Museo Ruso de Málaga

Dos testimonios para un siglo en llamas

  • El Museo de Arte Ruso presenta sus dos nuevas exposiciones temporales, dedicadas respectivamente al pintor, explorador, arqueólogo y filántropo Nikolái Roerich y la poeta Anna Ajmátova 

Dos lienzos de gran tamaño de Nikolái Roerich, en la exposición presentada este viernes en el Museo Ruso.

Dos lienzos de gran tamaño de Nikolái Roerich, en la exposición presentada este viernes en el Museo Ruso. / Javier Albiñana (Málaga)

En su afán por demostrar hasta qué punto los más importantes episodios de la historia cultural europea tuvieron sus precedentes en Rusia, el Museo de Arte Ruso de San Petersburgo inaugura este viernes 27 en su sede malagueña de Tabacalera dos exposiciones temporales que ofrecen dos testimonios distintos, a menudo incluso opuestos, y sin embargo suculentamente complementarios, del devenir en este territorio del siglo XX, especialmente en sus aristas más tenebrosas. En busca de Shambhala y Poesía y Vida, que podrán verse hasta febrero, están dedicadas respectivamente a Nikolái Roerich (San Petersburgo, 1874 - Kulú, India, 1947) y Anna Ajmátova (Odesa, 1889 - Domedovo, 1996), dos figuras contemporáneas cuya fortuna y toma de posición respecto a la evolución de la Rusia que conocieron ofrecen, servidas al unísono, un caleidoscopio de emociones y relatos que representa con acierto la complejidad de Rusia como fenómeno histórico y cultural. Los visitantes a las dos muestras, comisariadas por Evgenia Petrova y organizadas por el Museo Ruso con el patrocinio de Caixabank, encontrarán mucho más que arte y literatura; al cabo, una vía para aprender no pocos aspectos de la Rusia del siglo pasado a través de dos subjetividades tan arrolladores como fascinantes.

Paisajes orientales de Roerich, en la exposición. Paisajes orientales de Roerich, en la exposición.

Paisajes orientales de Roerich, en la exposición. / Javier Albiñana (Málaga)

El artista, arqueólogo, filántropo, explorador y pensador Nikolái Roerich es especialmente conocido en todo el mundo como promotor del Pacto Roerich, que motivó por primera vez en la historia el compromiso de las grandes potencias mundiales para proteger los bienes artísticos y culturales de las distintas naciones por encima de los intereses militares y que, tras su firma por autoridades como Franklin D. Roosevelt, fue incorporado a la ONU en 1935. A partir de esta premisa, bajo el nombre de Roerich se oculta una figura apasionante que encarna algunas de las pulsiones espirituales y filosóficas latentes en la Rusia de comienzos del siglo XX (las mismas que quiso aplastar Lenin a modo de liberación). En 1920, consolidado ya el poder soviético, Roerich emprendió un viaje al Himalaya con el objetivo de buscar las más antiguas manifestaciones culturales de la humanidad y encontró la revelación que cambiaría para siempre su vida. Tal y como explicó Petrova en la presentación, "Roerich consideraba que todas las religiones, todas las culturas y todas las expresiones particulares estaban conectadas y compartían por tanto un mismo origen". Y consagró todo su trabajo a demostrarlo a partir de muy diversas herramientas, aunque su dedicación como pintor le permitió crear una iconografía poderosa, mística y muy atractiva gracias principalmente al uso proverbial del color.

La exposición de Roerich da buena cuenta del carácter místico y espiritual de la cultura rusa que el poder soviético quiso aplastar tras la llegada de Lenin al poder

