Festival de Teatro | 'Espejismos'

Paco, llévanos a los toros

Estío, el protagonista de ‘Espejismos’, en el Teatro Echegaray.

Estío, el protagonista de ‘Espejismos’, en el Teatro Echegaray. / Teatro Echegaray

Para ser honestos, si alguien tenía derecho aquí a hacerse un autohomenaje era El Espejo Negro. Pero aunque Espejismos tiene ciertamente mucho de autorreferencial (perdonen tanto auto), lo más interesante es que la compañía de Ángel Calvente se ha decidido, por primera vez, a subir al Espejo Negro, propiamente dicho, a escena. Y así, igual que en una versión macabra de Lewis Carroll, este Espejo, como ya sabíamos, se alimenta cual agujero negro de todo lo que le pille a mano, blanco o negro, conservador o progresista, creyente o ateo, hombre o mujer, sin distinciones, sin peros ni objeciones, metido todo en igualdad de condiciones en la magnífica coctelera barroca y desvergonzada que es El Espejo Negro. Ciertamente, este empeño en fagocitarlo todo, con una querencia underground llevada siempre a gala y la eterna adscripción al play-back, así como a la calificación proteica llamada travestismo en la que todo se convierte en cualquier cosa posible, cual milagro cuántico, ha alimentado todos y cada uno de los espectáculos de Calvente y los suyos. También los infantiles, tocados de la misma magia, con igual exigencia aunque tal vez (sólo tal vez) en un hemisferio poético distinto. Pues bien, ahora El Espejo Negro ha decidido hacer arqueología de sí mismo y convertir en dramaturgia este mismo proceso de incorporación desmedida, desprejuiciada y libérrima. El resultado es, digámoslo ya, uno de los mejores trabajos de la compañía, un artefacto que desde la hipnótica iluminación circular en la que todo sucede devuelve a la palabra espectáculo todo lo que le pertenece. Espejismos es, sí, el nuevo espectáculo para adultos de El Espejo Negro; pero también mucho más: una experiencia que, en virtud de un trabajo físico portentoso aliado con un más que inteligente empleo de la tecnología escénica, hace de la imaginación verdadera materia prima del teatro. Y ya iba siendo hora de que alguien se atreviera.

Nadie ha ido tan lejos en el teatro contemporáneo a la hora de reivindicar la libertad de expresión

Más allá de la puesta en escena (pero sin salir de ella), Espejismos es, también, un feroz alegato a favor de la libertad de expresión. Y sospecho que nadie ha ido tan lejos en el teatro contemporáneo como El Espejo Negro al plantear la cuestión en un momento especialmente sensible en el que las mordazas son objeto de especial reivindicación. Para su nuevo juguete, Calvente recupera creaciones anteriores, como el loco de De locura en camisa de fuerza o una Isabel Pantoja ahora encarcelada que canta Hoy quiero confesar a un bin laden; pero el juguete apunta sin pudor alguno al representar a un Papa dariofoesco que media entre judíos y musulmanes a base de patatas fritas, una Reina Letizia que canta desnuda sus problemas nutricionales, una Susana Díaz que afirma no arrepentirse de nada y una Rita Barberá que, convertida en ángel, lleva al cielo una saca de billetes mientras entona Paco, llévame a los toros. Las marionetas se encarnan con una fidelidad asombrosa, aplastante, explícita y misteriosa: hay una Chavela Vargas conmovedora, unos corderos autonomistas que sólo despiertan cuando hay fútbol, Vírgenes que compiten con Hare Krishnas por la ocupación de la calle, genitales masculinos y femeninos que se transforman en lo que les viene en gana, una Marta Sánchez emocionada ante el himno y la consideración irrenunciable de que estamos aquí para decir lo que nos dé la gana, se moleste quien se moleste. El Espejo Negro juega con fuego, sí. Pero alguien tenía que hacerlo. La libertad de expresión comparece, por cierto, como una mierda. Y cuidado que vienen las moscas. Menuda fiesta, todavía.

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