Cultura

España según Cánovas del Castillo

  • Hoy viernes se cumplen 180 años del nacimiento del estadista e historiador malagueño, eje conservador, creador de la Restauración y presidente del Consejo de Ministros en diversas ocasiones entre 1876 y 1897

Cuando el malagueño Antonio Cánovas del Castillo murió en Guipúzcoa en 1897 a manos del anarquista italiano Michele Angiolillo, su máximo rival político, el liberal Práxedes Mateo Sagasta, sentenció: "Ahora ya podemos tutearnos todos". Como figura política, el redactor de la Constitución de 1876 fue el último de una era que terminaría definitivamente un año después de su muerte con la pérdida de las colonias americanas. Considerado el mayor estadista español desde el cardenal Cisneros por el marqués de Lema y Melchor Fernández Almagro, supo hacer de la política cultura hasta el punto de formar parte de cinco Reales Academias y presidir el Ateneo de Madrid. Presidente del decimonónico Partido Conservador, creador de la Restauración que recuperó la figura del rey con Alfonso XII, historiador y presidente del Consejo de Ministros en seis ocasiones entre 1976 y 1897, muchas de sus ideas y compromisos, especialmente los que se refieren a la política colonial, son aún actualmente motivo de controversia. Hoy se cumplen 180 años del nacimiento de Cánovas del Castillo, que vino al mundo el mismo día que Julio Verne y que tuvo siempre, por contra, los pies en el suelo.

El año que determinó el meteórico ascenso del malagueño fue 1854. Entonces, a sus 26 primaveras, publicó su primera obra literaria, Historia de la decadencia española; escribió, amparado por Leopoldo O'Donnell (que llegó a firmarlo en lugar del legítimo), el Manifiesto de Manzanares, que exigía reformas políticas y unas Cortes Constituyentes para posibilitar una auténtica "regeneración liberal"; y fue elegido Diputado por Málaga. Posteriormente, en 1864, fue nombrado ministro de Ultramar y en 1865 (durante el reinado de Isabel II, antes de la constitución de la Primera República), de Gobernación. Tras la Revolución de 1868 preparó el regreso del hijo de la monarca, Alfonso de Borbón, y en 1874 escribió el Manifiesto de Sandhurst, firmado por éste, que instauraba la Monarquía constitucional como régimen monárquico de tipo conservador y católico; el escrito defendía el orden social pero garantizaba el funcionamiento del sistema político liberal, eso sí, bajo la subida al trono del príncipe como Alfonso XII. La renovación quedaría consumada con la Constitución de 1876, cuya oportunidad el propio Cánovas del Castillo defendió como sigue: "Invocando toda la Historia de España, creí entonces, creo ahora, que, deshechas como estaban por movimientos de fuerza sucesivos todas nuestras Constituciones escritas, a la luz de la Historia y a la luz de la realidad presente sólo quedaban intactos en España dos principios: el principio monárquico, hereditario, profesado profundamente (a mi juicio) por la inmensa mayoría de los españoles, y la institución secular de las Cortes". El texto y el Pacto del Pardo, alcanzado con Sagasta, dieron luz verde al bipartidismo defendido por Cánovas y a la alternancia de Gobierno por turnos.

Todas estas decisiones determinarían el futuro de España como Estado hasta nuestros días. Sin embargo, algunas iniciativas, como la restricción del sufragio en 1870 (que hasta 1890 no volvería a ser de universalidad masculina), fueron en su día objeto de polémica y todavía hoy levantan ciertas pasiones. Especial controversia suscitan aún sus dictámenes sobre política colonial: integrante de las ligas que defendían la esclavitud en los territorios americanos, sólo la abolió en España en 1886 por presiones de los grupos abolicionistas. En el diario francés Le Journal afirmó al respecto que la esclavitud "era para los negros de Cuba mucho mejor que esta libertad que sólo han aprovechado para no hacer nada y formar masas de desocupados". Sobre el movimiento independentista cubano, aseguró: "Para acabar con la insurrección sólo hacen falta tres balas, una para Martí, otra para Maceo y otra para Gómez". No alcanzó a ver el desastre de 1898, pero tuteó a la Historia.

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