Robot salvaje | Crítica
Divertida, emocionante y espectacular obra maestra
Museo Guggenheim Bilbao
Bilbao/Cuando se trataba de rescatar del olvido a la gran artista americana que hubiera permanecido oculta entre las sombras, resultó que ella estaba allí: Alice Neel (1900 - 1984) fue admitida en la Academia de las Artes y las Letras en 1976 y el Museo Whitney de Arte Estadounidense le dedicó una amplia retrospectiva en aquellos años, pero aquel reconocimiento tardío acabó también desinflándose, con lo que el nombre de la artista se diluyó entre las referencias al uso a la espera de una oportunidad para su reivindicación. La oportunidad llegó de mano de una alianza de largo alcance entre el Museo Metropolitano de Nueva York, los Museos de San Francisco y el Museo Guggenheim Bilbao, y se tradujo en una nueva retrospectiva que, bajo el título People come first (Las personas primero), se pudo ver en el Met neoyorquino hasta el pasado 1 de agosto como uno de los acontecimientos imprescindibles de la temporada expositiva. Ahora, la muestra llega al Museo Guggenheim Bilbao como la primera retrospectiva de la artista en España: Las personas primero, incluida en las actividades del centro patrocinadas por Iberdrola, reúne hasta el próximo 6 de febrero un total de 89 obras entre pinturas, dibujos y acuarelas de una artista que pagó a un elevado precio su resistencia a ciertas etiquetas y cuyo espíritu, sin embargo, ofrece poderosas conexiones con el presente. La opción sin vuelta atrás por los marginados y excluidos de su tiempo, los desnudos descarnados y electrizantes, la maternidad en su manifestación más veraz, el compromiso político y los principales ejes de la contracultura americana de la que ella misma ha resultado ser un emblema fundamental, todo bajo el retrato como primer lenguaje, desfilan en un paisaje colosal de humanidad vista desde su corazón menos lustroso. Resulta inevitable no atender a este legado artístico en paralelo a la propia biografía de Alice Neel, un relato que encierra las mayores contradicciones de su época a la hora de conjugar tanto dolor como esperanza, tanta desolación como perspectiva futura.
Dado que buena parte de la obra que había realizado hasta entonces Alice Neel fue destruida en los años treinta por un amante celoso llamado Kenneth Doolittle, y dado que buena parte de la misma ha permanecido inédita y a recaudo dadas las escasas oportunidades que tuvo su creadora para exponerla (cuando Neel falleció en un apartamento de Nueva York en 1984 custodiaba en el mismo más de trescientos lienzos), la recuperación de este casi centenar de retratos ha requerido una labor titánica a manos de cuatro comisarios: Kelly Baum como comisaria independiente; Cynthia Hazen Polsky, Leon Polsky y Randall Griffey del Met y, por parte del Guggenheim Bilbao, Lucía Agirre, quien confirmaba en la presentación de la muestra el pasado jueves que la misma "responde a un deseo mantenido durante muchos años. Muy a pesar de la reivindicación de Alice Neel que hicieron los movimientos feministas en EEUU en los años setenta, en Europa no se ha podido ver una exposición de su obra hasta el siglo XXI". En los años 40, en pleno apogeo del expresionismo abstracto en su país, Neel rechazó la corriente por "antihumanista" y continuó jugando todas sus cartas a un registro por el que ya muy pocos apostaban: la figuración. Y aunque es cierto que Neel adoptó la abstracción en contadas ocasiones, al menos en ciertos matices, también lo es que el retrato entrañó su querencia más viva hasta el final: en 1980 pintaba su primer autorretrato y se representaba completamente desnuda como lo que era, una mujer de ochenta años, en una exposición de sí tan honesta como valiente ("Sé que esa pintura es un horror, pero me gusta", dijo después al respecto). El rechazo a la abstracción no basta para explicar el aislamiento del que fue objeto: también su empeño en pintar desnudos recalcitrantes en plenos años treinta, cuando existía una prohibición legal al respecto en EEUU, así como su condición de mujer soltera y con hijos, coleccionista de amantes, comunista y empeñada en el abrazo de su propia libertad.
Vino al mundo Alice Neel en la localidad de Gladwyne, en Pensilvania, y creció en un entorno rural donde empezó a formarse como artista antes de estudiar en la Escuela de Dibujo de Filadelfia. Poco después conoció al pintor cubano Carlos Enríquez, con quien se casó en 1925 y con quien se trasladó a La Habana. Enríquez era un hombre bien posicionado en la sociedad cubana de la época, hijo del médico personal del presidente del país e identificado en la burguesía acomodada. Neel, que tuvo dos hijas en Cuba, fue muy bien acogida en La Habana como artista: en 1927 participó en el Salón de Arte y poco después en la Exposición de Arte Nuevo, hito que llegó a ser recogido en la prensa española (y del que queda constancia en la muestra del Guggenheim con algunas obras de la época). Sin embargo, su escaso apego a las costumbres burguesas y, especialmente, el modo en que la familia de su esposo influía en la educación de sus hijas, hizo de Cuba para Alice Neel una trampa asfixiante hasta que la artista decidió volver a Filadelfia. Allí perdió a una de sus hijas, que falleció víctima de la difteria; y Enríquez decidió llevarse a la otra a Cuba, donde la pequeña quedó bajo la custodia de unas tías. Estos acontecimientos desataron una tormenta aguda en Neel, para quien se sucedieron estancias en hospitales psiquiátricos y un intento de suicidio; y, claro, tuvieron una influencia decisiva en su arte: durante años pintó maternidades explícitas, la inhumanidad de los hospitales y el desamparo de los locos, un mundo con el que sentía afinidades muy poderosas. Tras una breve estancia en casa de sus padres, decidió su siguiente destino: Nueva York.
