“La esperanza que ofrece este mundo capitalista está revestida de oro y es muy peligrosa”
Diego Medina Poveda | Poeta
El autor malagueño acaba de publicar su último libro, ‘Todo cuanto es verdad’ (Ediciones Rialp), con el que obtuvo un accésit del Premio Adonáis en su última convocatoria
Málaga/La poesía española contemporánea tiene uno de sus valores más firmes y a la vez prometedores en Diego Medina Poveda (Málaga, 1985), profesor de español en la Universidad francesa de Rennes 2 y codirector de la Colección Monosabio. Tras publicar varios libros y atesorar reconocimientos como el Premio Manuel Alcántara de Poesía, acaba de publicar su último libro, Todo lo que es verdad (Rialp), con el que obtuvo un accésit en el Premio Adonáis.
-El último poema del libro, Diario de a bordo, empieza con este verso: "La pérdida de rumbo es la constante". A partir de aquí, ¿en qué medida es Todo cuanto es verdad un libro sobre la madurez, sobre el tránsito desde los intentos de adaptación al mundo mudable hasta la certeza de que son los cambios, y no una idea de continuidad y perpetuidad, los que construyen el mundo?
-En el libro se sacan a relucir muchos problemas de la sociedad actual que se han acrecentado con una crisis económica que yo he vivido en primera persona como uno de esos jóvenes que tuvo que irse de su país a buscar oportunidades en otros lugares, lo que en algunos trabajos de sociología actual se ha venido llamando «el exilio económico». Algunos de estos temas que se encuentran en las páginas del libro son: la precariedad que se muestra en apartamentos minúsculos, donde no hay espacio para meter ni siquiera una lavadora (imaginémonos para otras cosas), los viajes low cost de fin de semana para salir de una rutina extenuante, mis reservas hacia la ecología del reciclaje, la vigorexia como reflejo de la superficialidad dominante, la tragedia de los desahucios…
La mudanza y no la perpetuidad, soy consciente de ello, son constantes en la vida del ser humano. El problema viene precisamente cuando se pierde el rumbo, ya que la configuración de este sistema socioeconómico nos provoca cambios de dirección constantes: trabajos a corto plazo, alquileres a corto plazo, desempleo a corto plazo, relaciones personales a corto plazo condicionada por las múltiples mudanzas…, todo ello requiere un volver a empezar cíclico, que consigue la extenuación de la persona y con ello la pérdida de un horizonte al que dirigirse.
-"Tengo miedo, ¿por qué voy a negarlo?", escribe en otro verso. El miedo es justo la actitud contraria del estoicismo que predica el título del libro a partir de la cita de Séneca de la que proviene. ¿Es el estoicismo entonces una aspiración para usted? ¿Incluso la posibilidad de renunciar a toda esperanza?
-Sí, claro, es una aspiración que sé que nunca alcanzaré a realizar completamente. Séneca, se nota en sus maravillosos escritos, habla desde una posición privilegiada, en su vida puede tomar elecciones, decidir cómo vivir; rechazar el dinero y alabar la pobreza, creo que es más fácil de hacer cuando se es rico. Un esclavo no podría llevar a cabo el ideal senequista o, al menos, lo tendría mucho más difícil. Nosotros, creo, al menos yo, con mi nivel social y económico, nos parecemos más al esclavo romano que al diplomático, pero aun así, intento, en mi día a día, aspirar a un ideal que busca una profundidad espiritual y una reflexión continua, que va en total contradicción con el pragmatismo de la sociedad actual, y se parece más al ideal estoico, ascético. Este ideal está presente en Todo cuanto es verdad y choca fuertemente contra la vida cotidiana.
Quien tiene esperanza está condicionado a la decepción, por el mero hecho de esperar algo, una retribución por lo hecho. La esperanza en este mundo capitalista que todo convierte en producto de consumo está revestida de oro, esperamos hacer las cosas para sacar un beneficio que nos retribuya un dinero. Esa esperanza es muy peligrosa porque la mayor parte de las veces no conseguimos exactamente lo que nos proponemos; la decepción y el fracaso se convierten en constantes, y con ello el cansancio de vivir aumenta, se crea una lasitud, en palabras de Camus, en las personas. Creo que vivir por el mero hecho de vivir, es vivir sin esperanza y sin miedo a un fracaso final. En nuestro camino el medio debe tener más importancia que el fin. Aun así, yo soy presa de este mundo, y a veces, ese fracaso o el último fin, que es la muerte, me da miedo.
-¿Aceptaría una referencia a Todo cuanto es verdad como ejemplo de poesía social? ¿Tal vez política, en todo caso denunciante de cierto orden favorable a la deshumanización?
-No pretendo hacer una poesía social de denuncia explícita porque creo que eso sería contribuir más al lenguaje del márquetin y el eslogan al que nos tiene acostumbrados la vida diaria, la publicidad y la misma política. Creo que el poeta, igual que han hecho siempre los poetas, debe hablar en sus poemas de lo que le circunda, de su universo, con una mirada crítica, consciente y trascendente. A partir de sus poemas, metáforas, imágenes, lenguaje, los lectores del mañana podrán reconstruir un mundo vivo, de una manera más humana que si lo rescataran de noticias y estadísticas de la hemeroteca.
-En el libro hay varias referencias a Albert Camus, empezando por Sísifo. ¿Considera, como Camus, que el empeño en la tarea basta para llenar el corazón del hombre? ¿Que hay que imaginar a Sísifo feliz?
-Camus dice que no es lo mismo negar el sentido de la vida que decir que no merece la pena ser vivida; esto es un punto central de su filosofía, y una toma de conciencia de lo absurdo. La absurdidad hay que enfocarla hacia la vida y el amor, no hacia la angustia y la muerte; un amor, entiendo yo, cargado de pasión y de belleza, que son remansos contra la rutina, y que muy frecuentemente se encuentran en la poesía y en el arte; bálsamos de altruismo para curarnos de una sociedad que nos inculca que todo ha de ser pragmático, hasta el propio tiempo, un tiempo cosificado que ha perdido su entidad abstracta de instante, para ser la hora a la que voy a trabajar, la hora a la que como, la hora a la que salgo del trabajo..., pero no el momento sin medida en el que no hago nada, solo pienso, reflexiono, medito, contemplo.
En un mundo donde es tan importante lo pragmático cuesta aceptar la inutilidad de la vida, que ningún esfuerzo (por bien o mal que se haga) justifique el final. Ese esfuerzo de vivir hay que realizarlo por amor a uno mismo o por amor a lo que se hace (como la poesía); el problema está cuando ese esfuerzo que nos permite mantenernos a nosotros y a nuestra familia -aún aceptando la condición absurda del ser humano- se transforma a su vez en un dinero con el que contribuir a un sistema que no amamos, es más, que está en contradicción con la humanidad de mi pensamiento. El problema, como te digo, es no amar lo que se hace, verse condicionado por el medio socieconómico a realizar un trabajo que no amas para sobrevivir, porque no se te permite hacer lo que en realidad quieres. Con lo cual, de esta manera, no se vive, se sobrevive.
Creo que en nuestra sociedad, con su atroz maquinaria individualista y cosificadora, no se tiene en cuenta este amor del hombre por lo que hace, solo le interesa que lo haga, hasta la extenuación, porque si no lo hace él lo hará otro superviviente. Sobreviviendo y no viviendo, me imagino a un Sísifo feliz a base de ansiolíticos y antidepresivos, como tantos Sísifos de nuestros días.
-En sus poemas opta por detenese en momentos habituales de la vida cotidiana y doméstica, con momentos inclinados a la ironía, entiendo que como mirada crítica a la sociedad de consumo. ¿Es esta opción decidida o inevitable? ¿Considera posible la trascendencia? ("Pero yo así - recuerdo - también creí en Dios y en Jesucristo", escribe en otro poema).
