Igual razón para la elegía

Natalia Millán, caracterizada como Carmen Sotillo.
Natalia Millán, caracterizada como Carmen Sotillo.

Teatro Alameda. Fecha: 29 de octubre. Dirección: Josefina Molina. Texto: Miguel Delibes. Adaptación: Miguel Delibes, Josefina Molina y José Sámano. Reparto: Natalia Millán y Víctor Elías. Aforo: Unas 300 personas (algo más de media entrada).

Quien viera el montaje de Cinco horas con Mario protagonizado por Lola Herrera en sus últimas funciones (el mismo Teatro Alameda lo acogió hace seis años) y haya acudido a ver la propuesta con Natalia Millán al frente habrá encontrado los mismos elementos: la misma música de Luis Eduardo Aute, la misma escenografía, el mismo vestuario y, por supuesto, el mismo texto. La semejanza corresponde a la marca del mismo productor en ambos casos, José Sámano, que ha hecho del texto de Delibes su principal estandarte. La novedad, por tanto, se ciñe estrictamente a Millán, que hace un trabajo más que digno en su construcción del personaje y que se revela hábil en cuanto más cercana a la edad de la cuarentona Carmen Sotillo. Resulta curioso cómo el mismo texto y las mismas intenciones escénicas puestas en otra anatomía interpretativa apuntan posibilidades muy valiosas de recreación; pero, a la vez, llega a decepcionar el modo en que esas posibilidades han sido desechadas. Entiéndase bien: no es cuestión de actualizar el texto, porque a Cinco horas con Mario no le hace falta en absoluto; sin embargo, meterlo en una urna para que no lo toque el viento significa hacer a la obra un flaco favor.

El problema no es que el texto represente una época; lo malo es cuando un monólogo que podría dar mucho más de sí representa una manera de hacer teatro contraria, hoy, al propio teatro. No hay ningún problema en que Cinco horas con Mario se integre en el repertorio español, más bien al contrario: pero cuando uno ve a una Natalia Millán dignísima pero empeñada en sostener una entonación a la que habría que pasar un pañito, con un discurso todavía salpicado de laísmos falsamente castellanos, de términos a los que hoy se puede dar escaso crédito como despepitada y superferolítico, de arcaísmos como inclusive (pérfida muletilla), zascandil y acabóse, y con una pronunciación que casi se detiene en el tiempo cuando toca decir una elle, no puede sino preguntarse si un poquito de oxígeno no habría resultado saludable. Insisto, no es cuestión de poner a la Sotillo reprochándole al difunto que nunca llevara condones en la cartera, pero me temo que, mientras las Cinco horas continúen en las mismas manos, habrán de ser contempladas como un mausoleo en lugar de una obra de teatro. Éste sólo puede considerarse como tal en la medida en que reinventa la vida, no en que la imita (para eso hay otros consuelos). Y vida es lo que le falta a esta pavana de difuntos, muy bien dicha, con una gran actriz, pero peligrosamente candidata a reliquia.

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