Nostalgia del juglar e iluminación interior
Crítica de Teatro
La ficha
'Autobiografía de un yogui' Teatro Alameda. Fecha: 11 de marzo. Texto, dirección e interpretación: Rafael Álvarez 'El Brujo'. Música: Javier Alejano. Aforo: Unas 700 personas (lleno).
La representación de Autobiografía de un yogui, que ha tenido su estreno absoluto en el Teatro Alameda este fin de semana, no deja lugar a dudas: Rafael Álvarez El Brujo profesa una devoción preclara por Paramahansa Yogananda, impulsor decisivo del yoga en Occidente durante el siglo pasado. Podríamos decir lo mismo de San Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, el Lazarillo, Ulises, Don Quijote y Shakespeare, pero si de tales luminarias resulta presumible considerar que el público va a tener alguna referencia a priori, ya sea más o menos sólida, El Brujo es bien consciente de que Yogananda, muy a pesar de la condición de best seller del libro en el que se inspira este espectáculo homónimo, es un héroe místico bastante menos cercano al espectador español. Por esto, en parte, el actor se detiene de una manera mucho más pormenorizada a narrar la vida y milagros del yogui respecto a lo que hacía con aquellos otros locos divinos, empleados como instrumentos para el ejercicio del mester de juglaría por mucho que quedasen contrastadas su influencia e inspiración. El resultado es que la Autobiografía de un yogui, muy a pesar de la hermosura de la escenografía, la iluminación y la música de Javier Alejano, es no sólo la obra más difícil de El Brujo en mucho tiempo; también la menos teatral, la que menos echa mano del teatro para decir lo que quiere decir. Entre la densidad del relato, donde uno se pasa el rato esperando un poético deus ex machina que nunca llega, surgen chispazos de genio (la fabulosa historia del electricista bizco que proyectaba las películas en el pueblo) que recuerdan el genio proverbial y sinvergüenza del juglar, pero lo hacen sólo para dejar claro lo mucho que se le echa de menos. Parecía en la función del sábado que al actor le costaba llegar al fin lo que estaba contando: donde antes divagaba con gracia, ahora sacrifica el teatro por ir directo a una médula dudosa. Hubo luz, sí. Pero sólo interior.
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