-En los poemas existe una realidad explicada a través de lo cotidiano en la que se procura trascender la costumbre para buscar la verdad. En nuestro devenir diario, la prisa, la ausencia de reflexión, nos impide esa trascendencia, por lo que sólo vemos la corteza de las cosas. De las palabras solo vemos su significante, del mensaje solo comprendemos el sentido recto. Estamos acostumbrados a ver de un vistazo el eslogan, la fotografía sin profundidad en un post de Instagram. La poesía precisamente es todo lo contrario, es la profundidad del lenguaje, es el significado múltiple revestido de significantes que son a su vez música y ritmo, metáfora y alegoría, un compendio que crea la belleza. Y precisamente esa creación compleja de belleza es lo que puede salvarnos de la banalidad de este mundo de eslóganes publicitarios y de productos prefabricados. El ser humano creador puede abrir puertas en un mundo que, en muchos momentos, nos parece una habitación estrecha en la que no existe escapatoria. Pienso por ejemplo en esas puertas y ventanas abiertas de par en par que lectores y escritores, en estos días de cuarentena, encontramos en el arte: libros, películas, música…
Yo no creo en una trascendencia después de esta vida, si no no habría aceptado lo absurdo de vivir. Ese verso del que hablas, es pura ironía, porque al hombre que está haciendo la mudanza en el poema Cambio de piso se le cae un cajón en los pies descalzos, y así mortificado, se acuerda de Dios y de Jesucristo…
-Del mismo modo, el lenguaje que emplea es coloquial, directo. ¿Es su intención emplear los recursos, digamos, tradicionales de la poesía para llegar a otro lado, para obtener de ellos un efecto distinto, no un alarde de virtuosismo sino una revisión, a lo mejor con cierta nostalgia, de la misma tradición poética?
-Los dos mundos enfrentados que existen en el libro, el del ideal (más o menos ascético) y el de la realidad (mercantil, capitalista), tienen su reflejo también en el lenguaje, que como en toda obra de arte debe ser usado con un fin concreto. El lenguaje ascético se enfrenta con el coloquial en el mismo nivel y de ahí surgen los momentos de ironía, que predominan sobre todo en Mudanza, la primera parte del libro. La reactualización de lo antiguo, de lo clásico, donde está esa tradición poética del Barroco, provoca una incompatibilidad absurda en esta sociedad consumista hasta el desenfreno: el bienaventurado albergue gongorino (verso de un poema cumbre del ideal ascético del Barroco) es una lavandería a la que peregrinan la pareja de jóvenes inquilinos porque en su casa de 27 metros cuadrados no cabe una lavadora, la plaga bíblica son las chinches en las sábanas de una cama que los sumerge en la paranoia, los escorzos de un Sísifo de Ribera son los de un vigoréxico ahíto de Isostar en el gimnasio…
-Por cierto, si en Todo cuanto es verdad hay una crítica feroz a la lógica del consumo, ¿qué hacemos ahora que hasta la poesía se ha convertido en producto puesto a la venta y en objeto marketing merced al olfato de ciertas editoriales? Y que conste que me refiero, claro, a la mala poesía.
-Bueno, con todo lo que he hablado hasta este punto de la entrevista sobre lo mercantil y el consumo, te puedes imaginar la respuesta a esta pregunta. Yo creo en una poesía profunda, reflexiva, consciente, crítica, musical… no en la que se lee de un vistazo como veo una foto en las redes sociales o como el titular de una noticia. Que este tipo de «poesía» sea un producto exitoso del mercado, creo que responde a cuestiones extrapoéticas, y veo lógico que muchas editoriales, como empresas que son, quieran publicarla para sacar beneficios.
-¿Comparte la idea de Nicanor Parra de que todo es poesía menos la poesía, o tampoco es cuestión de darle carpetazo al asunto?
-Este aforismo encierra el concepto de antipoesía en su máximo apogeo, un concepto que Nicanor, haciendo gala de la paradoja, usa para designar un tipo de poesía. Me gusta pensar que mi poesía está fuera de modas y que construye su propia verdad; creo que Nicanor va por este camino con ese juego de lógica que nos rompe la cabeza. A fin de cuentas, defiende una poesía que no sea un producto más de la cultura oficial configuradora de una Verdad oficial, lo cual sería muy poco trascendente. En este aspecto, pienso que Todo cuanto es verdad busca el mismo cometido.
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