Jim Dine en el Centro Pompidou Málaga

Jim Dine: por un arte total

  • El Centro Pompidou Málaga inaugura el próximo día 10 su nueva exposición temporal, dedicada al influyente padre del ‘happening’, que podrá verse hasta el 6 de octubre

Representación de 'The smiling workman' ('El obrero sonriente'), en Nueva York, en 1959.

Representación de 'The smiling workman' ('El obrero sonriente'), en Nueva York, en 1959. / M. H.

Jim Dine (Cincinatti, 1935) Jim Dine (Cincinatti, 1935)

Jim Dine (Cincinatti, 1935) / M. H.

El procedimiento resultaba tan desconcertante como sencillo en fondo y forma. El artista comparecía frente a una tela blanca desplegada e iluminada con un foco, cubierto con otra tela, esta vez roja, y con el rostro pintado también de rojo además de algún detalle como el negro de los labios. Se plantaba así ante los espectadores con cubos de pintura y una brocha gorda que sumergía en los cubos. Con la misma brocha pintaba sobre la tela extendida, a modo de lienzo, una sola frase: I love what I’m doing. HELP (Amo lo que hago. SOCORRO). Entonces, el artista caía en un frenesí extraño. Empezaba a pintar, feliz, con la misma brocha y las mismas pinturas, allá donde alcanzara su mano. Tan elevado llegaba a ser el éxtasis que acababa ingiriendo la pintura contenida en los cubos y derramándola sobre su cabeza. Al final, sin embargo, despertaba como si hubiera tenido un mal sueño e, igual que si cayese en la cuenta de que había cometido algún acto terrible, se arrojaba mientras gritaba contra la tela hasta atravesarla. Aquella intervención, titulada The smiling workman (El obrero sonriente), duraba unos treinta segundos, se representó por primera vez en Nueva York en 1959 y con ella Jim Dine (Cincinatti, 1935) brindó por primera vez una experiencia artística definitivamente nueva que pasó pronto a llamarse happening. Con su primera entrega en este género, Dine denunciaba la alienación por la que los mecanismos de producción masiva convertían a los trabajadores en meras piezas del engranaje, en un claro contexto de deshumanización. La segunda, Car Crash (Accidente automovilístico), se presentó en la galería Reuben, también en Nueva York, en 1960. Dine, que también comparecía con el rostro pintado con varios colores (azul, blanco y dorado), se hacía acompañar de otros tres intérpretes, con los que a lo largo de quince minutos intentaba comunicarse a base de gruñidos, muecas, ladridos y gestos infrahumanos con quienes les observaban mientras el ruido del tráfico insertado en la sala, a gran volumen, anulaba cualquier posible entendimiento. En esta ocasión, el artista recreaba su propia angustia vivida en los accidentes de tráfico de los que había sido parte o testigo. Eran los tiempos en los que los de Fluxus se las apañaban para hacer sonar al unísono gran cantidad de teléfonos en otras tantas cabinas públicas a lo largo y ancho de Manhattan. En aquella efervescencia, Dine adquirió calidad de visionario: el happening, que McLuhan definió como “una situación repentina sin argumentos” bebía lo mismo del surrealismo (ya Buñuel había afirmado que no imaginaba mayor empresa surrealista que la de salir a la calle armado con una pistola y disparar indiscriminadamente) que del collage y del Teatro de la Crueldad de Artaud para conducir el arte a otra parte, fuera de sus límites habituales. El centro de gravedad correspondía ahora a quien observaba: “El arte no reside en la obra ni en el artista, sino en el espectador”, dejó dicho Dine a modo de escudo de armas. Aunque John Cage ya había probado fórmulas similares en los conciertos que realizó en Black Mountain a comienzos de los años 50, Jim Dine ganó para siempre la condición de padre del happening, pero en realidad probó otras muchas cosas: esculturas, pinturas y especialmente objetos cotidianos recreados con querencia artística. Su amistad con Roy Lichtenstein y Andy Warhol le procuró algunos vínculos con el pop de los que no tardó en zafarse. Lo mismo sucedió con el neodadaísmo a cuenta de Claes Oldenburg (quien, eso sí, había representado otro papel crucial en el desarrollo de los happenings y environments) y Allan Kaprow. Si todos ellos contribuyeron a la caída del imperio del expresionismo abstracto en Estados Unidos, el órdago de Dine fue definitivo por cuanto escapaba, precisamente, de las etiquetas.

Dine donó en 2017 al Centro Pompidou de París parte de sus obras realizadas desde 1961

'The Prince' (2008). 'The Prince' (2008).

'The Prince' (2008). / Centro Pompidou Málaga

En 2017, un Jim Dine conmovido por la recepción de su obra en Francia hizo al Centro Pompidou de París una proverbial donación de obras realizadas entre 1961 y 2016: un legado que, por tanto, abarcaba prácticamente toda su trayectoria. Y esta donación es la que ahora hace posible en el Centro Pompidou Málaga la exposición temporal Jim Dine en la Colección del Centre Pompidou, que se inaugura el 10 de julio y se mantendrá en cartel hasta el 6 de octubre. Se trata, de entrada, de una ocasión única para conocer de cerca y en su plenitud no sólo a uno de los artistas vivos que han dejado una huella más profunda en el arte del siglo XX; también la herencia de una generación de creadores que a mediados del mismo encontraron en la confluencia de lenguajes, registros e intenciones las herramientas precisas para terminar de disolver los viejos órdenes estéticos, especialmente cuando había quedado demostrado que ni Pollock, ni Rothko ni los demás apóstoles del expresionismo abstracto habían sido capaces de matar al padre (más aún: en realidad, ni siquiera se habían mostrado dispuestos a hacerlo, con tal de las migajas de las que pudieran aprovecharse para su propio beneficio). Tal y como explicaron fuentes del Centro Pompidou Málaga, la muestra permitirá, de este modo, revisar la evolución de Jim Dine a lo largo de sus diversas etapas: el trabajo con objetos en los años 60, la consagración al dibujo y la obra gráfica en los 70 (lo que no constituye, ni mucho menos, una cuestión menor por cuanto Dine está considerado uno de los mejores dibujantes de su generación) que llevó al artista a replantearse para siempre la cuestión de la figuración; el fecundo diálogo establecido a finales de los 80 con culturas antiguas, a través de diferentes iconos artísticos e imágenes vernáculas, con un desarrollo de las formas pasadas crecido en el amor por el trabajo manual y la inserción de emblemas personales; y, curiosamente, las concrete paintings que en los últimos años ha creado Dine bajo la influencia del expresionismo abstracto. Tal y como reza el texto de presentación de la nueva muestra malagueña, “su práctica de la poesía delimita esta exposición: el artista escribe poemas inéditos con carboncillo en las paredes y las palabras amplifican las cualidades plásticas y simbólicas de sus obras”.

Resultará interesante calibrar la coincidencia en Málaga de las exposiciones dedicadas a Bruce Nauman en el Museo Picasso y Jim Dine en el Pompidou: los contrastes del mejor arte estadounidense del último medio siglos saldrán a relucir con proximidad ilustrativa. Sirva la inspiración de Jim Dine para que los límites vulnerados conduzcan a una libertad más real.

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