'Paranoid Park' de Van Sant: del círculo al destino errante
Antes de regresar al camuflaje con Milk, Van Sant se permitió una nueva escapada lejos de las formas y fórmulas escleróticas: ParanoidPark, adaptación de la novela homónima de Blake Nelson donde el cineasta continuaba con la inquietud experimentadora demostrada en su tríptico de reinvención (Gerry, Elephant y Last days) sin por ello renunciar a buscarle una personalidad estética propia a otra historia de muerte (aquí asesinato involuntario) que, no obstante, se exhibe más descentrada y errática que las anteriores, como si se tratara de aproximarse a la temblorosa atmósfera de un sueño diurno.
ParanoidPark mantiene, variándolo, el ya familiar esquema, en el último Van Sant, de la densidad temporal. Si antes a los chicos del instituto o al sosias de Kurt Cobain se les regalaban segundos con el objetivo de espesar, aun precariamente, la duración tras la que amanecería la tragedia, aquí el joven Alex tiene como contrapartida a su creciente ansiedad la privilegiada inmersión en un universo skater donde el movimiento y la brusquedad han desaparecido a favor de una sublimación ralentizada que expone la belleza percutiente de los cuerpos con ruedas: como Ken Jacobs hace con la textura y cadencia de los planos del cine mudo, Van Sant y Christopher Doyle, director de fotografía, buscan forzar las apariencias de las imágenes-mil-veces-vistas buscándole al ojo mecánico y desapasionado de la cámara un compañero a la altura, los paisajes sonoros de Robert Normandeau y Hildegard Westerkamp o el inefable encabalgamiento con las músicas de Nino Rota para Fellini, en especial la banda sonora de Giulieta de los espíritus. Estas secuencias, que puntúan el filme y llegan a absorberlo como si de agujeros negros se tratara, provocan, así, un delicado extrañamiento, sin por ello dejar de generar frío, como frutos de un alucinógeno que empezara a remitir.
Las fugas formales de ParanoidPark no quedan iluminadas retrospectivamente porque, como venimos diciendo, el filme evita la línea y el centro. Alex, skater al que define la ruptura (sus padres se separan, termina la relación con su pareja… y su temeraria imprudencia causa la muerte de un vigilante al que un tren corta en dos justo en la mitad del filme), es el taciturno y ensimismado adolescente que escribe su luctuosa aventura en los alrededores del parque sin por ello tomar las riendas enunciativas y erigirse en narrador. Tras quemar las cuartillas, el joven entronca con aquellos visionarios de la experiencia moderna, otro vagabundo que deambula sin poder lograr articular percepciones con acciones, acumulando en desorden sensaciones que se pierden en la virtualidad. Una ausencia de sentido, un desconcierto, que es paralelo al del cineasta de nuestro tiempo, obligado a la pirueta circular antes que a la refundación de mitos.
Director Gus Van Sant. Con Gabe Nevins, Taylor Momsen, Jake Miller. Avalon.
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