Crítica 'La canción del mar'

Elogio de lo maravilloso

La canción del mar. Animación, Irlanda, 2014, 93 min. Dirección: Tomm Moore. Guión: Will Collins. Música y canciones: Bruno Coulais y Kila. 

Si está usted cargado de prejuicios contra el cine de animación y piensa que sólo es un peaje obligado para llevar a sus hijos o sobrinos al cine, bien podría vencerlos fácilmente, hasta la emoción y las lágrimas incluso, acudiendo a ver este prodigio procedente de Irlanda con el que Tomm Moore se confirma, tras la deliciosa El secreto del libro de Kells, como uno de los nombres clave del género, heredero de la mejor tradición del dibujo animado de raíz artesanal, libresca y de diseño propio como territorio inagotable para la fabulación, la integración de universos o la recuperación del folclore tradicional como nutrientes de nuevas y fascinantes formas expresivas para cualquier mirada sensible, ya sea infantil o adulta.

Puede que la irrupción de Moore sea el acontecimiento más destacado en este ámbito desde el descubrimiento occidental de Miyazaki o Takahata (del que esperamos, ansiosos, el estreno de esa maravilla que es El cuento de la princesa Kaguya), cineastas-animadores con los que tanto ésta como su anterior película tienen mucho que ver a pesar de la distancia y los referentes culturales.

La canción del mar adapta para una paleta de color generosa y viva y unas criaturas de trazo sencillo, bidimensional y poderoso, un relato tradicional celta que reúne a las fuerzas y dioses del mar y a los hombres a orillas de una costa norteña que será testigo de un tránsito revelador entre la vida y la muerte, de un ritual de aventura, peligros y aprendizaje en el que los niños Ben y Saoirse, a los que su madre selkie, ser mitológico mitad humano-mitad foca, acurrucaba con las más hermosas canciones de cuna, descubrirán la secreta armonía y el desdoblamiento entre un mundo ancestral, mitológico y secreto y el destino de los hombres en la Tierra que se comunican aquí por pasadizos de la imaginación creativa en deslumbrantes cuadros de melancolía dibujada.

Luminoso y oscuro a partes iguales como sólo los grandes cuentos infantiles pueden serlo, el filme de Moore invita al niño a adentrarse en el conocimiento de cosas importantes sin miedo a las sombras, y cautiva al adulto con la superposición de capas y referentes que hacen de su viaje hacia lo maravilloso una experiencia estética de primer orden y un trayecto regresivo hacia la reveladora pureza de todo relato fundacional.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios