El jardín de los monos
  • Los cátaros, al igual que otras comunidades cristianas herejes, repudiaban los sacramentos, rechazaban el culto a las imágenes y abominaban el juramento; rechazaban la autoridad del Papa y sólo admitían, como única, la autoridad de los Evangelios

  • Por el país de los cátaros II: Perpiñán

Por el País de los Cátaros III: Cátaros o Albigenses

Catedral de Perpiñan. Catedral de Perpiñan.

Catedral de Perpiñan. / luis machuca

Escrito por

Juan López Cohard

EL Vizcondado de Carcassonne, Albí y Bézieres junto a los Condados de Toulous y Foix, fueron los territorios más tolerantes y que mayor acogida proporcionaron a los profesos de la religión catara. También el reino de Aragón, hasta cierto punto, fue permisivo con la herejía. Estamos hablando de los siglos XII y XIII en los que los cátaros o albigenses tuvieron un gran arraigo en las ciudades del Languedoc. EL Vizcondado de Carcassonne, Albí y Bézieres junto a los Condados de Toulous y Foix, fueron los territorios más tolerantes y que mayor acogida proporcionaron a los profesos de la religión catara. También el reino de Aragón, hasta cierto punto, fue permisivo con la herejía. Estamos hablando de los siglos XII y XIII en los que los cátaros o albigenses tuvieron un gran arraigo en las ciudades del Languedoc. Mientras circulábamos por la autopista que nos encaminaba a Carcassonne comentábamos las circunstancias que posibilitaron el enorme arraigo que tuvieron los cátaros entre la población languedocién. Se nos hacía imprescindible, a la hora de recorrer este territorio, sus ciudades y sus paisajes, rememorar quienes eran y en qué creían estos declarados enemigos de la Iglesia Católica Apostólica Romana; cómo era la sociedad en la que vivieron y cuál fue la trágica historia que les tocó protagonizar.

Nos llamaba mucho la atención saber qué originó que la Iglesia promoviese la más cruel y única de las cruzadas que se ha dado en la Historia contra otros cristianos. En aquellos primeros siglos del segundo milenio, el clero se había relajado de tal manera que en nada se parecía lo predicado por Jesucristo con la disipada vida de curas y obispos. El pueblo, para el que la vida giraba en torno a la religión y a las prédicas de los representantes de la Iglesia, comenzó a  incomodarse con la licenciosa vida practicada por los clérigos, de ahí que surgiesen muchos movimientos religiosos que pretendían devolver a la sociedad y a la propia Iglesia la esencia del cristianismo primitivo. Dichos movimientos predicaban y obraban de acuerdo con lo que ellos consideraban las virtudes esenciales de la doctrina de Jesucristo de forma que dieron lugar a cismas, con sus respectivas iglesias organizadas, algo que Roma no podía permitir. La más importante de todas las doctrinas, declaradas heréticas por la Iglesia, fue sin duda la de los cátaros que, además, llegó a tener una iglesia perfectamente organizada a imagen y semejanza de la católica.El nombre de cátaro podría provenir del término alemán katte, que significa gato, aunque bien pudiera provenir del latín “catus”.

En cualquier caso, fue la Iglesia quién, peyorativamente, los bautizó así con el fin de hacer creer a sus feligreses que eran adoradores del gato, una de las representaciones de Lucifer. La Iglesia ha tenido siempre la costumbre de difamar a todo disidente que podía poner en peligro su poder espiritual o terrenal. Por eso conocemos a éste movimiento religioso como “cátaro”, aunque también recibe la denominación de “albigense”, posiblemente por el hecho de que el primer encuentro doctrinal entre católicos y cátaros se celebró en 1165 en Lombers, muy cerca de Albí. En cualquier caso, ellos se llamaron a sí mismos “perfectos”, “buenos cristianos” o, simplemente, “cristianos”.

La Inquisición que, a siglos vista, dejó patente no tener nada de santa, los denominó “heréticus perfectus”.Los cátaros llegaron a expandirse y a calar tanto en la población del Languedoc  que inquietaron enormemente a la Iglesia, hasta tal punto que ésta  lanzó contra ellos la más atroz cruzada conocida en Occidente. Inocencio III, que llegó al papado en 1198, a los 37 años de edad, dotado de una gran inteligencia, versado  jurista, capaz, trabajador, austero y de una fe profunda, fue quien promulgó la primera cruzada contra éstos cristianos disidentes. En su llamamiento a las armas llegó a decirle a los cruzados que pusiesen coto a tan gran peligro (para la Iglesia) “con más firmeza todavía que a los sarracenos, puesto que son más peligrosos”.

El Papa era consciente de que el gran enemigo del poder espiritual y terrenal de la Iglesia estaba dentro de ella misma y no fuera. A los sarracenos había que combatirlos para frenar su expansión, pero a los cátaros había que exterminarlos. El Papa Inocencio sabía perfectamente que los cátaros eran una enfermedad a la que había que frenar a cualquier precio porque eran un cáncer dentro de la propia Iglesia y eso les convertía en el mayor de los enemigos. Aunque Inocencio III también era consciente de que una parte importante del problema provenía del propio clero católico, por el grado de relajación espiritual al que había llegado y por su apego a todos los pecados capitales. Eso provocó, por otro lado, la proliferación de órdenes mendicantes que intentaban paliar la percepción que los fieles tenían de la Iglesia.El gran peligro de la herejía cátara se fundamentaba en que su fe hacía tambalear los cimientos de la doctrina católica. Los cátaros, al igual que otras comunidades cristianas herejes, repudiaban los sacramentos -bautismo, confesión, eucaristía y matrimonio-, rechazaban el culto a las  imágenes y reliquias y abominaban el juramento; rechazaban la autoridad del Papa y sólo admitían, como única, la autoridad de los Evangelios (el Nuevo Testamento).

El problema que planteaba la abominación del juramento era que, no solo afectaba a la Iglesia, sino que atacaba a la misma base de la sociedad feudal, ya que ésta se basaba en la fidelidad a través de dicha figura. Así que la doctrina de los cátaros también inquietó a la nobleza, aunque, curiosamente, no a la del Languedoc, mucho más abierta y permisiva.La doctrina de los cataros era muy simple ya que parte de un principio esencial: Si Dios es la bondad máxima no ha podido ser el creador de éste mundo de desdichas, luego ha de haber un dios del Mal que lo haya creado y ese no es otro que Lucifer. Dios encarna el espíritu y Lucifer la materia. El hombre está condenado a permanecer en la cárcel de este mundanal infierno hasta que no alcance el grado de perfecto y pueda estar con Dios. Si no se vive de acuerdo con el mensaje de Jesucristo (la Revelación), al morir el alma se reencarnará en otro cuerpo, hombre o mujer, y seguirá siendo prisionera de la materia hasta que alcance el conocimiento, esto es, la perfección.La teología cátara se basa en la conciliación del cristianismo evangélico con el maniqueísmo. Pudiera ser que su origen esté en la influencia del pensamiento zoroastrista que debieron traer los cruzados que regresaban de Oriente. Lo cierto es que para ellos la revelación se encuentra sólo en los Evangelios y no en la Biblia, ya que ésta mantiene que el mundo material es obra de Dios, todo proviene de Él, por lo que, según el Antiguo Testamento, el Mal también sería obra suya, cosa que no podían admitir.

El objetivo existencial del cátaro era alcanzar la perfección y para llegar a ser un perfecto había que llevar una vida ascética; había que practicar la pobreza, la castidad -procrear significaba alimentar el número de desdichados prisioneros en sus cuerpos materiales- la caridad, la abstinencia de comer carne, y la predicación, entre otros preceptos interpretados de los evangelios, además de recibir de un “perfecto” el único sacramento que reconocían: el “consolamentum”.Los cátaros consideraban a la mujer igual al hombre, eran tolerantes y no eran exigentes con aquellos que no llegaban a alcanzar la perfección. Los simples creyentes, no estaban sujetos a practicar tan ascética vida, podían comer carne y tener concubinas y no tenían que dar cuenta a nadie de sus pecados. Consideraban que su penitencia era la de seguir atado en un cuerpo a éste infierno material. Podríamos decir que eran como los hippies de los años sesenta: demócratas, pacifistas, ecologistas, vegetarianos y practicaban el amor libre (y no fumaban hierba porque entonces no se conocía lo de fumar). El éxito en su expansión les vino porque su principal obligación era la predicación diaria y porque predicaban en lengua vulgar (y no en latín como lo hacía el clero católico) y además, y fundamentalmente, porque predicaban con el ejemplo. Dado que los occitanos se percataron de la congruencia entre sus prédicas y su ejemplo de vida, todo lo opuesto a lo que hacían los curas católicos, fueron poco a poco convirtiéndose. Aunque no es de desdeñar, a la hora de hablar de éxitos, la atracción que tenía la propia doctrina cátara, ya que daba tantas oportunidades de salvación eterna como veces el alma se reencarnara. 

Los perfectos predicaban diaria y obsesivamente (era su misión en este mundo terrenal), y siempre en parejas, como los mormones pero sin corbata. Vivían de su trabajo, la mayoría eran artesanos, y sus seminarios eran talleres escuelas aunque, como iglesia organizada, recibieron también numerosas donaciones y legados, por lo que se supone que atesoraron una considerable riqueza que dio origen a la leyenda del, tan buscado, tesoro de los cátaros. Su iglesia estaba jerarquizada de forma muy parecida a la católica. Su clero estaba compuesto por los perfectos y perfectas que podían ser obispos, curas o diáconos. Los obispos estaban a la cabeza de las diócesis. No se conoce que hubiese una jerarquía superior similar a la del Papa. También se organizaban en comunidades religiosas de perfectos y de perfectas, regidos por abades o abadesas, que eran auténticos talleres de artesanía y centros de formación de novicios. Además de los cátaros hubo diversos movimientos religiosos, pero de todos ellos, sin duda, el más importante fue el de los cátaros que llegaron a celebrar concilios de obispos, como el de Saint-Felix-de-Caramán (hoy, Saint-Felix-de-Lauragais) en 1163, por el que se crearon los obispados del Languedoc que fueron cinco diócesis: Agen, Albí, Carcassonne, Toulouse y Razés. También existieron diócesis cátaras en Champagne (obispado de Francia), en la Lombardía, en La Toscana y en los Balcanes.

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