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Festival de Teatro | 'Rojo'

El gran teatro americano

Ricardo Gómez y Juan Echanove, en 'Rojo'.

Ricardo Gómez y Juan Echanove, en 'Rojo'. / Juan Ayala

Por más que, sólo en los últimos años, Juan Echanove haya habitado el escenario de la mano de autores tan dispares como Michel Houellebecq y Francisco de Quevedo, cabe destacar su querencia al drama americano contemporáneo, que ha cultivado como actor, por ejemplo, en aquel memorable e injustamente mal recibido montaje de El precio dirigido por Jorge Eines en 2003; y también como director con Visitando al señor Green, de Jeff Baron, en 2005. Por su registro interpretativo, su pulso escénico y su nervio capaz de conducirse desde las tripas hasta la más elevada poética, no es difícil sospechar que este, digamos, gran teatro americano es muy del gusto de Echanove, quien seguramente preferiría volcar en su trayectoria nuevas muestras del combate dialéctico, doméstico, psicológico y pasional que contiene esta tradición desde, al menos, Eugene O`Neill (en un perpetuo diálogo de ida y vuelta con maestros europeos de dos siglos entre los que cabría citar lo mismo a Strindberg que a Albert Camus). Es relativamente sencillo que un actor se incline por este teatro dadas las muchas ocasiones que brinda para el lucimiento, aunque las exigencias físicas y de exposición pueden resultar complicadas de gestionar. En este sentido, Echanove ha demostrado de largo no sólo que acepta la exigencia, sino que además sabe aprovecharla para la construcción de sus personajes, lo que revela sin muchas dudas la consideración de maestro. Es interesante tener en cuenta este idilio del actor con la marca dramática curtida al otro lado del charco a la hora de valorar una obra como Rojo, precisamente porque no es difícil adivinar hasta qué punto ha querido Echanove no sólo protagonizarla, también dirigirla; aunque en un principio parecía que la puesta en escena iba a quedar en manos de su cómplice Gerardo Vera, finalmente se ha ocupado nuestro hombre de este menester, con igual compromiso y con resultados harto felices. Pero que Echanove pudiera tener un especial empeño en subir Rojo a las tablas tiene una explicación inmediata: el texto del estadounidense John Logan, autor de guiones para realizadores cinematográficos como Martin Scorsese y Tim Burton, y poseedor de un corpus dramatúrgico menos nombrado aunque de gran voltaje, es, sencillamente, espectacular. Digno de enamorarse de cada diálogo hasta la médula.

Si el mejor teatro americano se sostiene en la verdad, ‘Rojo’ la respira por todos los poros

Logan convierte en personaje al pintor Mark Rothko, gran profeta del mismo expresionismo abstracto que en el siglo pasado encrumbró a Jackson Pollock, ya en una etapa crepuscular: encerrado en su estudio neoyorquino a mediados de los 60, asiste con actitud ascética al ascenso y la fama de Andy Warhol y el resto de genios del pop art, dispuestos a hacer historia del expresionismo abstracto tal y como Rothko y Pollock hicieron del cubismo en su juventud. En esta decadencia irreversible, Rothko recibe a un joven artista dispuesto a aprender de su talento que le servirá en bandeja una oportunidad única para desplegar sus dotes de Pigmalión. La recreación que hace Echanove de Rothko es asombrosa, pródiga en humanidad a través de los gestos (el sempiterno cigarro, la reposición constante de las gafas resbaladizas) y sobrado en sus implacables sentencias sobre el arte, el capitalismo y la condición humana. Ricardo Gómez resuelve bien la papeleta y, aunque algo carente de recursos, logra sostener a la altura el envite dialéctico de forma creíble. Si eso que llamamos gran teatro americano se sostiene en la verdad, este Rojo de Juan Echanove respira verdad por todos los poros. Una verdad a veces amarga, pero siempre necesaria. Acaso como el teatro.

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