Se instaló primero en el bohemio Greenwich Village, donde retrató a numerosos personajes de la contracultura y donde empezó a afilar las coordenadas esenciales que le acompañarían hasta el final. Su compromiso político se vertió en cuadros como Nazis murder jews (1936), en el que recreaba la manifestación organizada por el Partido Comunista contra los nazis el 1 de mayo de un temprano 1936; en 1950 hizo lo propio con Salvad a Willie McGee, donde representó otra manifestación contra la injusta condena a muerte de Willie McGee, un entrenador de béisbol afroamericano, al que acusaron de violación sin pruebas. Recuerda Agirre que Alice Neel "nunca fue una comunista acérrima ni dogmática, pero sí, desde luego, simpatizante". De hecho, uno de los dibujos reunidos en la exposición representa al Ché Guevara justo tras su ejecución. La artista pintaba a los estibadores que regresaban del puerto, a las almas perdidas (a veces con detalles surrealistas) que se buscaban la vida entre trenes elevados y esquinas cochambrosas. Llevada por este mismo compromiso, Neel abandonó el Greenwich Village y se trasladó al Spanish Harlem, donde puso sus pinceles y lienzos a los desarraigados que vivían en la calle, a los niños hispanohablantes que encontraban en las escuelas un idioma diferente del que habían aprendido en casa, los mercados, los enfermos y los hospitalizados. "Una pintura, el retrato de una persona, es también el zeitgeist, el espíritu de una época", dijo por entonces Alice Neel, quien se definió a sí misma como una "coleccionista de almas". Ese empeño queda explícito en el modo en que Alice Neel pinta ojos y manos, como pozos de expresión en los que invita a mirar más allá. Aunque fue en os desnudos donde la artista llevó a su mayor nivel tal envite.
Ya en los años treinta, poco después de volver de Cuba, Alice Neel empezó a cultivar el desnudo de manera feroz, pánica, con una ambición carnal sin parangón en su época. A menudo esos desnudos estaban relacionados con la actividad sexual, incluida la suya propia: Neel se representa con sus amantes, a veces justo después de la refriega, con multitud de detalles que delatan sus sentimientos respecto a cada uno de ellos. Cuando los desnudos masculinos seguían siendo un tabú impuesto en el mundo del arte, Neel los ejecutaba con una naturalidad pasmosa. A veces con cierto humor, como en el retrato de un Joe Gould (1933) armado con varios penes propios y ajeno; otras, con franqueza y verdad, como en el retrato de John Perreault (1972). Hasta bien entrados los años 70, Neel no pudo exponer los desnudos que pintó en los años 30 y que rescató o volvió a pintar tras la masacre de Kenneth Doolittle, al que, por cierto, también dibujó desnudo. A la hora de retratar a las mujeres desnudas las prefirió embarazadas y en avanzado estado de gestación, sin ocultar las verdaderas más incómodas del trance. Sus maternidades inspiran cierta intuición religiosa, a veces al filo mismo de la tragedia, como en Carmen y Judy (1972), el retrato de una trabajadora haitiana que da el pecho a una hija enferma que fallecería pocos días después de la realización del cuadro. Mientras tanto, Neel sentó en su casa frente al lienzo lo mismo a altos ejecutivos que a otros agentes de la contracultura como Jackie Curtis (1972), a quien Lou Reed inmortalizó también el mismo año en Walk on the wild side. La exposición se cierra con Recluta negro (James Hunter)(1965), el retrato de un chico afroamericano poco antes de su partida a Vietnam: Neel dio la pintura por concluida cuando visiblemente distaba mucho de ser tal, con el cuerpo perfilado sobre el blanco y únicamente el rostro y una mano próximos al fin de la ejecución. Así es como la guerra se cobra la vida de la gente. Pero, para Alice Neel, las personas estaban primero.
En la presentación de la exposición de Alice Neel Las personas primero, el director general del Museo Guggenheim Bilbao, Juan Ignacio Vidarte, explicó que la propuesta es la primera de una temporada que estará consagrada por entero en el museo vasco a mujeres artistas. Así, la muestra que tomará el relevo será Mujeres de la abstracción, que desde el 22 de octubre y hasta el 27 de febrero incluirá trabajos de unas cien artistas de diversas disciplinas, como la danza, las artes aplicadas, la fotografía, el cine y la performance, procedentes de Latinoamérica, Oriente Medio y Asia, Europa y EEUU.
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