arte El diagnóstico de los mediadores

Mito y verdad de la década prodigiosa

  • Los galeristas Juana de Aizpuru, Norberto Dotor, Pepe Cobo y Tecla Lumbreras disertaron ayer en el Museo Picasso sobre los éxitos y fracasos del arte español en los años 80, sus utopías y su semilla

En cualquier debate sobre el arte y la cultura, el contexto de los años 80 despierta emociones similares a las del paraíso perdido, a la Ítaca del exilio. El fin de la dictadura y la recuperación de las libertades se tradujo en una ilusión, en un todo por hacer que suscita hoy las más encendidas nostalgias. Pero, ¿fueron realmente los años 80 tan decisivos para la cultura española, especialmente para el arte? ¿Qué hay de mito y qué de verdad en la melancolía con la que la década se rememora en exposiciones, artículos y homenajes? Ayer, el Museo Picasso Málaga celebró una nueva jornada del seminario Éxitos y fracasos de la pintura en los años 80, paralelo a la muestra temporal Kippenberger miró a Picasso, con un encuentro dedicado a los galeristas como mediadores decisivos de la actividad artística de la época. Y los cuatro invitados no podían ser más representativos: Juana de Aizpuru, Norberto Dotor, Pepe Cobo y la malagueña Tecla Lumbreras indagaron en las luces y sombras de esta etapa, en todo lo que fue semilla y lo que fue cosecha durante aquellos diez años. La memoria, claro, tiende a conservar lo bueno y a obviar lo malo; pero un análisis crítico no puede considerarse tal si no abarca a ambos en plenitud.

Especialmente reveladora fue la participación de los dos galeristas más veteranos, Juana de Aizpuru y Norberto Dotor. Ambos coincidieron en sus diagnósticos en el mismo punto de partida: los años 80 fueron especialmente prósperos pero lo fueron, en gran medida, por todo lo que había ocurrido durante los 70. Juana de Aizpuru, de hecho, dedicó buena parte de su intervención a recordar los primeros años de su galería en Sevilla, cuando logró aglutinar a una generación de jóvenes creadores "que bebían especialmente del arte norteamericano y que no tenían muchas oportunidades para mostrar lo que hacían; por eso los adopté". Pero en los 70 "una galería no era sólo un lugar para artistas; se trataba de un espacio para el encuentro de pintores, músicos, escritores, gente de los más diversos ámbitos. Allí compartían inquietudes, intercambiaban ideas, se conocían". Este fenómeno, que cristalizó especialmente en los 80, ya se daba con eficacia en los 70, a pesar de que algunas exposiciones podían correr el riesgo de la censura. El verdadero punto de inflexión en los 80 lo constituyó ARCO, que puso en marcha la misma Juana de Aizpuru y que representó "una puerta magnífica para promocionar a artistas españoles en Europa y para promocionar artistas europeos en España". Así, la galerista recordó cómo los alemanes Martin Kippenberger y Albert Oehlen se instalaron en el tercer piso de su galería en Sevilla antes de trasladarse a la legendaria casa de Carmona en la que vivieron durante un año.

Norberto Dotor, que inauguró en 1974 la galería Fúcares en Almagro (donde Miquel Barceló sería una de sus grandes apuestas), y que en 1987 abrió una sede en Madrid, insistió en que los años 80 debieron parte de su esplendor a los 70, pero situó en la década posterior a la Transición la raíz de un problema que hoy perdura: la escasa presencia del arte español en el panorama internacional. En su opinión, desde entonces "han proliferado los centros de arte levantados con dinero público, pero éstos han obedecido más a proyectos personales que a la promoción del arte español". La identidad cultural, por tanto, es la primera damnificada.

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