Elogio del Shakespeare actor

Representación de 'La tempestad' a cargo de la Companhia do Chapitô.
Pablo Bujalance

24 de octubre 2010 - 05:00

Teatro Echegaray. Fecha: 22 de octubre. Compañía: Companhia do Chapitô. Dirección: John Mowat. Reparto: Jorge Cruz, Marta Cerqueira y Tiago Viegas. Texto y puesta en escena: Creación colectiva, inspirada en 'La tempestad' de William Shakespeare. Aforo: Unas 150 personas (media entrada).

Tres actores y una sábana bastan para representar La tempestad, la obra más enigmática de Shakespeare, la que mejor resume su literatura y la que más puertas a las que llamar deja a la posteridad. Si Samuel Beckett consideraba que El Rey Lear era directamente irrepresentable, el tiempo ha demostrado que La tempestad es para los creadores escénicos algo así como la naturaleza para los renacentistas: una quimera cuya perfección, o cuyo misterio, no se podrá abordar jamás en su plenitud. Cada subida a las tablas, cada lectura, obtiene un necesario carácter de tentativa, nunca de mérito consumado. Así, mientras Jule Taymor acaba de presentar una adaptación cinematográfica con aparatos visuales dignos de Harry Potter, los portugueses de Chapitô se suben a un escenario para recrear la pieza con mucho más silencio que diálogo, con más cuerpo que verbo, con más coreografía que parlamento, sin apenas nada. El resultado, libérrimo pero honradamente respetuoso, resulta todo un hallazgo no sólo por la calidad técnica de los intérpretes, sino por la evidencia feliz de una idea a menudo soslayada en los códigos de la crítica al uso y los juicios académicos: quien escribió La tempestad era, sobre todo, un actor.

La propuesta de la compañía lisboeta es un auténtico disfrute por la cantidad de registros que asumen y resuelven los artistas en una escenografía desnuda y con una maestría ejemplar. Los tres dan vida a todos los personajes de la comedia a base de juego y complicidad con el espectador, pero, especialmente, de una asombrosa resolución del oficio, con una soltura abrumadora a la hora de saltar de un papel a otro. La revisión del texto es tan singular como personal y rica en apoyos propios que en ningún momento restan intensidad ni emoción al original. Hay momentos ciertamente logrados en este sentido, como la educación de Calibán. Sin embargo, los pasajes más conmovedores son los que se desarrollan en silencio, en los que la expresión corporal, y sobre todo gestual, asumen la construcción de las personalidades de Próspero y Miranda, de Ariel y Calibán, de Fernando y Gonzalo, así como de las relaciones que la venganza, lo indómito y el amor van tejiendo entre ellos. Sustraída buena parte del texto, el espectador asiste al descubrimiento de que en el mismo se esconde una verdadera sabiduría, a modo de lección, sobre el trabajo del intérprete; y es todo un placer aprenderlo precisamente cuando la palabra pasa a un segundo plano. El bardo, que fue actor y subió a las tablas metido en la piel de otros muchos, encontró en esta metamorfosis la clave imprescindible para su dramaturgia, y también La tempestad constituye un testamento decisivo en este sentido. Los de Chapitô han abierto su puerta para alegría del público.

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