Desde aquella primera exploración, Roerich puso todo su empeño en encontrar Shambhala: un territorio mítico, descrito en diversas tradiciones eslavas, habitado por civilizaciones más avanzadas que las conocidas y que de alguna forma guiaban a la humanidad en su particular y dolorosa evolución hacia metas más luminosas. Esta idea, lejos de constituir una mera superstición marginal, ejercía una poderosa influencia intelectual en la Rusia de principios del siglo XX y explica buena parte de su desarrollo artístico y cultural, desde el hallazgo del arte abstracto hasta el conocimiento científico, la poesía experimental y la ciencia-ficción (la novela de Yevgeni Zamiatin Nosotros, publicada a comienzos de los años 20, cuya deuda para 1984 reconoció el propio George Orwell, es un testimonio decisivo en este sentido). Roerich buscó Shambhala en Mongolia, la India, el Himalaya y otros muchos territorios; encontró signos prehistóricos de civilizaciones desconocidas y rastros de expresiones filosóficas y religiosas que dejarían una huella poderosa en el pensamiento grecolatino en la Antigüedad a través de Asia Menor (huella presente en las fórmulas filosóficas de pioneros como Pitágoras y Tales de Mileto), pero también viajó a Londres (donde entabló amistad con Rabrindanath Tagore y H. G. Wells) y a Nueva York, donde en 1930 fundó su propio museo. 

La exposición dedicada a Ajmátova incluye retratos de artistas como Natan Altman y Malevich

La exposición dedicada a Roerich da buena y resumida cuenta, a través de 74 obras, de todas estas inquietudes. La muestra revisa prácticamente todas las etapas del artista, desde sus representaciones de  escenas de la Edad Media en Rusia, los asombrosos paisajes (especialmente las sobrecogedoras estampas del Himalaya y del monte Fujiyama en Japón), la evocación de las antiguas leyendas eslavas (con obras de gran tamaño realizadas en témpera que harán las delicias de los amantes de la fantasía épica) y algunos de los restos prehistóricos que encontró en sus exploraciones (Roerich hace mención en sus títulos a los Viajeros, lo que, además de la calidad nómada de los antiguos pobladores de la Estepa, invita a pensar en cosmonautas extraterrestres, tal y como sugiere Petrova). Eso sí, a pesar de todos estos viajes y de esta explosión mística, Roerich nunca perdió de vista la situación de Rusia y mantuvo siempre los pies en el suelo: aunque retirado en 1941 a la India, donde murió en 1947, vivió atento a los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial en su país y abordó la cuestión a través de sus pinturas, sin renunciar, eso sí, a su querencia poética: así, optó por representar a los nazis dispuestos a invadir Rusia como a los antiguos nibelungos forjando sus espadas sobre yunques en llamas.

'Retrato de Anna Ajmátova' (1922), de Kuzma Petrov-Vodkin. 'Retrato de Anna Ajmátova' (1922), de Kuzma Petrov-Vodkin.

'Retrato de Anna Ajmátova' (1922), de Kuzma Petrov-Vodkin. / Javier Albiñana (Málaga)

Con un carácter más discreto, a modo de exposición de cámara, la muestra Poesía y vida (que, tal y como indicó Petrova constituye un complemento y a la vez prolongación ideal a la actual colección permanente del Museo Ruso, Santas, reinas y obreras, dedicada a las mujeres de la historia rusa), presenta de manera didáctica la figura de Anna Ajmátova, una de las cimas decisivas de la poesía del siglo XX, de influencia inabarcable en la posterior historia universal de la literatura. Ajmátova constituye un emblema representativo de las víctimas del estalinismo: la dictadura soviética le arrebató amores, maridos, amigos e hijos, fusilados unos, encarcelados otros; pero Ajmátova vivió la tragedia en toda su plenitud, sin salir de Rusia, y logró verter su experiencia en algunos de los versos más conmovedores jamás escritos (versos que, por supuesto, no pudieron publicarse ni divulgarse en Rusia hasta bien superada la Perestroika). Su poema Requiem (Al alba te llevaron, / como a un entierro tras de ti mi salida, / en la oscura alcoba los niños lloraron,  / ante el santo quedaba la vela derretida) es considerado una de las más elevadas expresiones literarias puestas al servicio del dolor de las víctimas del poder político. La exposición reúne algunos retratos de la poeta que pintaron artistas cómplices, como Natan Altman, Malévich y Kuzmá Petrov-Vodkin, además de obras de otros artistas, fotografías, libros y objetos. En su discreta exhibición, la muestra permite conocer a fondo hasta qué punto es capaz el talento creativo de echar mano de los peores demonios para alumbrar la belleza. Un monumento de silencio para el que Ajmátova constituye la mejor guía posible. 

  

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