay ciertos elementos paralelos y claves alrededor. Tiene que haber algo de Alicia en el País de las Maravillas que encaje con Charles Darwin. Creo que el mundo esta lleno de cosas increíbles y maravillosas. Esto es lo que yo pongo en mis pinturas". Ciertamente, algo encaja. Ryden pinta a viejos conocidos que se echaban de menos. Pasen y vean.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios