EDITORIAL
Toda preparación es poca ante los temporales
Ya advirtió San Pablo, en una encomienda recogida siglos más tarde por San Juan de la Cruz, que tres eran los enemigos del alma: mundo, demonio y carne. A menudo a su pesar, el rock se ha levantado sobre tan impíos pilares (hasta Los Brincos bautizaron uno de sus discos con estos tres males), y en gran parte tal naturaleza se debe a la portentosa mano de Jerry Lee Lewis (Louisiana, 1935), fundador por derecho del género junto a otros próceres como Elvis Presley, creador de algunos de los himnos más poderosos del pasado siglo como Great balls of fire, Breathless, High school confidential y Whole lotta shakin' goin' on, músico creativo, virtuoso y violento por encima de toda la carga de malditismo que la Historia le ha asignado y encarnación heroica del sur de Estados Unidos. Jerry Lee Lewis ha sobrevivido a todo lo que se ha dicho y escrito sobre él después de haber quemado un piano en el escenario como protesta por haber sido designado telonero de Chuck Berry en un concierto compartido allá en los 50 y de haber contraído matrimonio con su prima de trece años a finales de la misma década cuando ya era bígamo. Y hoy viene a Málaga dispuesto a contarlo: a las 21:00 subirá al escenario del Teatro Cervantes, dentro del Festival Terral, para ofrecer un concierto que se antoja histórico y decisivo, en el marco de la gira que ha supuesto su enésimo regreso al oficio.
A sus 74 años, Jerry Lee Lewis es un hombre respetable y admirado por la profesión que ha experimentado una significativa resurrección cuando algunas voces afirmaban que al rock 'n' roll no le quedaban ni dos telediarios. Él es la fidedigna encarnación de este estilo, pero su influencia va mucho más allá de lo anecdótico. Una prueba es su último disco, Last man standing, del que sirve de promoción la gira que ahora le trae a Málaga y en el que rinde homenaje a los músicos con los que compartió ocio y negocio durante la época dorada de los 50 en Memphis, todos ya fallecidos: Johnny Cash, Elvis Presley, Roy Orbison, Carl Perkins y Warren Smith, entre otros. La lista de colaboradores que figura en el álbum no podría ser reunida hoy por ningún productor: Mick Jagger, Keith Richards, Ringo Starr, Jimmy Page, Neil Young, Bruce Sprinsgsteen, BB King y Buddy Guy, sólo por citar a algunos. Todos han prestado su inspiración a un artista que aún lucha por quitarse de encima su etiqueta de pernicioso seductor de demonios y mujeres, aunque no desecha la ironía (prueba de la sabiduría que dan los años): ahí está la imagen promocional del presente tour, en la que Jerry Lee Lewis vuelve a prender fuego al piano, si bien esta vez deja traslucir cierta ternura en su gesto.
Toda esta pleitesía, sin embargo, se refiere y dedica al mismo hombre que en los 50 fue apodado The killer (El asesino), que exhalaba agresividad a raudales tanto en el escenario como fuera de él (su peculiar técnica al piano, de pie y con contundentes martilleos, creó escuela pero nunca fue superada) y que ya en los 50 fue acusado por los ángeles custodios de las buenas costumbres de entonar letras sexualmente demasiado explícitas (Whole lotta shakin' goin' on) o camufladas alabanzas al mismísimo Satanás (Great balls of fire, que en un principio él mismo se negó a interpretar por la misma cuestión). La historia comenzó muy pronto: a los quince años Lewis ya era un pianista profesional, experto en boogie woogie, rhythm & blues, country y swing. Pocos años después se plantó en el entonces muy popular estudio de grabación de Sam Phillips en Memphis, dispuesto a promocionarse desde su sello, Sun Records, cuyo catálogo incluía a Elvis Presley, Carl Perkins y Johnny Cash. Tras debutar en 1956 con el sencillo Crazy arms, que supuso su definitiva adopción del rock como estilo propio, el segundo single, Whole lotta shakin' goin' on, vendió más de un millón de copias en 1957 y contribuyó de manera decidida a cimentar su leyenda. Poco después, sin embargo, el genio atravesó su primera estacada víctima de la prensa sensacionalista que no dudó en hacer sangre de sus excesos, su más que cuestionado matrimonio con una menor de 13 años, sus escándalos, sus borracheras y episodios como el del famoso incendio en el piano, tras el que exclamó: "Me gustaría ver qué hijo de puta supera esto". A mediados de los 60, y tras firmar con el sello Smash, experimentó su primer renacimiento reconvertido en cantante country, con un estilo reposado y romántico, aunque la maldita mano negra volvió a perseguirle con amantes fallecidas en extrañas circunstancias y drogas de por medio. La película biográfica Great balls of fire, de 1989, contribuyó a reservarle un puesto en la gloria, pero ésta ya estaba ganada. Hoy llega a Málaga a demostrarlo. Que Dios, o quien sea, reparta suerte.
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