Ferrera, Barrera y El Capea, de vacío en una función inaguantable
Los diestros mostraron poca ambición · Los toros de La Campana, sospechosos de afeitado, dieron un juego nulo, a excepción del primero y del segundo


GANADERÍA: Toros de La Campana, aceptablemente presentados por lo que a tipo se refiere, aunque todos sospechosos de pitones, nobles y de nulo juego, a excepción del primero, que medio se dejó y el encastado segundo, ovacionado en el arrastre. Parados y sin fondo, tercero, cuarto y quinto, éste último además sin fuerzas; los tres fueron pitados. El sexto, un sobrero de Sepúlveda, con más cuajo y aparente poderío, también terminó parado. Antonio Ferrera, ovación y silencio. Antonio Barrera, ovación y silencio. Pedro Gutiérrez 'El Capea', ovación y silencio. INCIDENCIAS: Plaza de toros de Salamanca. Un tercio de entrada.
Tarde sin nada destacable, inaguantable y sin contenido artístico, con el frío como protagonista añadido, con tres toreros de poca ambición y toros también de nulo juego, exceptuando solamente uno pero sin torero decidido enfrente, en Salamanca.
Lo que se decía del agua en los libros de bachiller, sin olor, color ni sabor, eso fue la tarde. En la balanza de resultados pesó más el platillo de la contrariedad, por el frío, por el escaso juego de los toros y por la poca gracia y ambición de los toreros.
También en el debe del festejo, las puntas de los pitones, la mayoría abiertas como brochas. La sombra del afeitado que no cesa. Corría el reloj con apremio, aliviando el tostón de la tarde cuando la devolución del sexto se hizo interminable por la inoperancia de la parada de cabestros. Más frío y más aburrimiento, más desesperación.
A Ferrera se le vio sobre todo por los saltos y carreras en banderillas en sus dos toros. En ambos nada de relieve con el capote, los que pasó de muleta toreándolos sobre todo con la voz. Siempre fuera del toro y sin quedarse quieto. Le caben disculpas en el cuarto, un mulo con cuernos. Pero en el primero pudo y debió estar mejor.
Barrera tuvo el mejor toro de la tarde, al que no aprovechó convenientemente. Quizás hubiera necesitado un puyazo más. El caso es que el toro se vino arriba en la muleta, codicioso y repetidor.
Mandó la velocidad del animal sobre un Barrera que no supo por dónde y cómo atacar, aceleradito, a lo sumo acompañando las irrefrenables e impetuosas embestidas que se le venían continuamente encima.
El quinto fue toro manso como lo demuestra su comportamiento en el segundo tercio, de caballo a caballo al relance. Protestado por cojo, no tenía ningunas fuerzas. Desrazado e inválido, terminó parándose del todo. Desencanto total de torero y público.
Al Capea se le fue una tarde en su tierra. Preocupante cuando escasean los contratos. En su descargo, el inconveniente de los toros. Su primero, siempre con el freno de mano echado, le costaba un mundo tomar los engaños y seguirlos. No iba, y fue imposible buscarle las vueltas.
Lo mejor fue el brindis a una conocida señora salmantina, Julita, partidaria acérrima suya, que lo fue también de su padre, y amiga de toda la familia. Persona entrañable y muy querida en Salamanca, admirada y admirable también por su presencia constante en todos los actos taurinos de la ciudad.
Capea fue largamente ovacionado después de arrojarle la montera. Brindis delicado y respetuoso. El sexto bis, toro musculado, con remate y dos pitones muy bien puestos, que marcó diferencia con los titulares, también hizo concebir esperanzas en los primeros compases de su lidia. Por la forma de desplazarse, por su buen tranco, parecía que podría embestir. Sin embargo aquello duró un suspiro. Muy dispuesto el torero, en cambio no terminó de aflorar en el toro lo que se esperaba. A menos, a mucho menos, hasta diluirse del todo la esperanza. Como la tarde, fría, gélida..., inaguantable.
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