"España es un país donde los políticos no han leído un libro"
Arturo Pérez-Reverte reflexiona sobre el presente al hilo de 'El asedio', ambientada en el Cádiz de 1811 · El sur, dice, es "un analgésico que me reconcilia con la Historia"
Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es de esa generación de escritores que ha llegado "tarde" a internet - "o internet ha llegado tarde a mí", matiza-. Confiesa que, lejos de facilitarle el trabajo, le multiplica la tarea, por lo que para documentarse -aspecto que cuida "mucho" en su obra- prefiere acudir a sus vetusta biblioteca. Sin embargo, si se teclea en el buscador más popular de cuantos existen, google, el nombre del escritor aparece en más de un millón de referencias.
Pérez-Reverte es un fenómeno de masas. Lo sabe y se siente cómodo en esta tesitura. "Yo no hago novelas para que el lector diga ¡qué bien escribe Reverte! sino para que el lector me acompañe donde yo voy", explica. En su nueva incursión literaria, le acompañan más de 150.000 lectores, que es el número de ejemplares que lleva vendidos hasta la fecha de El asedio (Alfaguara), la voluminosa novela -727 páginas- que le lleva en la actualidad por distintas plazas en las que presenta esta obra, que estrenó en Cádiz hace un mes.
Y es la ciudad trimilenaria, y en definitiva el sur, la protagonista de esta novela, "la más compleja" de cuantas ha escrito el responsable de títulos como La tabla de Flandes, La reina del Sur o la saga de Alatriste. El sur es ese espacio donde el escritor se "reconcilia con la vida y con la Historia", confiesa. "Esos días en que sales cabreado y estás harto de tanta payasada, si estás en el sur encuentras consuelo, lealtad, simpatía, generosidad. El sur es mi analgésico", elogia.
Con el Cádiz de 1811 como telón de fondo, donde España lucha por su independencia de las tropas francesas y con la Cortes a las puertas de promulgar la Constitución de 1812, Pérez-Reverte ha pintado un fresco en el que conviven personajes como un policía corrupto, un capitán que rechaza los ascensos, una empresaria de exquisitos modales o un corsario. "Cádiz no parecía española: la gente viajaba, leía, la homosexualidad estaba plenamente integrada en la sociedad...", una vida bulliciosa que hacía a Cádiz comparable con "Baltimore, Manchester o Liverpool".
En El asedio"quería retratar un Cádiz que fuera reflejo del corazón humano, capaz de lo mejor y lo peor" y es en "esa lectura de la ciudad crepuscular" donde ha encontrado espacio para hablar de la urbe "de silencios e intuiciones" que fraguó un momento clave de la Historia. "España se salvó por Cádiz, un lugar tan especial que sólo podía ser el Cádiz de las Cortes".
Fiel a su espíritu crítico, lamenta el devenir posterior de este país: "Esa guerra se salvó en lo militar y la perdimos en lo ideológico. Cerramos la puerta durante siglos a la modernidad y nos quedamos en las manos de los de siempre: curas, reyes y ministros. Da una profunda tristeza pensar cómo tratamos la Historia en los colegios. Estamos privando de comprender la Historia a las nuevas generaciones", una consecuencia, achacó, de "una clase política que no ha leído un libro. España es el único país del mundo donde los políticos no tienen que tener el bachillerato".
Con todo, El asedio "no es una novela histórica, como pueden serlo los libros que recrean con precisión una época, como los de Walter Scott", matiza. Es, siendo fiel a la Historia, una "novela de novelas", con géneros que se cruzan y cuya complejidad no afecta a la lectura: "Una novela puede tener un proceso muy complicado, pero el lector no debe pagar la factura. Es como el trabajo de un carpintero, que va lijando y lijando. Esa aparente falta de estilo, deliberadamente buscada, es estilo. Y en esa aparente facilidad me dejo el pellejo cada mañana".
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